Por qué las últimas lluvias no acaban con la sequía que sufre España: “Sigue siendo la primavera más seca”
Según informa la AEMET se han recogido ya 180 litros/m2, una cantidad que “supera con creces el valor normal del mes de mayo completo”.
24 mayo, 2023 02:13Las altas temperaturas y los días soleados han dejado asomarse a una lluvia que llevaba tiempo sin hacer acto de presencia en nuestro país. La llegada de una DANA ha dibujado una estela de precipitaciones en plena recta final hacia el verano. El problema es que su carácter torrencial y tan concentrado en el tiempo no soluciona la intensa sequía que llevamos soportando desde hace algo más de un año.
“Estamos ante una recta final de mayo marcada por la inestabilidad atmosférica”, reconoce Rubén del Campo, portavoz de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET). Como apunta, son “lluvias y chubascos que aunque no son raros en estas fechas, tampoco es habitual que caigan con tanta intensidad y de una forma tan generalizada en el sureste peninsular a las puertas del verano”.
Desde la agencia, se considera lluvia torrencial cuando se reciben más de 60 litros por metro cuadrado (l/m²) en cuestión de una hora o 10 l/m² en 10 minutos. Ambas, intensidades similares que se han detectado –hasta ahora– en el sureste peninsular. Según los últimos datos, en zonas como Murcia, Comunidad Valenciana o Almería se han recogido la friolera de 180 l/m² en apenas un día. “Son precipitaciones muy abundantes y que superan con creces el valor normal del mes de mayo completo”, asegura Del Campo.
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De hecho, en el aeropuerto de Almería se han llegado a recoger 52,6 l/m² en un día, un récord desde que hay registros desde 1973, el día más lluvioso en el mes de mayo. El máximo hasta ahora eran 41 l/m² y estaba vigente desde 1993.
Las consecuencias son evidentes. Se han inundado viviendas, colapsado carreteras y suspendido las clases en universidades y centros educativos por el riesgo en determinados puntos del sureste peninsular, como es el caso de la provincia de Almería o las localidades de Cartagena y Mazarrón, en Murcia, donde se ha activado la alerta roja por fuertes precipitaciones.
Ahora bien, el principal problema que arrastramos desde hace un año, como es el de la intensa sequía que afecta a nuestro país, no se soluciona con estos episodios torrenciales. Una cuestión preocupante porque el último boletín hidrológico sitúa las reservas totales a finales de mayo al 47,7%, cuando a estas alturas deberían estar al 68%, que es la media de lo acumulado para estos años en la última década.
Como recuerda Del Campo, esta situación se debe a que desde el 1 de marzo hasta el 22 de mayo han caído en España tan solo 48 l/m², lo que nos sigue situando ante la primavera más seca de la serie histórica, desde 1961. De hecho, aún estamos lejos de alcanzar la primavera de 1995, marcada por la sequía más grave del último siglo, en la que cayeron 86 l/m².
“Estas lluvias algo van a sumar”, subraya, a lo que añade que “van a ayudar a frenar su avance [el de la sequía]”. Especialmente, en el sureste peninsular y otras áreas de la vertiente mediterránea, donde la sequía no es de tan larga duración como la que se está viviendo en el Guadalquivir o el Guadiana.
No obstante, para el conjunto de España, en lo que llevamos de año hidrológico –que empieza el 1 de octubre– llevamos acumulados 360 l/m² cuando lo normal son 504 l/m². Por tanto, las lluvias están un 28 % por debajo de lo normal para estas fechas.
El agua no se absorbe
Cuando sobrevienen este tipo de episodios tan intensos en plena sequía, hay una cuestión que es casi de lógica, y es la diferente dinámica de ambos fenómenos. Así lo explica Annelies Broekman, miembro del grupo de investigación sobre Agua y Cambio Global del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF).
“Una sequía es un periodo prolongado en el tiempo en el que tienes una pluviometría media inferior a lo que debería ser. Se declara cuando es a largo plazo, porque llueve diferente y en general menos de lo que se necesita”, apunta Broekman.
Por este motivo, “un único episodio de mucha lluvia es solo un ingrediente de lo que podría ser un año húmedo, que en ese último caso sí que podría solucionar una sequía”. De hecho, asegura que “para recuperarnos de la actual sequía necesitamos al menos dos años más húmedos de lo normal o al menos, normal”.
Más allá de esta evidencia, la realidad de estos episodios de lluvia tan cortos e intensos es como si, de pronto, a una tierra que está muy seca le cae un cubo de agua: “No le da tiempo a absorberla”, explica Broekman.
Lo mismo comenta Raúl de la Calle, ingeniero forestal y secretario general del Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos Forestales (COITF), que apunta que cuando caen lluvias torrenciales, con mucha fuerza, se produce el fenómeno de la compactación: se reduce la porosidad del suelo y dificulta la infiltración del agua.
“Si cayera de una forma más lenta, podría llegar a nuestros acuíferos, pero, de esta manera, compacta el suelo y se va por escorrentía. El agua fluye ladera abajo, no penetra en el suelo y es un recurso que no vamos a poder disfrutar ni usar”, explica De la Calle. Además, “tienen un efecto de erosión del suelo muy importante”. Consiguen llevarse partículas del suelo, y afectan a su estructura: “Esa parte superior es la más fértil y la más valiosa”, explica.
Episodios como este en zonas que se han visto afectadas por el fuego recientemente pueden generar, además, una auténtica catástrofe. Como cuenta el experto, de las primeras medidas que se acometen tras un incendio es la restauración del suelo, porque si llega una lluvia como la que está afectando ahora al sureste peninsular, ese terreno se puede ver afectado sobremanera. Esa precipitación puede arrastrar el poco suelo fértil que quede.
Además, “puede haber contaminación del agua porque arrastra el suelo quemado a cauces que suele haber ladera abajo y es habitual ver ríos negros cuando ha habido un incendio forestal”, señala. Y cuanto más desnudo esté ese suelo, más se va a compactar. “Puede entrar en una vorágine que va perdiendo suelo y así hasta que se queda en la roca madre, prácticamente”.
Para Broekman es importante comprender estas dinámicas que, sobre todo, van a ser más habituales en un escenario de cambio climático. Como asegura, lluvias y sequías ha habido siempre, pero ahora suceden con mayor frecuencia e intensidad como consecuencia del calentamiento global.
“Es muy lógico porque la temperatura del agua y del aire ha aumentado, entonces estas descargas de agua evaporada serán más intensas también. Lo que eran extremos normales en nuestro patrón climático, se vuelven ahora más extremos. Y eso tiene un impacto muy grande sobre nuestros territorios”, señala la investigadora.
Según concluye, la lluvia buena, la que necesitamos para la agricultura o para los bosques, es la que está cambiando. Puede ser que en un año llueva la misma cantidad, pero se concentre en unos momentos específicos y de forma muy potente.
Por tanto, la experta considera que, si esta es la manera en la que va a llover, tenemos que adoptar medidas para gestionar mejor esta agua de escorrentía y es importante porque hay que garantizar que los suelos tengan suficiente cobertura vegetal. “Tenemos que ayudar a la naturaleza para que pueda acumular esta agua y se pueda guardar en acuíferos o reservas”.