Hay otra Sierra Nevada que no está en Granada y que esta primavera ha caído por el azote del cambio climático. La cordillera de la capital venezolana de Mérida tenía en 1910 unos 10 kilómetros cuadrados de hielo, repartidos por los picos Bolívar, Bonpland, La Concha, Espejo y Humboldt. Los cuatro primeros desaparecieron con el tiempo, dejando solamente al último en pie. Hasta este año: Venezuela ha pasado a ser el primer país en perder todos sus glaciares de la era moderna.
Desde 2009, Humboldt fue la única masa helada que se mantuvo, en una pendiente justo debajo del pico Bolívar, el más alto del país. Su altitud lo hizo sobrevivir durante un tiempo, a pesar de situarse cerca del ecuador. Pero en los 70 empezó a retroceder. De los 10 km2 de hielo que tenía la sierra, solo quedaban 0,1 en 2015. En 2024, Humboldt "está estático y reducido a una superficie de 2 hectáreas, y fue degradado de glaciar a campo de hielo", expresó en mayo el climatólogo Maximiliano Herrera a través de X (antes Twitter).
Según detalla el Inventario Global de Glaciares Randolph, el único que aborda todas las regiones del mundo, el número total de glaciares andinos es de 18799 cubriendo una superficie de hielo de 29360 km2. América del Sur distingue sus glaciares entre patagónicos y tropicales Los segundos son un recurso casi enteramente latinoamericano, y es que más del 99% se encuentra en los Andes: 71% en Perú, 20% en Bolivia, 4% en Ecuador y un 4% entre Colombia y Venezuela.
Todos, sin embargo, están desapareciendo a ritmo vertiginoso. Tanto que, si se cumplen las proyecciones climáticas, aquellos por debajo de los 5.000 metros sobre el nivel del mar podrían desaparecer a mediados de siglo. En los últimos 30 años, los glaciares de la región tropical de los Andes —es decir, los que se ubican entre los trópicos de Cáncer y Capricornio— perdieron el 42% de su superficie, al encogerse desde 2.429 kilómetros cuadrados en 1990 hasta 1.409 kilómetros cuadrados en 2020, según un estudio publicado en la revista científica Remote Sensing.
“Ese crecimiento sin precedentes en la pérdida de los glaciares puede ser atribuido a los cambios climáticos y a factores no climáticos como el aumento de los incendios forestales en los últimos años en la Amazonía, que generan carbono negro, elemento que puede acelerar el retroceso de las nieves”, señalan los autores de la investigación, llevada a cabo por la iniciativa ambientalista MapBiomas.
De acuerdo con sus hallazgos, el ritmo de pérdida de los glaciares fue de 28,4 kilómetros por año, y los países más afectados proporcionalmente fueron los que cuentan con menos glaciares: Venezuela, Colombia, Chile y Argentina. Jorge Luis Ceballos, investigador del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam) y único glaciólogo en Colombia, explica que los glaciares están "avisando de que se exponen a unos patrones climáticos nuevos que no son favorables" a su supervivencia.
Hay, por un lado, "condiciones globales" comunes a los países en los que se encuentran —"todos están reportando disminuciones en las masas de hielo", asegura—, pero también "tendencias locales". Porque en Colombia, "en los 300 kilómetros en línea recta que separan El Cocuy de Santa Isabel, las condiciones climática son diferentes". El segundo, por ser el nevado de menor altitud en el país, se derrite mucho más rápido. "Hay mucha preocupación por él, creemos que será el siguiente en extinguirse", lamenta Ceballos.
Primeras víctimas del cambio climático
El derretimiento de los glaciares, y especialmente los tropicales, es algo que los expertos consideran prácticamente inevitable. El Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) lo utiliza como indicador para evaluar los efectos del calentamiento global. Su importancia es tal que, de acuerdo con resolución adoptada por la Asamblea General de la ONU, 2025 será el Año Internacional de la Conservación de los Glaciares.
"Cuando la ONU declara este tipo de fechas no lo hace por moda, sino porque algo importante está sucediendo", subraya el experto. Los glaciares son "la primera víctima natural del cambio climático", pero, según el Ideam, a Colombia le faltan dos décadas para quedarse sin picos nevados, elementos clave para la regulación de las fuentes hídricas, pero que también son iconos turísticos nacionales y enclaves de suma importancia para las comunidades indígenas, lo que, en ocasiones, puede entrar en conflicto con la actividad científica.
"Para ellos, estos son sitios sagrados con un alto valor espiritual y hay que respetar su concepción. En Santa Marta, por ejemplo, las comunidades son más estrictas y las condiciones para llegar a los glaciares más difíciles. Hace unos años intenté colocar una estación meteorológica, pero nos dijeron que no permitían elementos no naturales. Lo entendimos, así que vigilamos la sierra a través de imágenes satelitales", explica a ENCLAVE ODS.
En El Cocuy, a unos 400 kilómetros al norte de Bogotá, "gran parte de los glaciares están en áreas protegidas; allí hay una zona que está dentro del territorio indígena u'wa". El instituto ha tenido múltiples conversaciones con la comunidad a fin de tener su beneplácito para monitorizar la zona. "Encontramos algunas dificultades, pero en 2017 logramos dialogar. Fue una época de crisis social en la que se prohibió el acceso total, incluso a los guardaparques, pero nosotros conseguimos permiso para estudiar los glaciares", recuerda el investigador.
