Las advertencias que lleva lanzando la ciencia durante años están dejando de ser letras y cifras de un informe. Son ya parte de nuestra realidad. Hace más calor y las sequías, cada vez, causan más estragos.
En la Convención de Naciones Unidas celebrada en el Museo Reina Sofía, Teresa Ribera, ministra para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, asegura que “nuestra planificación hidrológica ya no trabaja con promedios, sino con escenarios extremos”. Insiste que, en España, la relación entre el agua y la sequía “es un clásico” y “la situación de emergencia debe ser gestionada”.
Si hay una palabra que se ha repetido durante el encuentro es anticipación. Como apunta la ministra, la preocupación por las sequías y la capacidad para estar preparados ante estos eventos deben ganar espacio y cuanto antes.
“El impacto sobre zonas del Mediterráneo como España son enormemente preocupantes”, lamenta Ribera. No obstante, recuerda que “estamos más preparados, porque sufrimos más eventos como las sequías y no podemos permitirnos el lujo de no llevar a la práctica lo que hemos aprendido”.
Según datos del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO), los climas más áridos de nuestro país como los que presentan el sureste de la Península y Canarias oriental y, con menor intensidad, el Valle del Ebro y zonas de la Meseta Sur podrían extenderse a otras regiones en las próximas décadas.
De hecho, zonas naturales como la Ribera de Navarra, los parajes del Parque Regional del sureste de la Comunidad de Madrid, la isla de Menorca, la Zona de Especial Conservación de El Piélago, o el clima de la microrreserva del Salar de Agramón en Albacete, notarán una subida del 1,5ºC de media y un descenso en las precipitaciones de hasta el 14% de aquí a 2065.
Durante la Convención, la ministra ha señalado que olas de calor tempranas e intensas como la que está experimentando estos días casi la totalidad del país nos muestran una de las peores caras del cambio climático y lo que puede suponer para la salud y vida de las personas. “En España, tenemos que prepararnos”, reitera.
De momento, en nuestro país contamos con la Declaración de Emergencia Climática y Medioambiental aprobada en enero de 2020, por la que el Gobierno se comprometía a elaborar una estrategia nacional de lucha contra la desertificación. Desde el MITECO apuntan que esta herramienta se está ultimando y se aprobará próximamente.
En ella, se establece un marco de medidas en torno a la planificación y ejecución de medidas de conservación de suelos y aguas y la restauración de zonas degradadas; el refuerzo de la cooperación y coordinación institucional (intersectorial y territorial) y mejora de la gobernanza; y el aumento del conocimiento y de la sensibilización de la sociedad.
Como apunta Ribera, por un lado, “es difícil responder a un desafío de estas características si no existe una concepción de la sociedad de los fundamental de trabajar en este campo”; y, por otro, lanza un mensaje de esperanza, y es que es posible llevar a cabo una restauración de suelos y ecosistemas.
Entre otras herramientas, esta estrategia nacional contará con un Atlas de Desertificación, de tal forma que se puedan analizar los riesgos y facilitar la toma efectiva de decisiones para acometer las actuaciones precisas.
La desertificación, al final, se define como la degradación de las tierras de zonas secas y tiene importantes impactos económicos, sociales y ambientales, como la pérdida de productividad de la tierra, el aumento de la despoblación en zonas rurales o la pérdida de biodiversidad.
Además, en última instancia, la desertificación puede implicar, según las previsiones, el deterioro irreversible y la disponibilidad de los recursos naturales terrestres: suelo, agua y vegetación, lo que limita las oportunidades de desarrollo y las condiciones de vida de las poblaciones afectadas.
Un caso de éxito
“La ciencia puede llevar a la acción”, asegura Elena López Gunn, investigadora y miembro del Grupo II del IPCC sobre adaptación al cambio climático. Cuenta que “tenemos que ver que esta adecuación es una oportunidad de transformación de nuestros sistemas, porque están en una situación crítica”.
En este sentido, pone el ejemplo del acuífero de Medina del Campo, en Valladolid. Es uno de los más grandes de Europa y está en mal estado cualitativo y cuantitativo. Aquí, la solución empezó por definir cuáles eran los problemas que percibían aquellos que viven las consecuencias directas del empeoramiento de este recurso.
Como cuenta López Gunn, existe un binomio ineludible entre agua y suelo, y por ello, “cuando se habla de buena gestión del suelo, se habla también de mitigación para el sistema hídrico”. Al final, recuerda la investigadora, lo que se busca es evitar daños e invertir ahora en esfuerzos para que sean menores en un futuro.
Sobre el terreno, asegura la experta, lo que más preocupaba era la escasez de agua y su dimensión social. “En función de eso [de sus preocupaciones], se definieron una serie de medidas”, cuenta López Gunn, que insiste en que “tenemos que trabajar con la naturaleza, no contra ella”.
Entre las acciones que se establecieron están aquellas enfocadas a la conservación de los suelos y a cambiar prácticas agrarias. Se propuso, por ejemplo, hacer un cambio de cultivos, que es una medida de adaptación recogida en los informes del IPCC.
“Se pudo simular ese pack de medidas y se ha comprobado que se pueden generar más trabajos y más ingresos”, comenta la investigadora. Añade que se ha podido involucrar a diferentes actores en todo el diseño, y lo que se consiguió es la implementación de estas medidas al plan de cuenca con los fondos europeos LIFE.