Un elefante salió de la densa arbolada del Parque Nacional de Yala para permanecer deambulando por una carretera donde pasaban vehículos a muy baja velocidad. Siguiendo la convención del efecto mirón, conductores y pasajeros observaban (y algunos sacaban los móviles) para inmortalizar este encuentro con el mamífero. Lo que no se esperaban ni el australiano Kasun Basnayake ni su familia, que circulaban en una furgoneta alquilada, es que el animal rompiera el cristal con la luna para meter su trompa en el vehículo en busca de alimento. Este tipo de incidentes no son nuevos.
"Empezó a olfatear a nuestros pies en busca de comida y el conductor nos dijo que le diéramos cualquier cosa que tuviéramos, así que le di de comer las sobras del bocadillo de mi hijo", relató Basnayake a la BBC. Tímidamente y sin hacer movimientos bruscos le fue suministrando al elefante poco a poco las sobras hasta que, explica, el conductor "me dijo que tirara el resto por la ventanilla, así que lo hice y el conductor se las arregló para escapar a toda velocidad… Esos bocadillos y patatas fritas probablemente nos salvaron la vida".
Por fortuna, esta familia pudo salir ilesa de esa peligrosa situación. Aunque los humanos y elefantes vivían antaño en armonía en Sri Lanka, en los últimos años se ha visto como ese equilibrio se ha ido tambaleando debido a varios factores: la deforestación, la falta de planificación adecuada de los cultivos y los proyectos de desarrollo han provocado un aumento de los conflictos entre humanos y elefantes.
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Es más, se espera que los encontronazos con elefantes salvajes aumenten en el futuro. Y según un estudio de la revista publicado el pasado mes de enero en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) reflejaba que el cambio climático conduciría a la intensificación de los enfrentamientos. "Podemos ver el impacto del cambio climático a nuestro alrededor", afirma el Dr. Prithiviraj Fernando, presidente del Centro de Conservación e Investigación de Sri Lanka, a The Guardian.
Este experto advirtió en declaraciones al medio británico que las precipitaciones cada vez más irregulares plantean un gran problema que agrava aún más la convivencia. Como consecuencia, "la tierra fértil para la producción de alimentos está disminuyendo". Esta situación aboca a los elefantes a vivir en parques naturales protegidos que disponen de recursos limitados, por lo que se aventuran en las aldeas cercanas en busca de comida y agua.
Esta situación ha puesto entre la espada y la pared a los agricultores, que no pueden quedarse de brazos cruzados mientras los elefantes campan a sus anchas ocupando y alimentándose de sus cultivos de caña de azúcar, arroz y vegetales. Tal como señala Prithiviraj Fernando, presidente del Centre for Conservation and Research de Sri Lanka, a The Guardian "cuando los elefantes vienen a asaltar los campos, los agricultores suelen encender antorchas para avistar al elefante y luego enfrentarse a él, lanzándole piedras y petardos o disparándole. Ahora los elefantes asocian negativamente el resplandor de una antorcha y responden con agresividad".
Esa no es la única manera de ahuyentarlos. Algunos labradores han adoptado técnicas de guerrilla para atajar el problema, como conectar el suministro eléctrico de sus casas a una valla para detener el allanamiento, envenenarlos o mutilarlos con bombas caseras de pólvora y chatarra que se usan de cebo en frutas. Paralelamente, las autoridades locales empezaron a cercar a los elefantes dentro de los parques naturales protegidos.
Un número desconocido
En la totalidad del territorio esrilanqués se extienden 26 parques nacionales y la mayoría de los elefantes viven en los de mayor extensión, como Yala, Wilpattu, Udawalawe y Minneriya. Este país insular alberga una subespecie de elefantes asiáticos en peligro de extinción: el elefante de Sri Lanka (Elephas maximus maximus). Según el último censo nacional de 2019, elaborado por el Departamento de Conservación de la Vida Silvestre Sri Lanka, había 5.879 individuos.
En la actualidad se desconoce la cifra exacta de elefantes salvajes, pero se da cuenta cada año de las muertes de los elefantes, a veces a manos de cazadores furtivos o agricultores, por accidentes, o de enfermedad. Si hace una década Sri Lanka perdía unos 250 elefantes al año, en los últimos años esta cifra se ha duplicado: en 2023 murieron 470 elegantes, de acuerdo con las estadísticas de Wildlife and Forest Conservation murieron.
O lo que es lo mismo, más de un elefante moría cada día. Y una persona fallecía cada dos días debido al conflicto con los elefantes. Esta situación le ha valido a Sri Lanka la dudosa clasificación de país donde más bajas se producen a causa del conflicto entre humanos y elefantes.
