El asesinato de la atleta Rebecca Cheptegei sitúa a África en el punto de mira de la violencia de género
En Sudáfrica, por ejemplo, hay más de 3.000 feminicidios; esta es la realidad de un continente que "sigue sufriendo actos violentos a diario".
5 septiembre, 2024 18:46Kenia y Uganda se han teñido de negro. La maratonista ugandesa Rebecca Cheptegei ha fallecido cuatro días después de que ingresase en el Hospital Universitario y de Referencia Moi, situado en la ciudad keniata de Eldoret, debido a la gravedad de su diagnóstico tras haber sido prendida fuego por su pareja sentimental.
La noticia —como no podría ser de otra forma— ha caído como un mazazo en la comunidad deportiva internacional, además de abrir viejas heridas en la lucha contra la violencia de género, una problemática que sigue azotando a mujeres de todo el mundo. Sin duda, un escenario donde el dinero o los logros personales poco importan.
Cheptegei tenía 33 años, había competido con orgullo por Uganda en los Juegos Olímpicos de París 2024, donde quedó en la posición 44 en la maratón femenina. Sin embargo, su vida ha terminado de manera trágica este 5 de septiembre, después de ser atacada por su novio, Dickson Ndiema Marangach.
La entonces pareja sentimental de la atleta irrumpió en su vivienda de Kenia —donde Cheptegei solía ir para entrenar— con un bidón de gasolina y le prendió fuego delante de sus hijos. Fue precisamente gracias a la intervención de los vecinos que pudieron llegar los servicios de emergencias, pero poco se pudo hacer. La atleta experimentaba un fallo multiorgánico cuatro días después de su hospitalización.
De este modo, el caso de la ugandesa se ha convertido en un recordatorio amargo de la violencia machista que asola a muchas mujeres, especialmente en el continente africano, donde las leyes resultan insuficientes y no logran proteger a las víctimas de manera efectiva.
Violencia de género en África
Rebecca Cheptegei no ha sido la primera ni la última víctima de violencia machista. En Sudáfrica, se estima que hay 3.000 feminicidios al año, uno cada tres horas. Entre ellos, Karabo Mokoena, una joven de 22 años que fue brutalmente asesinada y quemada por su pareja en 2017. Ahora, el gobierno asegura que se han modificado ciertas leyes dentro de su Plan Estratégico Nacional sobre la Violencia de Género y Feminicidio.
Otro acontecimiento trágico fue el de Agnes Wanjiru, una keniata asesinada por un soldado británico en 2012. Aunque la investigación inicial fue ignorada, la indignación pública finalmente reabrió el caso, exponiendo la inacción tanto de las autoridades locales como las británicas. Una impunidad que perpetúa un ciclo en el que las víctimas rara vez encuentran justicia.
Además, en países como la República Centroafricana o la República Democrática del Congo (RDC), los conflictos armados se han convertido en un detonante arrollador para la violencia hacia las mujeres. En ambos territorios, los abusos sexuales han sido —y son— usados como arma de guerra para aterrorizar y desestabilizar comunidades, afectando especialmente a la población femenina.
De hecho, solo en la provincia de Kivu Septentrional, región de la RDC, informan desde Amnistía Internacional, hubo "más de 38.000 casos durante el primer trimestre de 2023".
Se trata de un continente diverso en paisajes, culturas y religiones, pero, cuando se haba de violencia machista, parece que se convierte en una constante. Datos de la ONG de derechos humanos aseguran que mujeres y niñas africanas "siguen soportando una arraigada discriminación y sufriendo actos violentos a diario".
En concreto, Uganda y Kenia —el lugar de nacimiento de la atleta y el país en el que se encontraba en el momento de su agresión— el machismo está profundamente arraigado en las estructuras patriarcales que, en muchos casos, lo toleran o minimizan. Porque, explican desde la organización, "los gobiernos se abstienen de tomar medidas para acabar con las detenciones arbitrarias, los secuestros, los asesinatos, los llamados homicidios 'en nombre del honor' y otras formas de violencia de género".
Qué dicen las leyes
Si bien es cierto que son varios los países africanos que cuentan con leyes contra la violencia de género, la implementación resulta inconsistente. Pese a ello, gran parte de los territorios han ratificado la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW, por sus siglas en inglés), pero solo una fracción ha implementado leyes específicas para abordar la violencia de género de manera efectiva.
En países como Túnez, la ley de 2017 que protege a las mujeres de todas las formas de agresión fue vista como un avance en la región. Ahí se incluyen medidas para garantizar la protección de las víctimas, como refugios y servicios de apoyo psicológico, y castiga a los perpetradores con penas más severas.
Sin embargo, en otros países, como Somalia o Sudán, donde los sistemas judiciales son frágiles y la violencia de género está profundamente entrelazada con la pobreza y el conflicto armado, las mujeres siguen siendo extremadamente vulnerables.
Cuando hablamos del África subsahariana no es muy diferente. En Etiopía, por ejemplo, más del 34% asegura haber sufrido violencia física, sexual o emocional, por parte de sus cónyuges en los 12 meses anteriores a la Encuesta Demográfica y de Salud de Etiopía (EDHS) de 2016. Y aunque se han aprobado leyes para castigar los delitos sexuales, las mujeres rurales a menudo no tienen acceso a los tribunales y se ven sometidas a la perpetuación de los abusos.
En el caso de Kenia, donde Cheptegei terminó falleciendo, este tipo de normativas sí existe, pero su aplicación es deficiente. La Ley de Delitos Sexuales de 2006 o la política implementada por el condado de Migori en 2019 no han logrado que los casos de violencia machista se denuncien y, en caso de hacerlo, las víctimas confiesan enfrentar una respuesta inadecuada por parte de las autoridades.
Por su parte, Uganda, el país natal de la deportista, enfrenta problemas similares. Aunque el gobierno ha ratificado varios tratados internacionales que abordan la violencia de género, como la CEDAW, la implementación de estos compromisos sigue siendo débil.