El Amazonas es la mayor selva del planeta. Se extiende a lo largo de ocho países y ocupa una superficie de 7,5 millones de kilómetros cuadrados. Es de tal magnitud que en solo 10.000 metros cuadrados pueden encontrarse más tipos de árboles que en toda Europa. Es nuestro pulmón verde y, sin embargo, lo estamos conduciendo a una degradación sin precedentes. Mucho más de lo que se sabía hasta ahora.
Es lo que revela hoy un estudio publicado en Science por un equipo internacional de 35 científicos e investigadores de instituciones como la Universidad de Campinas (Unicamp) de Brasil, el Instituto de Investigación Ambiental de la Amazonía (IPAM), el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE) y la Universidad de Lancaster del Reino Unido.
Los hallazgos muestran cómo las actividades antropogénicas han degradado hasta el 38% de la superficie de la selva amazónica, equivalente a 10 veces el tamaño del Reino Unido. Para hacernos una idea de lo que suponen las nuevas cifras, los datos publicados por Science en el año 2020 mostraban una degradación media del 10%, y esto, unido a un 20% de deforestación, tan solo dejaba un 70% de bosque preservado.
La degradación es el hermano silencioso de la deforestación del Amazonas. Se produce por la acumulación de perturbaciones que acaban cambiando todo el ecosistema y su propio funcionamiento. Lo que antes era bosque puede comenzar a convertirse en sabana y se altera la capacidad del entorno natural para acumular agua y para capturar y almacenar dióxido de carbono.
Lo que le diferencia de la deforestación es que esta última elimina por completo el bosque y en su lugar se establece un nuevo uso de la tierra, dejando un terreno libre para actividades como la agricultura, la ganadería o la minería. Los ecosistemas muy degradados pueden perder casi todos los árboles, pero el uso que se hace del terreno en sí no cambia.
La información revelada ahora parte de una revisión analítica de datos científicos publicados anteriormente, basados en imágenes satelitales y una síntesis de datos publicados que describen los cambios en la región amazónica entre 2001 y 2018. Según lo estudiado, se han encontrado cuatro problemas graves: incendios forestales, efectos de borde (un fenómeno que se produce por la pérdida y fragmentación de hábitats), talas selectivas (como la tala ilegal) y sequía extrema.
En una revisión relacionada publicada hoy en la misma revista científica, James Albert y sus colegas resumen los hallazgos clave del Informe de Evaluación del Panel Científico para la Amazonía (SPA) de 2021. Los expertos muestran cómo estas actividades humanas están cambiando los ecosistemas amazónicos a un ritmo cientos de miles de veces más rápido que cualquier otro cambio natural o antropogénico del pasado.
“A medida que nos acercamos a un punto de inflexión irreversible para la Amazonía, la comunidad mundial debe darse prisa y actuar ahora. Se han identificado con éxito políticas para prevenir los peores resultados; la implementación es solo una cuestión de liderazgo y voluntad política”, escriben los autores.
Una 'bomba' de carbono
Asimismo, en el análisis global publicado en Science, David Lapola y sus colegas apuntan que los 2,5 millones de kilómetros de selva degradada son prácticamente una bomba de carbono. Generan unas emisiones aún mayores que la deforestación y van a seguir siendo una fuente dominante de emisiones de carbono independientemente de las tasas de deforestación.
Los científicos que lo estudian han calculado que la selva podría emitir 200 billones de toneladas en los próximos 30 años. Es decir, lo mismo que ha emitido el mundo en los últimos cinco años.
Jos Barlow, profesor de ciencias de la conservación en la Universidad de Lancaster en el Reino Unido y coautor del artículo, apunta que "a pesar de la incertidumbre sobre el efecto total de estas perturbaciones, está claro que su efecto acumulativo puede ser tan importante como la deforestación por las emisiones de carbono y la pérdida de biodiversidad".Y, además, es que son consecuencias que van más allá de la época actual.
En una proyección realizada por el equipo para 2050, los cuatro factores de degradación seguirán siendo las principales fuentes de emisiones de carbono a la atmósfera, independientemente del crecimiento o la supresión de la deforestación del bosque.
Lapola apunta que, “incluso en un escenario optimista, cuando no haya más deforestación, los efectos del cambio climático harán que continúe la degradación del bosque, lo que generará más emisiones de carbono". Por este motivo, los hallazgos sitúan en primer plano dos acciones urgentes que acometer a nivel mundial, como son la reducción drástica de emisiones para frenar el cambio climático, así como poner fin a perturbaciones como la deforestación.
Según los hallazgos, los autores proponen crear un sistema de monitoreo de la degradación forestal, así como de prevención y contención de la tala ilegal y control del uso del fuego. Hablan de "bosques inteligentes" que, al igual que con la idea de "ciudades inteligentes", se utilizarían diferentes tipos de tecnologías y sensores para recopilar datos útiles y mejorar así la calidad del medioambiente y de este enclave natural en particular.
"Las acciones y políticas públicas y privadas para frenar la deforestación no necesariamente abordarán también la degradación", apunta Lapola, por lo que “es necesario invertir en estrategias innovadoras”.
Qué ha pasado con el Amazonas
El Gobierno del ultraderechista Jair Bolsonaro en Brasil le ha hecho un flaco favor a la preservación del Amazonas, que mantiene un 68% de su superficie en este país. Durante su mandato, la parte de selva en territorio brasileño cumplió un récord de destrucción preocupante.
Según los datos analizados por el Sistema de Detección de la Deforestación en Tiempo Real (DETER, por las siglas en inglés), la deforestación aumentó un 150% en diciembre de 2022 respecto al mismo período del año anterior. Se perdieron 87,2 kilómetros cuadrados más de vegetación.
Una deforestación que se ha visto alimentada por el negocio ilícito de la madera talada en la selva, la obtención ilegal de oro en tierras protegidas y la creación de espacios agrícolas tanto para el alimento de los animales de ganadería industrial como para la exportación de alimentos como la soja. Y en esto último la Unión Europea guarda parte de culpa.
Según un artículo de Science, entre el 18% y el 22% de la soja y de la carne que exporta anualmente el país brasileño a la UE procede de la actividad ilegal llevada a cabo en la Amazonía. De hecho, el informe acusaba a Bolsonaro de “alentar” estas actividades ilícitas llegando a desafiar el propio código forestal del país. Algo que se espera que se ponga fin con el nuevo gobierno de Lula da Silva.
Además de esto, el Amazonas sufrió este verano una de sus peores sequías. La falta de agua del río, en mínimos históricos, dejó los barcos varados y dio cuenta de que este ecosistema tan preciado tampoco escapa a los efectos del calentamiento global antropogénico.