Arqueología bajo el mar: galeones, huracanes y naufragios, así ha sido el último debate que ha subido al escenario del salón de actos de la Fundación Ramón Areces. Situada en lo centro de la capital madrileña, el pasado 30 de septiembre se dieron cita diferentes expertos en arqueología para acercar posturas entre España y República Dominicana.
Y es que precisamente este 2024 —en concreto, el 24 de agosto— se cumplen 300 años del naufragio de los pecios del Guadalupe y el Tolosa en la bahía de Samaná. Lo que ha convertido esta fecha en una excelente ocasión para, dicen desde la fundación, "revisitar la historia de estos dos barcos mediante este encuentro hispano-dominicano sobre el patrimonio cultural subacuático".
Coordinado por Cruz Apestegui, co-director del Proyecto Galeones de Azogue y miembro de la Asociación de Amigos del Patrimonio Cultural Dominicano, y Carlos León, Phd en Arqueología por la Universidad Autónoma de Madrid y co-director del Proyecto Galeones de Azogue, esta jornada ha comenzado de la mano de Raimundo Pérez-Hernández y Torra, director general de la Fundación Ramón Areces.
"La República Dominicana posee el mayor número de naufragios de la región", aseguraba al inicio de su discurso. Y gracias a programas de arqueología submarina, como el puesto en marcha en 1994, se ha permitido acceder a varios navíos españoles, entre ellos, el de Nuestra Señora de Guadalupe, con más de 5.000 objetos extraídos, y que conforma uno de los más de 65 naufragios que tuvieron lugar en las costas dominicanas.
Por eso, con motivo de esta unión entre ambas naciones, indica Pérez-Hernández y Torra, "este evento se replicará en República Dominicana el año que viene para que se conozca esta historia a ambos lados del Atlántico". Porque, en palabras del director general —y citando a Federico García Lorca—, "el español que no conoce América, no sabe lo que es España".
Compromiso subacuático
Santiago Herrero, director de Relaciones Culturales y Científicas de AECID, definía el territorio español como "uno de los más comprometidos con el patrimonio subacuático". Un interés que, dice, también comparten los países latinoamericanos, razón por la que "en los últimos 20 años se han promovido todo tipo de acciones de protección".
Sin embargo, para que estas acciones lleguen a buen puerto —nunca mejor dicho— ha manifestado la importancia de "la coordinación entre instituciones dentro del gobierno español" para que "salgan todos los objetivos".
Además, ha destacado el papel de Iberoamérica en este contexto. "Es un patrimonio que tenemos que cuidar, pero en conjunto con nuestras contrapartes, solos no podemos llegar a ningún sitio", subrayaba.
Y como esto "va de mares y de buques", también ha sido clave la intervención de Enrique Torres Piñeyro, director del Instituto de Historia y Cultura Nava y almirante de la Armada Española. Quien ha dejado claro que pese a que "la armada no hace arqueología, sí tiene cometidos derivados de la gestión vigente en la que se fijan las acciones de cooperación, vigilancia, protección y de apoyo por preservar al patrimonio subacuático".
República Dominicana
Pero para comprender esta narrativa es preciso retroceder algunos años atrás, porque, como decía Gamal Michelén, viceministro de Patrimonio Cultural en el Ministerio de Cultura de la República Dominicana, —y recurriendo a una frase icónica en la película de Titanic (1997)—, "el corazón de una mujer es como un océano lleno de secretos" y hay que desentrañar todos esos secretos para comprender la plenitud de lo que este [el océano] esconde.
Por ello, considera a su tierra un pilar fundamental en lo que a naufragios se refiere, señalándolos como "la historia nuestra". Porque, asegura Mónica Gutiérrez, directora del Museo de las Atarazanas Reales de Santo Domingo: "España y República Dominicana tenemos nexos imborrables y, en la primera mitad del siglo XVI, Santo Domingo se convirtió en un punto geográfico clave que obligaba al paso de los pecios".
Sin embargo, no solo ha sido parte de su historia nacional; también ha sido un territorio de vital importancia para muchos otros lugares. De hecho, explica Michelén, fue en La Española donde "Hernán Cortés y Francisco Pizarro planificaron la conquista de los incas".
