En 2013, la Oficina de Naciones Unidas para la Gestión de Riesgos de Desastres (UNDRR) nombró la Ciudad Condal hub de resiliencia de Europa. Y lo hizo en el marco de la campaña Making Cities Resilient 2030 por su gestión de las infraestructuras resilientes. Este, dice Lorenzo Chelleri, profesor de la UIC Barcelona School of Architecture y presidente de la Red de Investigación en Resiliencia Urbana (URNet), es un claro ejemplo de ciudad resiliente en nuestro país.
El también miembro del grupo de las Naciones Unidas encargado de poner en marcha el Instituto Internacional de Resiliencia Urbana explica que Barcelona ha conseguido “capitalizar un trabajo de infraestructura y llegar a una gobernanza resiliente”. ¿Cómo? Porque después del reconocimiento de la UNDRR, y “con el cambio político de Gobierno, han montado una estrategia de resiliencia más integral en la cual hasta mencionan la gentrificación del espacio público”.
Barcelona, explica Chelleri, es una de esas ciudades que se reinventan bajo el paraguas de las 100 Resiliente Cities de la Fundación Rockefeller allá entre 2015 y 2018. Urbes que, insiste, han “aprendido de la gestión de un riesgo, y han empezado a tirar del hilo para ver qué efectos cascadas potenciales existen y qué relaciones hay entre varios riesgos, y han elaborado una gobernanza de riesgos, que es integrada”.
Eso mismo, explica, lo hizo también Ciudad del Cabo (Sudáfrica), una urbe “superavanzada”, según el experto. Y es que, a raíz de una “famosa” y peligrosa sequía, el 22 de abril de 2018 el país alcanzó su “día cero”. Esto es, se quedaron sin agua. “Para responder a este reto hídrico montaron un departamento de resiliencia en el cual todos los servicios municipales —agua, basura, cualquier cosa— están conectados a un sistema de manejo integrado”.
Ese, asegura Chelleri, fue el impulso que necesitó la ciudad para crear un “nuevo modelo de gobernanza urbana, pensando en las personas vulnerables, en los derechos, en la urbanización del territorio, en el uso de los recursos, en la gestión de los espacios…”.
Lo rural también cuenta
Chelleri recuerda, además, que “también hay muchísimos pequeños pueblos que son aún más interesantes” de analizar por sus propuestas resilientes. “Hay muchísimos casos de éxito enormes en grandes ciudades, y todo el mundo habla de ellos. Y es normal, porque allí tienes mucha capacidad política y dinero para dar grandes pasos importantes”, indica.
Y confiesa que lo realmente “chulo” es lo que hacen esos pequeños municipios con presupuestos reducidos y, a su vez, muchos “estreses” o desafíos. Aunque en nuestro país haya más excepciones que normas, en todo el planeta existen “muchas redes de lo que se llama iniciativas lideradas por la comunidad”, muy centradas en aspectos como la transición ecológica.
“Hay monedas locales y muchos ejemplos donde, desde abajo, se ha empujado para colaborar con las instituciones y han podido repensar una gobernanza urbana donde se empodera al ciudadano”. Más allá de las monedas locales alternativas, hay localidades en las que la transición energética está subvencionada y la gente “realmente gestiona su propia energía” o su agua.
“Todo ejemplo y caso de estudio donde tú puedas descentralizar la gestión urbana, sí o sí, va a empoderar más a la ciudadanía o a los actores locales, como pequeñas empresas”, sentencia.
Pero, ¿qué es la ciudad resiliente?
La resiliencia, explica Chelleri, es "un conjunto de capacidades de enfrentarse a los riesgos". Tradicionalmente, indica, en el ámbito urbano se asociaba a la gestión de riesgos. Es decir, dice el experto, tenía “una perspectiva de ingeniero y de seguridad; muy fácil, muy medible”. Sin embargo, con el paso de los años, y sobre todo con la llegada del cambio climático, la incertidumbre hace que “se caigan todos los indicadores y los mecanismos y las seguridades”.
Se abre, así, un nuevo paradigma y la resiliencia deja de ser “un cálculo de funciones de riesgo, que es fiable y en el que hay una disciplina, una técnica". Por el contrario, se abre "un abanico" de posibilidades que convierte la resiliencia en una suerte de mecanismo que nos permite "abrazar la incertidumbre". Entra en juego, aquí, el "pensamiento resiliente" que permea toda la política urbana.
Es decir, la mera gestión de riesgos desaparece para dar paso a la política y a las políticas. Chelleri lo aclara: "Ya no puedes determinar tu agenda y tus inversiones, porque hoy hay una sequía, pero no sirve de nada que inviertas en sequía, porque mañana hay una inundación y pasado mañana una Covid y el día de después se exporta todo a China y llega la globalización y la inteligencia artificial y en tu ciudad colapsa la economía…".
De ahí que el pensamiento resiliente cobre importancia y se empiece a hablar de ciudades resilientes cada vez más. Aunque, eso sí, “el debate no está resuelto”, porque “aún no hay consenso sobre qué temas se tratan ni de qué manera en el urbanismo resiliente”.
El motivo es sencillo, dice Chelleri: “Habrá un tipo de gestión de riesgo económico, de tu modelo de negocio urbano, del turismo, de la sequía, climático, de las olas de calor… Se abre un abanico gigantesco de lo que son riesgos y estreses urbanos”. Y todos ellos se tornan imprescindibles de gestionar para los municipios, da igual su tamaño.
Con todo esto, asegura Chelleri, solo queda una manera de definir la resiliencia urbana: “Una nueva agenda de gestión de los riesgos y estreses. Esto significa que se solapa con la gestión urbana en todo".