La crisis climática es una amenaza real que ya estamos viviendo y que exacerbará aún más en esta década. Tanto que también se incluyó recientemente en el informe del Departamento de Seguridad Nacional (DSN) como uno de los principales desafíos a los que nos enfrentamos. Una alarma que se suma a la que lleva haciendo sonar la ciencia en los últimos años para concienciar de que se necesitan medidas drásticas y urgentes que nos mantengan en un límite seguro de temperatura media global.
El mismo que se estableció en el Acuerdo de París en 2015, cuando las 194 partes firmaron el compromiso de mantener sus emisiones de gases de efecto invernadero a raya para no superar el aumento de los 1,5 grados con respecto a los niveles preindustriales. El objetivo era evitar los peores efectos sobre nuestras vidas del calentamiento global.
No obstante, desde aquel pacto, la Unión Europea impulsó en 2021 una ley clave para cumplir con los objetivos internacionales: la Ley Europea del Clima. Esta normativa, además de establecer la obligación de alcanzar el cero neto para 2050 en la UE y la reducción de emisiones en un 55% en 2030 -con respecto a los niveles de 1990-, crea una figura importante: el Consejo Asesor del Clima de la UE, el mismo que ahora recomienda nuevos objetivos climáticos ambiciosos para 2040.
Este objetivo intermedio también estaba estipulado ya por la ley del clima y emplazaba a los Estados miembro a fijar un porcentaje en la primera mitad de 2024. Por este motivo, se conoce ahora el informe del Consejo Asesor del Clima de la UE, una recomendación del organismo independiente compuesto por 15 científicos expertos que se encargan de asesorar a la UE para lograr con éxito los objetivos propuestos.
En su análisis recomiendan que, para 2040, se deben reducir entre un 90% y un 95% las emisiones en el conjunto de la UE con respecto a los niveles de 1990. Solo así podrá alcanzarse la neutralidad climática a la que se ha comprometido a alcanzar en el año 2050, en línea con lo que se estipuló en París.
Según los últimos datos publicados por el Banco Mundial, el conjunto de la Unión Europea emitía en 1990 unos 4,4 millones de kilotoneladas de gases de efecto invernadero. Una cifra que se ha ido reduciendo hasta los 3,3 millones de kilotoneladas registrados en 2019, el último año del que tiene datos. Esto es una reducción de un 25% en 29 años.
No obstante, el último inventario anual publicado por la Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA) incluye datos hasta 2021, y muestra cómo en esos dos últimos años (2020 y 2021) las emisiones aumentaron un 6,2%, algo que pudo deberse a la situación de recuperación tras la pandemia.
A pesar de ello, el estudio recoge que las emisiones netas de gases de efecto invernadero han disminuido hasta un 30% entre 1990 y 2021. Una cifra a la que se une un crecimiento de la economía de la UE de en torno al 61%. Así, la UE debe hacer ahora un esfuerzo para reducir en apenas siete años un 25% sus emisiones. Casi lo mismo que se ha conseguido en tres décadas.
Para ello, el Consejo Asesor del Clima de la UE recomienda también reducir el presupuesto global que hay de carbono (lo que un país puede emitir para mantenerse dentro del límite de 1,5 grados) y mantenerlo entre las 11 y 14 giga toneladas para el período de 2030 a 2050. Reducciones esenciales para mitigar los riesgos climáticos y asegurar un futuro sostenible.
Cómo se puede alcanzar
El documento publicado hoy por el Consejo del Clima de la UE ha ofrecido algo más que recomendaciones. Expone una sería de hojas de ruta que se pueden seguir para alcanzar los objetivos de una manera justa para todos. Para ello, una pata importante son las viviendas: hasta qué punto pueden reducirse las emisiones domésticas.
Desde que se pone la primera capa de hormigón hasta que se enciende la primera luz, estas construcciones emiten grandes cantidades de gases de efecto invernadero que la UE pretende reducir. Como recoge la directiva aprobada recientemente por el parlamento, el 40% del consumo final de energía en la Unión y el 36% de sus emisiones de gases de efecto invernadero relacionadas con la energía corresponden a los edificios.
Gran parte de ese peso contaminante viene de cómo calentamos nuestros hogares. El combustible más utilizado en el conjunto de la UE es el gas natural, que representa en torno al 42% de la energía consumida para calefacción en el sector residencial, seguido del petróleo, con un 14 %, y del carbón, con un 3 %. Así, los combustibles fósiles adquieren aún un peso muy importante que la UE pretende atajar en los próximos años.
Según el informe, esta contaminación podría rebajarse hasta un 88% en el entorno de la UE e, incluso, reducciones del 95% si se superan los desafíos de tipo tecnológicos relacionados con la rápida expansión de las energías renovables. Con estas medidas, se podría alcanzar ese objetivo presupuestario de carbono de 11 giga toneladas en el período 2030-2050.
Los escenarios evaluados revelan varias características comunes que es importante considerar. Un aspecto notable que se encuentra en múltiples escenarios analizados es el despliegue significativo de energía eólica y solar, combinado con la electrificación del uso de energía y la ampliación de alternativas a los combustibles fósiles como el hidrógeno.
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Los caminos que combinan esta ampliación de la tecnología con ganancias de eficiencia pueden conducir a una descarbonización casi completa del sector eléctrico de la UE para 2040, incluida la eliminación gradual de la generación de electricidad con carbón para 2030 y la generación de gas para 2040.
Así, para el Consejo, es necesario que la UE se asegure de apuntar más alto en su ambición de reducción de emisiones domésticas y eliminación de dióxido de carbono, así como contribuir a la reducción de emisiones directas fuera del territorio comunitario y buscar emisiones negativas netas sostenibles después de 2050.