Crueldad, fugas e infecciones. Estas tres palabras no hacen referencia a una prisión ni tampoco se extraen de ninguna novela distópica. Son, en realidad, tres argumentos que los animalistas llevan usando desde que declararon la guerra a las piscifactorías de salmón. Se trata de un sector en auge en el viejo continente, antes ya liderado por países como Noruega, Escocia o Irlanda y ahora también presente en los fiordos islandeses.
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El lugar donde comienza el fin del mundo es precisamente eso para los miles de salmones que nadan recluidos en los criaderos en mar abierto. Coloquialmente, también son conocidos como granjas o jaulas, casi dependiendo de cómo se posicione quien hable de ellos. También son la base de una industria fructífera, en un contexto en el que el consumo de salmón es tres veces superior a lo que era en 1980.
Lo que una vez fue un alimento de lujo se ha convertido en uno de los pescados más populares en Europa, Estados Unidos y Japón. Son las estrellas de un sistema de producción alimentario que crece rápidamente. Según WWF, representa el 70% del mercado mundial. Sin embargo, las repercusiones que puede tener en los ecosistemas han llevado a múltiples activistas, investigadores y pescadores locales a pedir el fin de las redes de salmón.
Sus críticas quedan expuestas en Laxaþjóð: A Salmon Nation, un documental estrenado recientemente en Madrid que narra la historia de Islandia como "nación salmonera" y "uno de los últimos bastiones para la recuperación" de esta especie. La industria está creciendo especialmente en sus fiordos, a través de redes que, advierten, si no son gestionadas adecuadamente, permiten el flujo libre de enfermedades y la contaminación en el hábitat donde la trucha lucha por sobrevivir.
El film de 27 minutos, producido por Patagonia, se estrena coincidiendo con un evento que los ecologistas esperan con escepticismo: este año, el Gobierno islandés aprobará una nueva ley en materia de acuicultura. Puede tomar dos caminos: o bien sentar un precedente implantando estándares más altos contra los corrales marinos, o bien continuar siendo favorable al desarrollo de este sector. Las oenegés temen lo último.
"El anteproyecto carece de la ambición necesaria para promover un futuro mejor para Islandia. Permite tasas de mortalidad excesivamente altas y prevé sanciones demasiado leves para los infractores", critica Jón Kaldal, de Icelandic Wildlife Fund. En 2022, según estimaciones de la organización, tres millones de salmones murieron en estos corrales en aguas islandesas. Aun así, son menos de los que perecieron en Noruega, que ascienden a 58 millones.
Kaldal añade que el Ejecutivo debe "ir más allá para subsanar las deficiencias actuales" del anteproyecto, que, tal como está planteado, "depende en exceso de los informes propios del sector, lo que en el pasado ha llevado a las empresas a ocultar información o difundir datos inexactos", critica. La falta de datos ha dificultado la cuantificación objetiva del impacto que tienen estos viveros marinos, muchos financiados con dinero público en los países nórdicos.
La protesta islandesa es la última de un cúmulo de movimientos ciudadanos que también se han dejado notar en países como Dinamarca —en cuyas aguas no se han abierto nuevas salmoneras desde 2019—, Reino Unido —donde las críticas han llevado a que se revisen las normas relativas a estas—, Escocia —que ha rechazado la apertura de dos explotaciones recientemente— e incluso España —cerró en 2022 las jaulas fallidas de la ría de Muros-Noia, en Galicia—.
Proteger el salmón salvaje
Poppe Trygve, exprofesor de la Escuela Noruega de Ciencias Veterinarias, cuenta que las amenazas al bienestar de esta especie comenzaron en los 70, con la internacionalización de la industria. "Noruega lleva 15 o 20 años de ventaja a Islandia, pero cometimos muchos errores", lamenta. Y añade: "Que el salmón tenga el aspecto de hoy se debe a una cría muy selectiva y a una intensa investigación de todos los factores relevantes para hacer de este un negocio próspero y rentable".
El experto asegura que "gracias a su experiencia", los noruegos pueden afirmar que estas prácticas han "contaminado a gran escala los fiordos". Teme que a sus vecinos les ocurra lo mismo. ¿Pero cómo se llega a esto? Las organizaciones apuntan a los microplásticos y el cobre que desprenden estos sistemas, así como a los escapes de peces. Ya sea en temporales o por accidente, cabe la posibilidad de que las redes se rompan y den salida al mar a miles de ellos.
"Cuando se trata de cultivo de salmón a cielo abierto, la mayoría de la gente no ve lo que hay debajo. Lo único que vemos en el supermercado es que el salmón se vende como saludable y sostenible, o que es la respuesta a la sobrepesca. Esto no podría estar más lejos de la verdad. La industria ha crecido tanto que la práctica del cultivo de salmón en corrales abiertos está teniendo un enorme impacto en nuestros mares", explica Gina Lovett, responsable de Iniciativas Medioambientales en Patagonia.
Lovett recuerda que, ya en 2020, la ONG FeedBack mostró que ese año se necesitaron casi 2 millones de toneladas de pescado silvestre para producir el aceite de pescado suministrado a la industria del salmón de piscifactoría noruega. "Esto equivale a un asombroso 2,5% de las capturas pesqueras marinas mundiales. La industria está tomando peces silvestres que podrían estar alimentando directamente a las personas, y en su lugar alimenta a los salmones con ellos, creando estos impactos".
Los salmones que van a parar a las redes son, a menudo, de origen exótico. Han sido, en palabras de Elvar Örn Fridriksson, director del programa NASF, "criados durante 50 años para que engorden y crezcan mucho en el menor tiempo posible". Cuando escapan río arriba, se reproducen con salmones salvajes. "Y lo que ocurre es que los genes de los peces silvestres se empobrecen; puede llegar a tal punto que no sean capaces de sobrevivir", asevera.
