Que las redes sociales se entienden de forma generacional no es algo que sorprenda a nadie. Al igual que los baby boomers llegaron tarde a ellas, los millennials vieron cómo su madurez se iba llenando poco a poco de pantallas, con la posterior eclosión del fenómeno influencer que pasó a monetizar la belleza, la diversión y el drama propio. Pero ahora, mientras TikTok acumula récords de facturación multimillonarios, hay una generación que no quiere estar presente en las redes, a la vez que no sabe vivir sin ellas. Es la que está precisamente a medio camino entre los Z —nacidos entre finales de los 90 y 2010— y los Alpha —desde esa fecha a 2020—.
Son los hermanos pequeños de los sobreexpuestos, los que crecieron durante una crisis sanitaria que limitó el contacto con el exterior, y también los mismos que ahora se tapan la cara cuando suben fotos a internet. Este fenómeno no es aislado, sino que podría constituir una nueva forma de relacionarse con las redes. ENCLAVE ODS plantea esta idea a Gabriel Rubio, jefe de Psiquiatría en el Hospital Universitario 12 de Octubre, y a María de León Castillejo, referencer, consultora de comunicación y coach, para saber qué está pasando al otro lado de la pantalla.
Algunos de los adolescentes actuales cada vez interactúan menos, tienen comunidades más cerradas, utilizan varias cuentas —una privada en la que el número de seguidores apenas roza los 20— y prefieren la inmediatez de las historias a las publicaciones permanentes. Mención aparte al hecho de que las fotos frente al espejo siguen vigentes, pero, eso sí, en muchos casos las facciones quedan completamente tapadas por el teléfono. ¿Están volviendo a los inicios, o esto es solo un síntoma de que el universo digital ha calado más que nunca en la sociedad?
Este comportamiento es tan común que se ha llegado a acuñar el concepto nose cover en referencia a la pose tapando la boca que hacen algunos usuarios. Que la recreen puede deberse, explica el doctor Rubio, a varios motivos.
El primero es que "los adolescentes tienen miedo a que determinadas imágenes sean captadas por cualquier desaprensivo y empiecen a circular". Cada vez hay "más información sobre lo que supone subir contenido, y eso les hace ser más reservados", celebra.
Sin embargo, también hay otro factor en juego. Sus referentes, los mayores, "a veces se muestran tan retocados que les da un cierto corte subir fotos que consideran que no están a la altura", explica. "El nivel de sofisticación de lo que se sube ahora es tan alto" que creen que no cumplirán las expectativas.
Así, las comparaciones son una constante. En 2023, el diario The Guardian publicó una de las mayores encuestas realizadas a niños y población en transición a la vida adulta sobre los riesgos de las redes.
Del estudio se extraía que casi el 50% de los participantes reconocía odiar su físico, había comenzado a hacer ejercicio en exceso e, incluso, a autolesionarse por el acoso o engaño que genera la idealización de los demás. Cuatro de cada diez revelaron tener trastornos de salud mental, casi uno de cada cinco experimentó problemas de imagen corporal, y el 14% dificultades alimentarias, como una dieta extremadamente restrictiva, atracones y purgas o vómitos. De aquellos que necesitaban apoyo, solamente el 10% recibía tratamiento en el momento de la encuesta.
Además, los likes brindan una sensación de integración dentro de la comunidad, pero también pueden funcionar como catalizadores de mayores inseguridades. Según dos estudios realizados en 2016 y 2017 por la marca de cosmética Dove, un 50% de las preadolescentes no se gusta cuando se ve en fotos, el 35% sufre presión por querer parecer perfecta y un 77% de las chicas intenta cambiar u ocultar al menos una parte de su cuerpo antes de compartir una publicación.
El impacto de las redes en la personalidad ha sido evidente en los últimos 20 años, lamenta Rubio. "La interacción familiar y social ha disminuido drásticamente", sustituyéndose por la "virtual".
Esto acarrea un riesgo determinante, entre otros motivos, porque "vas construyendo quién eres basándote en si gustas o no a gente que no conoces". En la consulta, el experto reconoce que también observa una "capacidad de frustración menor" potenciada por la inmediatez y la aprobación que las generaciones más expuestas esperan "porque es a lo que se les ha acostumbrado".
"Antes, los jóvenes llegaban a la consulta con patologías que podían explicarse por los conflictos y traumas que hubieran vivido en tiempos anteriores, pero eso ha cambiado. Los que vienen ahora no están enfermos de su pasado, sino por su futuro". Rubio parafrasea las palabras que una vez escuchó pronunciar a una psicoanalista en un evento.