Y continúa: "Les explicamos lo que hacíamos y por qué era necesario, pero al mismo tiempo entendíamos que para ellos era muy incómodo ver a personas pisando" estos colosos helados, una sensibilidad que ha llevado a la firma de acuerdos con el Gobierno colombiano para prohibir la presencia de turistas. "Hoy en día, pueden llegar hasta el borde del hielo, pero no está permitido pisarlos", apunta.
Aunque en Colombia "no hay, afortunadamente, ninguna población pequeña que dependa del agua de los glaciares", Ceballos subraya que los páramos —ecosistemas montañosos intertropicales considerados estratégicos por su papel en la regulación del ciclo hidrológico— "están siendo impactados por el cambio climático". De hecho, ya en 2017, algunas investigaciones consideraron la posibilidad de que estos desaparezcan por completo del territorio nacional para 2040, ante la dificultad de adaptarse al clima.
"Nuestros glaciares se extienden alrededor de unos 30 km2;. Es muy poco comparado con los de Chile o Argentina, más similares a Ecuador, que está en la misma situación", apunta Ceballos. En este sentido, sus vecinos se preparan para la inminente desaparición del Carihuairazo, que de 1956 a 2021 ha perdido un 99% de su superficie glaciar. "Después de Venezuela [el Humboldt es tan pequeño que para el país ha perdido la consideración de glaciar], este será el siguiente en extinguirse", adelanta el investigador.
En el caso de Chile, según el proyecto República Glaciar, existen cerca de 1.835 glaciares independientes, pero también se estima que hay más de 4.700 kilómetros cuadrados no registrados. Los glaciares andinos contribuyen a regular el clima y son clave como reservorios de agua dulce y moduladores del régimen de caudal de los ríos. Por esto, la amenaza de la emergencia climática también preocupa a los investigadores chilenos.
Según explica a EFE el geógrafo de la Universidad de Chile, Andrés Rivera, la cordillera Darwin, que alberga el principal campo de hielo en Cabo de Hornos, aquel lugar que marcó los estudios del naturalista en el siglo XIX, perdió en promedio entre 1870 y 2016 unos 1,7 km2; de hielo al año. El investigador, si bien niega que este vaya a desaparecer "por completo" en las próximas décadas, apunta que algunos glaciares son especialmente vulnerables al calentamiento global.
En declaraciones a la misma agencia, Andrés Mansilla, uno de los investigadores principales del CHIC —proyecto del Programa de Conservación Biocultural Subantártica—, afirma que "el sur chileno alberga las mayores reservas de algas pardas en el mundo, que son extremadamente vulnerables a las descargas de aguas dulces" como resultado del deshielo.
También en el país, el glaciar O’Higgins, uno de los mayores del sur de la Patagonia, viene experimentando desde 2016 un rápido retroceso a raíz de episodios de fragmentación parcial que suponen un importante proceso de pérdida de masa de hielo. Según el último informe sobre el estado del clima en América Latina y Caribe de la Organización Meteorológica Mundial (WMO), entre 2016 y 2023 se produjo una recesión de 7 km2; y, en concreto, de 4 km2; a partir de 2019.
Los glaciares se están derritiendo "cada vez más rápido, y lo que pareciera algo imperceptible son en realidad toneladas de agua vertidas al ecosistema marino", dice Mansilla a EFE. Para valorar y mitigar estos efectos se necesitan estudios, pero hacer mediciones en estas zonas remotas no es barato, lo que ha llevado a que aumente paulatinamente el interés por las colaboraciones internacionales.
Mientras tanto, en Argentina, la ciencia está más pendiente que nunca a la política nacional. La iniciativa de la ley ómnibus de Javier Milei propuso cambios sustanciales en la Ley de Glaciares que implicaban, entre otras cuestiones, abrir la veda a la actividad minera e hidrocarburífera en las zonas periglaciares, lo que fue objeto de críticas por parte de Jóvenes por el Clima y otras organizaciones ecologistas.
Adaptarse a la nueva realidad
Los Andes son el hogar de algunos de los casquetes de hielo que se degradan a mayor velocidad en el mundo, según la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO). El deshielo ha alterado el flujo de agua hacia la cuenca hidrográfica del Amazonas, la más grande del mundo, con la consecuente sequía en los humedales y el temor por los problemas de escasez de agua.
Esto, teniendo en cuenta que el uso mundial de este recurso se ha multiplicado por seis en el último siglo, de acuerdo con el organismo, preocupa en países como Bolivia. Un estudio de la Universidad Mayor de San Andrés estimó que el glaciar Tuni Condoriri desaparecería en 30 años. Los investigadores temen que su desaparición altere el suministro de agua potable y dificulte la generación de energía en las localidades de La Paz y El Alto, hogar de 4 millones de personas.
Ante esto, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) puso en marcha un proyecto para ayudar a los Estados de la cuenca a adaptarse a la nueva normalidad climática. El trabajo, que finalizará este año, responde a la estrategia regional adoptada por Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú, Surinam y Venezuela para gestionar de manera más sostenible sus recursos hídricos.