Lorena sale temprano de casa para ir a la oficina. Les deja a sus niños el desayuno y la comida lista, así que lleva ya horas en pie. Ellos se levantarán y ella no estará en casa para prepararlos para el cole. Tampoco cuando vuelvan. En el autobús, una notificación del banco la amenaza: "Su saldo está a punto de agotarse", reza.
Aún quedan dos semanas de mes por delante. Echa cuentas y llega a una conclusión: tendrá que volver a recurrir al banco de alimentos, o esperar en una cola del hambre, para comer este mes.
Tan solo pensarlo le provoca un pinchazo en el estómago y una presión en el pecho que le impide respirar. Aunque, bueno, piensa, lleva sin llenar los pulmones de verdad desde que les subieron el alquiler, que 'se come' casi todo su sueldo. Y eso que trabaja en una oficina y de lo suyo.
Lorena es un personaje ficticio que, en realidad, no se aleja de la realidad española. También podría cambiarse su nombre, por ejemplo, por Lauren, y situarse en Reino Unido. O en cualquier otro lugar europeo o norteamericano donde la inflación ha hecho mella en aquellos sueldos que ya no eran muy altos antes. Y es que esta dramatización, por desgracia, no le es ajena a todas aquellas personas que viven al borde de la pobreza, sin llegar a caer en ella.
La ansiedad, el estrés o la depresión se convierten en el 'pan de cada día' para muchas de ellas. Cuando cuesta llegar a fin de mes, la salud mental se resiente. Porque, como explica el profesor de Antropología Social y Psicoterapia británico James Davies en una entrevista con ENCLAVE ODS, la mayor parte de estos problemas "derivan de su entorno, de su contexto socioeconómico y la falta de apoyos".
Y eso es algo que, por ejemplo, el Barómetro Juvenil 2023. Salud y Bienestar, publicado por Fad Juventud, deja también claro: 1 de cada 3 jóvenes en España ha pensado en suicidarse, y en ello su poder adquisitivo juega un papel esencial.
Un estudio publicado este verano en la revista científica Nature Human Behaviour por las universidades de Ámsterdam, Edimburgo y Módena confirma, además, la causalidad entre mente y pobreza. Su investigación muestra que, si bien ciertos problemas de salud mental pueden perjudicar la estabilidad financiera, la pobreza es también uno de los factores causales que conducen a problemas de salud mental.
Causalidad, no casualidad
Según indican los propios investigadores, otros estudios anteriores ya habían demostrado "una fuerte correlación entre la pobreza y problemas de salud mental". Sin embargo, separar causa y efecto suele resultar difícil. Y explican: "Las consecuencias de la enfermedad mental pueden afectar a la situación financiera de una persona, por ejemplo, si no puede trabajar bien o tiene mayores gastos médicos". Pero, aseguran, "las circunstancias económicas difíciles también pueden causar problemas psicológicos".
Uno de los autores principales del texto, Marco Boks, psiquiatra del Centro Médico Universitario de Ámsterdam, señala que "este estudio indica que ciertos problemas de salud mental pueden hacer que la situación financiera de una persona sea incierta. Pero, por el contrario, también vemos que la precariedad puede conducir a problemas de salud mental".
Boks pone varios ejemplos: "Descubrimos que la esquizofrenia y el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) contribuyen causalmente a la pobreza. En cambio, la pobreza contribuye a un trastorno depresivo mayor y a la esquizofrenia". Y añade que, sin embargo, "el riesgo de anorexia nerviosa se reduce cuando hay pobreza".
Para llevar a cabo su investigación, utilizaron información recogida por el Consorcio Internacional de Genómica Psiquiátrica y el Biobank de Reino Unido. Lo que hicieron fue establecer los niveles de ingresos por hogar, la precariedad laboral y las carencias sociales de las personas para catalogarlas según su poder adquisitivo.
Después, el equipo de las tres universidades cogió la información genética de los participantes en el estudio y le aplicaron la técnica conocida como "aleatorización mendeliana" para desentrañar la relación entre ingresos y salud mental. Los propios investigadores explican que se trata de un "método para determinar la influencia de los factores de riesgo en una enfermedad" que mide la "variación de los genes que son más comunes en ciertos rasgos".