Otros efectos negativos son la transmisión de parásitos, como el denominado piojo del salmón; la contaminación genética de las poblaciones o la acumulación de metales pesados, cuya concentración dependería, en parte, de la calidad del pienso que se suministra a los salmones. Además, al vivir en estas condiciones, suelen estar "estresados y frágiles", según Trygve. En determinadas áreas, la mortalidad alcanza el 25%, lo que equivale a entre 65 y 70 millones de ejemplares al año.
Una polémica en mar abierto
Si bien algunos sistemas utilizan tanques cerrados o semiabiertos —es más habitual en agua dulce—, otros se encuentran en el mar abierto a varios kilómetros de la costa. Las denominadas open nets han evolucionado con los años, aumentando su tamaño de manera significativa. Hoy, sus dimensiones rondan los 30 metros de diámetro y 35 de profundidad, según afirma Morris Villarroel en The Conversation.
El especialista en ciencia animal publicó en 2019 un artículo en el que aseguraba que estos peces viven en óptimas condiciones y ofrecía un análisis sobre la postura de Rosalía y Björk, aliadas con Patagonia contra los salmones de piscifactoría. Villarroel defendió la acuicultura como el sistema más eficiente para producir proteína animal contribuyendo, al mismo tiempo, a los objetivos de la Agenda 2030.
El experto de la UPM se apoyó en diferentes estudios y aseguró que "el desarrollo tecnológico, cuidadosamente monitorizado por las autoridades ambientales de los países nórdicos, ha permitido el crecimiento de una industria potente y sostenible, que está siendo la punta de lanza de los desarrollos tecnológicos de la acuicultura mundial". Y defendió que las "reglas estrictas del mundo occidental" deberían tranquilizar a la sociedad.
Sin embargo, los animalistas rechazan estas ideas. En 2023, Igualdad Animal grabó la "brutalidad" con la que se sacrifican los salmones en embarcaciones especializadas de la costa escocesa. Mark Borthwick, miembro de la organización, declaró: "Se puede ver a los peces agrupándose cerca de la superficie del agua. No es un comportamiento normal. Es probable que estén nadando así por miedo al canibalismo, resultado de un entorno altamente antinatural y estresante".
Las cámaras grabaron a los trabajadores arrojando salmones muertos o moribundos desde el barco. También se veía un reguero rojo, lo que, según denunciaron entonces, podría sugerir que el equipo de bombeo utilizado para transportarlos de los corrales al barco está causando traumatismos a muchos de estos peces, que sufren lesiones al agitarse dentro de las bombas".
Un año después, en el rodaje de A Salmon Nation, Veiga Grétarsdóttir, que en 2019 circunnavegó Islandia en kayak durante 103 días, recuerda: "Una vez, estaba remando cuando vi un pájaro muerto en una red. Eché un vistazo. Había peces en muy mal estado o muertos. Les faltaba la cabeza, o la piel… otro día vi cómo sacaban 7,5 toneladas de peces muertos desde una jaula en cuestión de una hora".
Un recordatorio constante en el documental es el de que "los salmones son animales de cría, por lo que son nuestra responsabilidad. Deben ser tratados como las vacas, ovejas… pero esto no ocurre". Yvon Chouinard, fundador de Patagonia, se suma a sus voces: "En Islandia, como en todas partes, la economía gira en torno a la naturaleza, no al revés. Si la destruimos, destruiremos nuestra economía".
Y vaticina: "Desde mi primer viaje a Islandia en 1960, hemos visto cómo se reducían las poblaciones de salmón. Ahora, si se permite que la industria de la cría del salmón siga por el mismo camino, las especies salvajes pasarán a la historia y se echará a perder la biodiversidad virgen. Ya ha ocurrido en el Reino Unido y Noruega".
"Los queremos fuera"
Elias Petur Vidfjord Thorarinsson y Kristín Gísladóttir, ambos miembros de una fundación de jóvenes pescadores con mosca, cuentan que contemplar el estado en que se encuentran los salvajes es algo que "da mucha rabia". Y aseguran que, ante la problemática que suscitan, "nos estamos uniendo como una gran familia, porque todos estamos muy enfadados y queremos hacer algo al respecto".
Islandia, que ha sido durante décadas uno de los destinos de pesca más populares del mundo, ha creado una industria que a la vez es el sustento de las comunidades rurales. Se estima que hay 2250 granjas de salmones en el país, que dependen de los ingresos directos de la pesca recreativa del salmón de río. "Pescadores, guías, cocineros y hasta camareros", todos dependen de ella.
El principal argumento de la salmonicultura es que también genera puestos de trabajo. En realidad "no son muchos", opina Thorarinsson, pero "nos arriesgamos a destruir los empleos de todos los demás que dependen de las poblaciones del salmón". El precio a pagar, cuentan los protagonistas del documental, "es demasiado alto". Por eso, sentencian: "Los queremos fuera de nuestras aguas".
Con Laxaþjóð: A Salmon Nation, Patagonia, activistas y población local piden al Gobierno islandés "que muestre su liderazgo en Europa" para que se prohíban las nuevas piscifactorías de salmón en mar abierto, además de eliminar poco a poco las que ya hay instaladas.
"Islandia es un caso representativo de muchas otras luchas comunitarias en todo el mundo. Desde Kaweskar en Chile hasta Tasmania, Escocia e Irlanda, la gente se identifica con la forma en que esta industria ejerce presión y se abre paso para explotar las zonas rurales con el pretexto de la regeneración y el empleo. La película es de solidaridad entre estas luchas", sostiene Lovett.