Y añade: "Tenía toda la razón. Los chicos saben que se han generado tantas expectativas en torno a lo que deberían conseguir, han oído tanto ese mensaje de 'si quieres, puedes', que en muchos casos se quieren quitar la vida si no lo logran".
Más responsabilidad, y recíproca
María de León, consultora de comunicación y emprendedora, lanza un mensaje a favor de las redes. "Pueden ser positivas si se usan bien", lo que otorga necesariamente una responsabilidad a quienes crean contenido.
La experta aboga por aprovechar el potencial que estas tienen para compartir conocimientos y dejar una huella valiosa en la sociedad. Ha acuñado el término referencer para referirse precisamente a aquellos influencers que, a través de su "visión humanista y responsable", ofrecen algo positivo a sus comunidades.
De León fue "bastante pionera" a la hora de hacer de Instagram una forma de vida. Pero su relación con esta cambió cuando, en 2017, leyó la noticia del suicidio de una compañera de profesión. "Me di cuenta de que debía aprovechar mi experiencia" para servir como ejemplo y fomentar "actividades digitales que sirvan a un propósito vital". La coach conduce, con apoyo de la Fundación Mapfre, un videopódcast en el que entrevista a perfiles como Tomás Páramo, Nuria Roca o Charo Izquierdo, directora de este vertical, para mostrar el potencial de la comunicación con valores.
Pero en todo esto, los propios consumidores, y quienes deben velar por su protección, también ejercen un papel clave. "La responsabilidad no está solo en los influencers", dice De León. Para prevenir un uso incorrecto de las redes sociales y un daño irreparable en la autoestima de los jóvenes, desde el Instituto Europeo de Psicología Positivo recomiendan establecer límites por parte de los padres en los tiempos de conexión y una supervisión activa o restrictiva. Al fin y al cabo, estos "son sus responsables", asevera Rubio.
Y, añade el psiquiatra, cuando la educación falla, también puede entrar en escena el temido bullying, cuyos efectos se han potenciado con las nuevas tecnologías. "Los niños que lo sufren ahora no solamente se exponen al daño" provocado por el acosador, sino que "también estamos viendo cómo esos contenidos se suben a las redes hasta convertirse en trending topic". Hay, a su juicio, un "refuerzo social de estas conductas mucho mayor" que décadas atrás.
No obstante, matiza, "no podemos hacer exclusivamente responsable a un chico de 13 años cuando sus padres le han comprado un móvil a los 11. Los críos no son el foco". En este sentido, se estima que el 98,5% de adolescentes está registrado en alguna red social y hasta un 83,5% lo está en tres o más de tres. Además, los menores usan el móvil para comunicarse (84,1%), buscar información (83,6%) y ocio digital (79,9%), dedicando a todo ello casi 7 horas al día de conexión.
¿Sin redes hasta los 16?
Como explicó ENCLAVE ODS, a principios de junio, el Consejo de Ministros dio luz verde al anteproyecto de Ley Orgánica para la protección de las personas menores de edad en los entornos digitales. Con esta norma, explicó en rueda de prensa el ministro de la Presidencia, Justicia y Relaciones con las Cortes, Félix Bolaños, el Gobierno pretende "garantizar los derechos de los menores en el ámbito digital".
El borrador pretende elevar de 14 a 16 años la edad mínima para que un menor se pueda abrir una cuenta en redes sociales sin el consentimiento de sus padres.
También contemplará expresamente una orden de alejamiento online para los agresores condenados, castigará con entre uno y dos años de cárcel a quienes utilicen la inteligencia artificial para manipular imágenes con contenido sexual y se prohibirá que los menores de 18 accedan a mecanismos aleatorios de recompensa, las cajas botín que permiten comprar vidas dentro de los videojuegos, por el contenido adictivo que generan.
María de León y Gabriel Rubio afirman estar de acuerdo con estos cambios. "Deberían ser positivos y creo que serán necesarios", añade el especialista del 12 de Octubre. "Ni los padres ni los adolescentes están preparados para la sofisticación de los algoritmos actuales".
Estos juegan un papel clave sobre el desarrollo de su personalidad. "La adolescencia es la etapa en la que las neuronas tienen mayor número de conexiones, pero también es cuando más deseos tenemos de sentirnos integrados", subraya.
"A mayor edad, la mentalidad es más crítica", y, con esta, se tiene "una mayor concienciación" sobre el hecho de que la tecnología mal empleada puede desembocar en adicciones.