El folclore japonés sugiere que la práctica del ubasute fue real. Esta tradición, que con muchas distancias hoy podría asemejarse a una cruel forma de eutanasia, consistía en llevar a los enfermos y ancianos a lugares remotos e inhóspitos, como una montaña, para deshacerse de ellos. Las severas hambrunas padecidas por la población rural durante los histórico periodos de guerras y pobreza extrema de Japón llevaron a algunas sociedades a plantearse nuevas técnicas de supervivencia. Acabar con los más débiles era una forma de asegurarse que la comida llegaba a una boca que pudiese contribuir a la supervivencia familiar. Es decir, a alguien joven y productivo.
La película La balada de Narayama (1958) del prolífico cineasta Keisuke Kinoshita relata con especial crudeza esta monstruosa práctica. Inspirada en una novela homónima de 1956 escrita por Shichiro Fukazawa, presenta la historia ficticia de una aldea rural que vive en la indigencia. En ella, una anciana de 70 años se prepara para viajar al monte Narayama, un lugar ancestral y místico en el que los dioses reciben a los más mayores para "llevarlos al más allá", según reza la tradición.
Humillada por sus vecinos por "tener demasiados dientes" (el pueblo practica danzas y cánticos burlándose de ella, con su nieto como máximo impulsor de la deshonra), la protagonista decide destrozárselos contra un pilón de piedra. No para de repetir que no es digna de haber llegado a la vejez en tan buenas condiciones. Por eso suplica con fervor y casi rozando el entusiasmo que su hijo la acompañe, según dicta la tradición, al lugar al que los "viejos van a morir". De lo contrario, será un estorbo y manchará la poca reputación que pueda llegar a tener una familia tan pobre como la suya.
La película de Kinoshita plantea que la pobreza (ODS 1: fin de la pobreza), la desigualdad de clases y la turbulenta situación política y económica de un país que deja de lado a sus ciudadanos más vulnerables acaba generando prácticas abominables como el "senicidio" del ubasute. Para denunciarlo, el cineasta toma los rasgos distintivos del teatro kabuki japonés –una forma de representación escénica tradicional– e incluye un narrador o nagauta acompañado de un shamisen, una suerte de banjo de tres cuerdas, a través de cuyos cánticos se resalta el carácter onírico de una historia especialmente cruel.
También utiliza trampantojos que le permiten jugar con la iluminación y el color, sugiriendo estados de ánimo a través de unas imágenes que parecen tableaux vivants o cuadros en movimiento, lo que convierte la película, más allá de su mensaje, en una rareza que tiene más de teatro filmado que de narración convencional (años después, en 1983, Shohei Imamura filmaría un remake mucho más naturalista).
Leyendas y tradiciones fantasmagóricas
Existen dudas sobre si hay más ficción que realidad en los cuentos que hablan de ancianos y enfermos llevados a esta suerte de mataderos en forma de bosques y montañas. Desde luego, no era una práctica normalizada, como tampoco lo fue la de lanzar niños deformes al Taigeto en época espartana o la de abandonar en zonas heladas a los esquimales más ancianos.
Sin embargo, si autores como Plutarco y los primeros historiadores que viajaron a las gélidas tierras de Nanook recogieron en sus textos prácticas similares, aunque fuesen anecdóticas, lo más probable es que el ubasute japonés existiera, incluso de forma residual o circunscrito a las zonas más empobrecidas de la época feudal japonesa, como el norte del país.
En el caso nipón sólo se guardan registros de cuentos, leyendas y canciones que advierten del daño moral que supone abandonar a los ancianos, pero algunos historiadores apuntan a que para que exista la denuncia debe haber un acto previo que denunciar. Y lo más probable es que el ubasute ocurriera durante las numerosas guerras fratricidas que dieron origen a los sucesivos periodos y dinastías de Japón (Satsumon, Ainu, Edo...). Como bien recuerda la tradición literaria y cinematográfica japonesa, el pueblo sufrió una miseria absoluta que sacó lo peor del ser humano.
Cintas como Onibaba de Kaneto Shindo, sobre dos mujeres que asesinaban a samuráis heridos para revender sus armaduras y así poder tener algo de dinero para comer; El intendente Sansho, de Kenji Mizoguchi, donde hasta los hijos de un príncipe se convierten en mano de obra de esclavistas; Ran, de Akira Kurosawa, que relata la indigencia moral de los herederos de un poderoso señor que son capaces de sembrar el caos y la guerra sólo por coneguir poder; El gato negro, donde dos mujeres son violadas y asesinadas sólo para satisfacer a unos samuráis; o incluso Los bajos fondos, en la que se enmarca la penosa vida social en el Tokio feudal, fuente de insatisfacción, violencia y locura, dan buena cuenta de cómo el arte cinematográfico de japón está plagado de estos relatos que rezuman una triste verdad histórica.
Sin embargo, en tiempos más recientes el ubasute parece haber vuelto de una forma mucho más sutil. Así lo denuncia Yasujiro Ozu en Cuentos de Tokio, donde presenta la historia de dos ancianos que son ignorados por sus hijos y enviados a un balneario para "librarse" de ellos. Una práctica que, lejos de desaparecer, se mantiene en el tiempo, ya que la severa crisis demográfica que experimenta Japón –uno de los países más envejecidos y con menor relevo generacional del mundo– obliga a muchas familias a desatenderse de sus mayores.
"Hay muchas personas que tienen fuente de ingresos o ahorros pero que aún así viven en la indigencia y se pelean de forma terrible con sus seres queridos porque no pueden cuidarse a sí mismos", explicaba en una entrevista con Times London una trabajadora social japonesa. "Se muestran reacios a pedir ayuda porque lo consideran 'vergonzoso'". A raíz de eso, se produce un abandono cada vez mayor de ancianos en hospitales o centros de caridad.
Un ejemplo de ello se vivió en 2017, cuando una mujer de 49 años fue detenida por abandonar a su padre, de 79, enfermo de alzhéimer, en una estación de metro. "Creía que era mejor si acababa en un centro médico tras ser encontrado por la policía", dijo cuando fue detenida por las autoridades. En 2011, una mujer de 63 años abandonó a su hermana mayor en las montañas de Chiba, al este de Tokio, con un poco de comida para que no muriese desnutrida. Son sólo dos ejemplos de cómo el ubasute, la práctica de abandonar a los ancianos, se sigue practicando bajo nuevas formas mucho más sutiles.
Antes de culpar a quienes ponen en práctica estos actos vergonzosos e inhumanos, todos los autores de las películas anteriormente citadas sugieren que también es necesario señalar qué condiciones socioculturales y económicas rigen en las sociedades para que la desesperación y la pobreza deriven en prácticas tan monstruosas. Ese es, quizás, el gran valor de La balada de Narayama: no centrarse tanto en el qué sino el porqué.