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"Tras el fin de la guerra civil [en 2009], el Gobierno empezó a ceder [más] tierras al público. Eran zonas prohibidas", explica Chandima Fernando, ecologista de la Sri Lanka Conservation Society a la BBC. Como resultado, se han abierto más tierras para la agricultura y los asentamientos, lo que ha achicado el espacio entre los colonos y los elefantes.
Según el Fondo Mundial para la Naturaleza, la población de elefantes del país ha disminuido casi un 65% desde principios del siglo XIX. Las poblaciones de elefantes de Sri Lanka, que eran sagradas para los lugareños —y especialmente para budistas e hinduistas— empezaron a disminuir durante la época colonial, cuando portugueses, holandeses y británicos los capturaron para exportarlos. Los registros históricos también sugieren que los británicos mataron más de 5.000 elefantes en 15 años.
El hábitat original del elefante asiático ha pasado de 9 millones de km² a apenas 500.000 km². Las muertes de elefantes han pasado de más de 200 al año en 2010 a más de 400 en 2020. En 2019, las muertes anuales reportadas de elefantes superaron las 400 por primera vez. Además, ese mismo año las muertes humanas anuales como consecuencia de este conflicto superaron las 100, la mayor cifra de los últimos 50 años.
Zaineb Akbarally, vicepresidenta de la Wildlife and Nature Protection Society, señala en declaraciones recogidas por New Lines Magazine, que "hemos perdido prácticamente todos los elefantes de las tierras altas centrales". Y añade que solo queda una manada en la reserva natural de Peak Wilderness y dos elefantes en Sinhraja, la última selva tropical primaria del país, que antes pertenecían a manadas más numerosas.
Pero las cifras han aumentado considerablemente en los últimos años, y las muertes superan ya las 400 por segundo año consecutivo. Si las muertes de elefantes siguen aumentando al ritmo actual, hasta el 70% de los elefantes de Sri Lanka desaparecerán, afirmó Prithviraj Fernando, el mayor experto en elefantes de Sri Lanka, a la BBC.
Vallas electrificadas y bombas en calabazas
"Los elefantes son listos. Cuando ven la valla, la cubren con madera seca, la pisan y vienen a nuestros arrozales", señala el agricultor Christy Nikson (36 años), de la aldea de Thikkodai —al este de Sri Lanka—, en declaraciones a New Lines Magazine. Él es uno de los campesinos que ha reaccionado a la invasión de los elefantes instalando una verja electrificada. Como muchos otros, se arriesga a una condena de prisión en caso de matar a un ejemplar.
Durante seis u ocho meses al año, cuando el agua escasea, Nikson y los aldeanos tienen que luchar a diario con los elefantes. "Los elefantes también conocen el olor de la harina de trigo. Y les encanta", explica Nikson. Y relata que cuando tenían harina o roti —un tipo de pan tradicional— en sus cocinas "intentan entrar por nuestros patios traseros, tratan de colarse en nuestras casas y se llevan la comida usando sus trompas".
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Otras formas aún más violentas de acabar con el problema implican el uso de sofisticadas armas y explosivos. Algunos deciden tomar las armas, como si de una guerra se tratara y disparar a sangre fría a los voluminosos animales. Entre enero y abril de 2023, 38 elefantes murieron tiroteados en Sri Lanka, según el Departamento de Conservación de la Vida Silvestre. Mientras que otros recurren a la pólvora haciendo estallar petardos o fabricando bombas caseras.
Los primeros informes sobre las bombas que estallan dentro de la mandíbula de los elefantes aparecieron en 2008. Anteriormente, se usaba para los jabalíes, pero se ha documentado en los últimos años un aumento vertiginoso de los casos en los que los elefantes son el blanco.
Para fabricarlas, envasan pólvora y restos de metal con forraje y los esconden dentro de sandías y calabazas, que detonan al morderlas. Matan al instante a los animales más pequeños, y los que sobreviven a la explosión quedan con las mandíbulas destrozadas, lo que les impide alimentarse, sufriendo una muerte lenta y dolorosa por las heridas o por inanición. En 2022, 55 elefantes salvajes murieron a causa de este cebo explosivo.
Esta situación, concluye Akbarally a New Lines Magazine, brinda una lección importante: "Si arrancas a alguien que vive en una ciudad y le dices que viva en un pueblo, no sabría convivir con la fauna salvaje; llevaría el miedo y los trataría con agresividad". Todavía se siguen explorando opciones para facilitar la convivencia entre las comunidades y los elefantes.