Con estas palabras describió Herman Melvin el primer encuentro de la tripulación de capitán Ahab con la ballena que da nombre a su novela, Moby Dick. Y aunque ese cetáceo no fuese una ballena azul, sino blanca, el fragmento del literato estadounidense capta a la perfección la magnificencia de este animal, el más grande del planeta.
La ballena azul antártica, tal y como explican desde WWF, puede llegar a pesar 180 toneladas –lo mismo que 33 elefantes– y medir hasta 29 metros de largo. Además, como ya explicamos en ENCLAVE ODS, su corazón pesa en torno a los 180 kg, es decir, lo mismo que un león adulto.
[Desmontando el mito: el corazón de una ballena azul pesa lo mismo que un león]
Una especie protegida
Sin embargo, su enorme tamaño no la ha protegido ni de la pesca ni de los cambios en su hábitat provocados por el calentamiento global. La caza comercial de estos animales, que se popularizó en 1904, redujo drásticamente el número de ballenas.
Por eso se empezó a proteger a este cetáceo. Los primeros en preocuparse fueron los miembros de la Comisión Ballenera Internacional en 1966. También está incluida en la Lista Roja de la IUCN desde 1986 y protegida bajo el Apéndice I de la Convención sobre la Conservación de las Especies Migratorias de Animales Silvestres y el Apéndice I de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES).
Pese a todo, la caza ilegal de la ballena azul continuó hasta 1972. Según el inventario realizado por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), ahora el número de ejemplares está entre 5.000 y 15.000. Según WWF, en 1926 se estimaba que había unos 125.000 individuos. Esta cifra disminuyó drásticamente a los 3.000 en 2018. En ese momento, se clasificó a este cetáceo como 'en peligro crítico' según la Lista Roja de la UICN.
El krill, la base de su dieta
Pero la caza furtiva no es el único desafío al que se enfrenta este enorme animal. La merma de las poblaciones de su alimento principal, el krill, también afectan a las ballenas azules –y a otros animales, como los pingüinos–. Y es que, como asegura WWF, durante la temporada principal de alimentación estos cetáceos pueden consumir más de 3.600 kg de krill por día, incluso llegar a las 4 toneladas.
El problema está en que, según la UICN, los barcos pesqueros capturan al año 300.000 toneladas de este pequeño crustáceo, parecido a un camarón, que vive en el continente austral. El krill se utiliza principalmente como alimento en el cultivo de peces en piscifactorías y para fabricar suplementos de Omega 3.
El agua de la península antártica, donde viven los krill, está cada vez más caliente: exactamente, según WWF, la temperatura marina se ha incrementado en más de 3 °C en el último siglo en esa región. Esto perjudica la reproducción de estos crustáceos que son cada vez más escasos.
Si estos llegasen a desaparecer, dice la comunidad científica, se pondría en jaque la supervivencia de las ballenas azules y de los pingüino.