Han pasado casi ocho años desde que el primer bote impulsado por energía solar recorriera la cuenca del Amazonas llegando a la ribera de Sharamentsa, en la provincia de Pastaza (Ecuador). Allí aguardaba la comunidad achuar, una tribu indígena que habita a lo largo y ancho de la región. Los achuar han conseguido combinar sus costumbres y hábitos, como las duchas artesanales a orillas del río Pastaza o los baños secos, con otras prácticas sostenibles, como los basureros ecológicos y el uso de energía solar para abastecerse.
La apuesta por los paneles solares, que adornan los techos de sus barcazas y se extienden por pequeñas zonas del territorio como praderas de color negro, está enraizada en uno de los anhelos de las aisladas comunidades indígenas del Amazonas: buscar un modelo sostenible alternativo al extractivismo salvaje de las compañías petroleras y madereras que convertía sus bosques en praderas edificables.
Hubo un tiempo en el que luchaban contra los combustibles fósiles mientras continuaban consumiendo gasolina. "No podemos hablar de lucha contra las actividades extractivas si estamos consumiendo combustible", afirmó Nantu Canelos, miembro de una comunidad indígena achuar de Ecuador y director del Amazonas para Kara Solar a The Washington Post. En la zona con la cobertura eléctrica más limitada del país, esta parecía la única opción para iluminar sus hogares y arrancar las embarcaciones.
Estaban frente a la encrucijada que atormenta a las poblaciones indígenas amazónicas: conjugar el desarrollo y la conservación. "La minería, la tala y la extracción de recursos naturales como el petróleo requieren la construcción de carreteras, que provocan contaminación, deforestación y traen forasteros que pueden diluir las culturas locales", afirma Sofía Jarrín Hidalgo, asesora Amazon Watch Ecuador, a NPR.
Los achuar han conseguido dar con un modelo de desarrollo sin sacrificar su propia cultura y preservando los lazos que les unen a la tierra. Las canoas propulsadas por energía solar y el complejo Kapawi Ecolodge son ejemplos de cómo las comunidades indígenas se adaptan a la globalización manteniendo su capacidad para decidir sobre su propio territorio ancestral.
Y llegó la modernización…
Hasta hace poco, los achuar llevaban una vida nómada, pero en las últimas décadas han abrazado el sedentarismo. A pesar de ello, estas comunidades están altamente estructuradas tanto social como políticamente, abarcando un territorio de 1,7 millones de hectáreas en las provincias de Pastaza y Morona Santiago. Su contacto con el mundo exterior comenzó en los años 60, y en los 90 se organizaron en la Nacionalidad Achuar de Ecuador (NAE), una entidad autónoma.
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Daniel Kouperman, un guía turístico experimentado en la selva amazónica, relata en declaraciones a Today in Ecuador que cuando se acercaron por primera vez en 1993, los achuar vivían en comunidades y tenían contacto con el Estado a través de destacamentos militares, ministerios de Salud y Educación, y misiones religiosas. Sin embargo, con la aceptación de los beneficios de la construcción de carreteras, su contacto con otras comunidades aumentó.
Pero las consecuencias fueron devastadoras para sus bosques. A lo largo de las calzadas, se pueden ver nuevas construcciones de madera rodeadas de zonas deforestadas incipientes, así como un aumento en la presencia de nuevas iglesias evangélicas de ladrillo y acero. La modernización llegó, pero las expectativas de los forasteros estaban muy alejadas de lo que la comunidad quería mantener.
Hace una década, los viajes en canoa eran muy costosos. Si alguien viajaba río arriba, debía transportar provisiones de combustible, crucial para los generadores eléctricos, bombas de agua y motores fuera de borda para que el viaje fuera rentable. Además, el transporte de mercancías tenía que coordinarse con el de personas para garantizar la prestación efectiva de servicios básicos como la educación y la atención médica.
"Carreteras ancestrales"
"Fue impactante ver nuestra primera canoa solar, Tapiatpia, navegando por el río Pastaza", afirmó Canelos a la Charles Stewart Mott Foundation. "Nunca imaginamos que una embarcación de ese tamaño, 52 pies de eslora, pudiera funcionar con paneles solares y baterías".
La estampa quedó grabada en la mente de los achuar. La cosmología de esta tribu recoge el mito de la "canoa de fuego", una especie de pez eléctrico que algún día transportaría a su gente y sus mercancías por los ríos del Amazonas. Ahora son 4 las embarcaciones que discurren por 12 comunidades achuar próximas a la frontera con Perú.
El desarrollo y despliegue de estos barcos de nueva generación, que pretende sustituir a las peque peques —canoas propulsadas por gasolina—, ha corrido a cargo de la oenegé Kara Solar. Tras ser testigo de la deforestación causada por la construcción de carreteras en el territorio achuar en 2007, a Oliver Utne, un joven e intrépido estadounidense, se le ocurrió la idea de construir barcos solares.
“La idea es usar esas autopistas ancestrales que son los ríos: están listas y no deforestan”, dijo en una entrevista con The New York Times en 2017. Utne veía los barcos solares como un medio de transporte limpio y de conservación en la selva amazónica. Rápidamente, se puso manos a la obra, contactó con investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés) y de la empresa Volvo, e hizo realidad el sueño de los achuar.
Las embarcaciones, pese a ser lentas —en comparación con su alternativa más contaminante—, abren un amplio abanico de posibilidad: permiten vender en los mercados, realizar tareas administrativas en las ciudades, vigilar a los madereros ilegales, transportar a los turistas que buscan fauna salvaje y estudiar en la escuela.
Desarrollo solar
Los achuar consiguen fusionar la naturaleza rústica de la selva con las comodidades de la sociedad moderna. Para lograrlo, han adaptado su infraestructura, dieta e incluso su música. Antes de la introducción de la energía solar, las aldeas quedaban sumidas en la oscuridad después de las 6 de la tarde. Navegar en la oscuridad era costoso y complicado, ya que los habitantes debían llevar consigo combustible, linternas y pilas.
Sin embargo, recientemente, han logrado iluminar sus poblados aprovechando la instalación de las cuatro plantas solares que suministraban energía a las canoas en caso de emergencia. Ahora, los estudiantes tienen acceso a internet para continuar con su educación, se comunican fácilmente con otras aldeas y los senderos y áreas comunes permanecen iluminados por más tiempo, disuadiendo a los animales nocturnos que se esconden entre los arbustos.
La energía solar también está impulsando el ecoturismo. El Kapawi Ecolodge, un hotel operado por la comunidad, cuenta con 64 paneles solares que proveen luz a 10 cabañas, el comedor y otras instalaciones las 24 horas del día.