Aún existen ciertas dudas sobre quién descubrió el ozono. Se dice que fue un químico neerlandés el que, mientras realizaba unos experimentos, percibió un olor extraño parecido al acre que, años más tarde, volvió a ser captado por otro científico alemán. Hallaron, casi por serendipia, su capacidad más beneficiosa, aquella capaz de desinfectar el aire y el agua.
Pero el ozono, cuando se forma en la troposfera, cambia totalmente de personalidad. La reacción entre una radiación solar intensa como la de este verano y otros contaminantes procedentes de la actividad humana –como el transporte o actividades industriales– le convierte en uno de los gases más peligrosos y de los que más atención reciben por las agencias de salud a nivel mundial.
El último informe publicado por Ecologistas en Acción ha evaluado su incidencia en España y no arroja muy buenos resultados. Hasta el 30 de septiembre, el documento recoge la información publicada en las páginas Web de calidad del aire de las distintas administraciones y de AENA y concluye que este año la contaminación por ozono ha vuelto a repuntar respecto a los dos años anteriores.
En base al estándar legal de medición, estos datos se configuran por trienios, por lo que los dos períodos que preceden a este 2022 se ven influenciados por las bajas emisiones que se produjeron por las restricciones impuestas por la Covid-19. No obstante, se siguen excediendo los límites recomendados como saludables por la Organización Mundial de la Salud (OMS), y eso es lo preocupante.
Para entender bien el contexto hay que tener en cuenta que hay dos tipos de mediciones. Por un lado, las legales –marcadas por la legislación de la Unión Europea en su Directiva 2008/50/CE– mucho más permisivas que las que propone la OMS. La agencia, de hecho, endureció hace un año los niveles recomendados para el ozono dados los efectos nocivos de este contaminante sobre la salud humana.
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Si se tienen en cuenta los límites de la legislación, se habrían visto expuestas a concentraciones peligrosas de ozono un total de 1,3 millones de personas (un 2,7% de la población) en nuestro país. Esto, según los datos del informe de Ecologistas, supone un descenso de entre 8 y 10 millones de personas afectadas respecto a los años anteriores a la pandemia, la cifra más baja desde la entrada en vigor del objetivo legal, en 2010.
Ahora bien, según los criterios de la OMS, la población que ha respirado aire contaminado por ozono durante 2022 se dispara hasta los 46,8 millones de personas, es decir, un 98,7% de la población. Esta situación supone un aumento de entre 5 y 10 millones de personas afectadas respecto a los años anteriores a la pandemia, la cifra más alta de personas afectadas en la última década. Eso sí, bajo los nuevos límites establecidos por la agencia de Naciones Unidas.
De la exposición a estos niveles peligrosos de ozono sólo se habrían salvado las zonas del norte de Gran Canaria y Tenerife y las ciudades de Logroño y Pontevedra. Según lo legal, las zonas más afectadas habrían sido únicamente algunas zonas de la Comunidad de Madrid y del interior de Cataluña.
Un aliado mortífero
La reciente información revelada por Ecologistas en Acción es una prueba más de que es urgente reducir las fuentes emisoras de contaminantes a la atmósfera. Y lo es porque, en lo que tiene que ver con el ozono, los niveles suben por dos motivos: una mayor radiación solar y una mayor contaminación del transporte, centrales termoeléctricas o actividades industriales.
Lo que ha ocurrido este año es que se ha dado un factor que ha influido en este nuevo repunte. Hemos tenido el verano más cálido en 60 años, algo que puede convertirse en una tendencia a medio plazo. La propia Agencia Estatal de Meteorología (AEMET), de hecho, alertaba hace una semana de que los veranos duraban 40 días más que en los años 80, y que este año se habían batido varios récords de calor consecutivos desde el mes de mayo.