Además, el viceministro ha subrayado la importancia de conocer la totalidad de lo ocurrido y hacerlo basándose en la veracidad de los hechos. "La historia no puede ser especulativa, es sencillamente lo que sucedió. No puedes verla en un contexto tan maniqueo, sino sencillamente en lo que es", exponía. Y precisamente, partiendo de esa visión es cuando, confiesa, "entendí el poema del patrimonio".
300 años de historia
Con la ruta Santo Domingo-Sevilla como el primer circuito comercial entre España y las Indias, Frank Moya Pons, Phd en Historia Latinoamericana por la Universidad de Colombia y presidente de la Academia Dominicana de Historia, hace un barrido a la evolución de la navegación y los circuitos comerciales en el Caribe en los hilos XVII y XVIII.
Este primer recorrido, que fue sustituido por trayecto Cádiz-La Habana, permitió un comercio libre. Así, explica, los constructores de los barcos navales "aprendieron a hacer barcos especializados para el comercio de esclavos", quedando el transporte del azúcar y demás especias separados.
Pero, poniendo el foco en el acto central de este encuentro, Cruz Apestegui y Carlos León ponen los puntos sobre las 'íes' en el naufragio del Guadalupe y el Tolosa. Porque, cuenta Apestegui, "la historia del Guadalupe nace de un hallazgo casual de dos pescadores que buscaban caracoles y se encuentran una serie de botijas y tesoros".
Y es que, con el objetivo de aumentar la producción de oro y plata, estos dos navíos repletos de mercurio se dirigieron hacia aguas americanas, pero un huracán y un temporal de alta intensidad impidió que pudieran llegar a puerto. En el caso del Guadalupe, tomaron las anclas, lo que, sumado a otras acciones, resulto con muchos supervivientes; a diferencia del Tolosa, que se perdió en la tormenta y tan solo unos pocos hombres lograron salir con vida.
Un patrimonio invisible
"El patrimonio está vivo, hay que transmitirlo y no solo protegerlo, hay que darlo a conocer", aseguraba María Agúndez, subdirectora general de gestión y coordinación de bienes culturales del Ministerio de Cultura de España, al inicio de su intervención. "Lo más importante es que la gente crea que es suyo, que le pertenece y, a partir de ahí, protegerlo", añadía.
Motivo por el que insiste, "lo más importante es la difusión para protegerlo". Aunque hace hincapié en la labor de la formación en arqueología subacuática, porque, indica, "no existen muchos".
¿El motivo de esta falta de especialistas? Puede que su "invisibilidad", tal como narra Carlota Pérez-Reverte, arqueóloga subacuático y Phd en Arqueología por la Universidad de Cádiz: "Las rutas de navegación son invisibles, son una construcción que está en la mente de quienes habitan esos espacios. Para quien conoce estos códigos, este espacio se puede leer, para quien no los tiene, es extremadamente complicado".
Porque, dice, a pesar de la facilidad de crear un vínculo con algo que puedes ver, como, por ejemplo, un yacimiento romano, no ocurre de la misma forma con aquello a lo que no alcanzan los ojos, como es el caso de los buques naufragados en el puerto de Cartagena.
"Cuando la gente piensa en el Titanic, lo imagina con todas las personas abordo porque es mucho más fácil establecer conexiones emocionales con rostros que con objetivos. Se busca contar historias con las que empatizar", expone Pérez-Reverte. "Un barco es un lugar muy pequeño en el que coinciden muchas personas muy diferentes, con objetos muy diferentes y se juntan en un momento concreto para llegar a un sitio", continúa.
Por eso, dice, "esas historias no terminan en el momento del naufragio" y lo compara con la honda que genera una piedra cuando se tira a un estanque. "Los arqueólogos acudimos a los pecios como cápsulas del tiempo. Nos encontramos una maraña de hilos que tapa el barco y nosotros los vamos deshaciendo poco a poco, vamos tirando y luego a partir de ello tejemos nuevas historias", concluye.