Así, explica David Hill, genetista estadístico de la Universidad de Edimburgo y autor del estudio, fueron capaces de "capturar los aspectos de la precariedad que compartidos por todos los individuos, los hogares y las áreas en las que vivían". Esto, dice, les permitió "identificar mejor los efectos causales de la pobreza en la salud mental".
El círculo vicioso de la precariedad
Los propios autores del estudio reconocen que su trabajo es una pieza más del puzle que ayuda a arrojar luz sobre las interconexiones tan estrechas que hay entre la salud psicológica de las personas y pobreza. Por ello, aseguran, es "importante para hacer políticas" adecuadas para atajar el problema.
"Al reconocer la influencia recíproca entre precariedad y salud mental, los legisladores pueden desarrollar intervenciones más efectivas para romper el círculo de la pobreza y las enfermedades mentales", indica el texto de la investigación. Además, Boks insiste en que su investigación proporciona "evidencia científica sólida de que es necesario prestarle atención a los factores sociales cuando se hurga en los motivos del desarrollo de problemas de salud mental".
La investigación, matiza Boks, al usar datos genéticos, demuestra que "la pobreza no va de genes". Más bien, insiste, es al contrario: "Se trata de un factor medioambiental modificable que, al eliminarse, mejora la salud mental de las personas".
A fin de cuentas, como dice el psiquiatra de la Universidad de Módena, Mattia Marchi, este estudio "sugiere" algo vital: que la "reducción de las desigualdades podría derivar en una mejora sustancial de la salud pública".
La peligrosa 'curva' de la pobreza
Estos investigadores no son los únicos que señalan a la correlación entre salud mental y precariedad para hablar sobre cómo estos dos factores aparentemente independientes se retroalimentan. Ya en 2020, un informe de la Fundación Pere Tarrés puso sobre la mesa cómo determina la salud física y mental —de los niños, en este caso— la situación social, económica y el género.
Asimismo, la Universidad de Harvard y el MIT publicaron ese mismo año un artículo en la revista Science titulado Pobreza, depresión y ansiedad: evidencias causales y mecanismos, en el que se destacaba que las personas con ingresos más bajos tienen entre 1,5 y 3 veces más probabilidades que los ricos de sufrir depresión o ansiedad.
En una publicación de la Confederación Salud Mental España, el profesor e investigador de la Universidad de Lleida, Xavier Martín, explica que la relación entre precariedad y salud mental viene a ser una "curva peligrosa", como esas en la que "se registran más accidentes". Y dice: "No todo el mundo que pasa por una de estas curvas va a tener necesariamente un accidente, pero si no se toman medidas para corregirla y hacerla más recta, está claro que seguirá habiendo más riesgo de accidentes".
Es decir, las situaciones de riesgo de pobreza y precariedad no necesariamente llevan aparejadas problemas de salud mental. Sin embargo, sí que es más probable que una persona que viva en ese contexto llegue a desarrollar algún trastorno en algún punto de su vida.
De lo laboral a lo mental
En lo que a la precariedad se refiere, el entorno laboral juega un papel claro. La Comisión de expertas sobre el Impacto de la Precariedad Laboral en la Salud Mental, dependiente del Ministerio de Trabajo y Economía Social, publicaba el pasado año un informe en el que lamentaba que "el malestar, el sufrimiento psíquico o la medicalización permanente para aguantar la jornada laboral constituyen hoy una respuesta normalizada ante las adversidades generadas por los problemas de un medio laboral plagado de procesos patológicos".
Algo que constatan las cifras publicadas en el estudio La sensación de precariedad afecta a la salud mental de los jóvenes de Fundación 'la Caixa'. En él, los investigadores aseguran que "el 31% de los jóvenes entrevistados están en riesgo de depresión o ansiedad".
Además, matizan, "la sensación de precariedad —y no el hecho de tener un empleo precario— es el factor explicativo crucial". Pero no solo eso; también indican que "el 40,6% de la muestra afirma sufrir al menos un problema de salud física o mental debido a la inseguridad económica".