La cuestión ya no es sólo cómo el calor influye en el aumento de la contaminación de gases como el ozono troposférico. Las altas temperaturas también matan por sí solas. En nuestro país, de acuerdo con los datos del Instituto de Salud Carlos III, entre el 1 de enero de 2020 y el 27 de septiembre de 2022, se han producido 11.286 muertes atribuibles a las temperaturas. Este verano, en particular, suma 4.800 decesos.
Si a estas cifras se suman los efectos nocivos de la contaminación, la factura humana y sanitaria no es nada despreciable. Contaminantes como el ozono, por ejemplo, causan cada año entre 1.500 y 1.800 muertes en el Estado español, según la Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA). Además, afecta a los estratos de la población más vulnerable, como son los niños, mayores, mujeres embarazadas y quienes padecen enfermedades cardiorrespiratorias crónicas.
Además de la mortalidad, la exposición a altos niveles de ozono provoca efectos adversos en la función respiratoria, por lo que puede desencadenar inflamación pulmonar, insuficiencia respiratoria, asma y otras enfermedades broncopulmonares. También se encuentran evidencias de que, a largo plazo, deteriora la salud reproductiva.
Estos efectos no solo afectan al organismo humano, sino también a los recursos de los que nos nutrimos. Tiene importantes repercusiones sobre la tierra y sobre todo lo que cultivamos en ella. El ozono llega a reducir la productividad de las plantas, aumentando su vulnerabilidad a las enfermedades y plagas o incrementando de manera excesiva los nutrientes presentes en el agua y el suelo (eutrofización).
Sin ir más lejos, la AEMA señala a Italia y a España como los dos países europeos con mayores daños de la contaminación por ozono sobre la agricultura, afectando en nuestro país, según esta fuente a dos terceras partes de la superficie cultivada.
Como recuerda el informe de Ecologistas publicado ahora, el coste sanitario y laboral de la contaminación por ozono fue de 5.000 millones de euros en 2013, un 0,33 % del PIB español, según el Banco Mundial, sin considerar los daños provocados sobre los cultivos y los ecosistemas naturales.
Sólo los costes económicos de la menor producción de dos cultivos como trigo y tomate, por su exposición al ozono en España, se estimaron en 800 millones de euros en el año 2000, el 3,2% del PIB agrícola.
Faltan planes anti polución
Por este motivo, desde la organización, denuncian que “la información a la ciudadanía por parte de las administraciones públicas no es ni adecuada ni ajustada a la gravedad del problema”. Razón por la que se ha solicitado al Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO) que exija a las comunidades autónomas que cumplan con sus obligaciones en la materia.
Además, se ha pedido al Ministerio que agilice su propio Plan Nacional de Ozono, comprometido en 2015 y no retomado hasta 2020. Y es que, hasta la fecha, se han desarrollado estudios sobre la dinámica regional del ozono en España, sin concretar los objetivos y las medidas del Plan Nacional.
“A dos meses para que venza el plazo para que todas las ciudades de más de 50.000 habitantes establezcan zonas de bajas emisiones, para mejorar la calidad del aire y mitigar el cambio climático, pocas han cumplido esta obligación legal”, denuncia Ecologistas. Por ello, pide a los alcaldes que prioricen la salud de sus vecinos sobre cálculos electorales poco justificados.
Recuerdan que las principales vías de actuación para reducir la contaminación del aire por ozono son la disminución del tráfico motorizado, la adopción de las mejores técnicas industriales disponibles, la sustitución de los disolventes orgánicos por agua, el ahorro y la eficiencia energética y el apoyo a las energías renovables en sustitución de las fósiles.
La organización recuerda cómo la crisis de la Covid-19 puso de manifiesto que la reducción estructural del transporte y la descarbonización de la industria y los edificios son las mejores herramientas para mejorar la calidad del aire que respiramos, en las ciudades y en las zonas rurales, también en el caso del ozono. Insisten en que “la dramática situación creada por la pandemia ha corroborado que la reducción de las emisiones de precursores sí es efectiva para combatir la contaminación por ozono”.