En 2020, cuando un usuario compartió en Twitter la foto de un murciélago gigante posado sobre un garaje en Filipinas, la imagen corrió como la pólvora. Muchos pensaron que podría ser falsa, pero en realidad se trataba de un ejemplar de murciélago diadema de Filipinas o zorro volador filipino (Acerodon jubatus por su nombre científico).
Endémica de esta nación asiática —donde está muy extendida a excepción del grupo de islas de Batanes y Babuyán—, esta especie de murciélago es considerada una de las más grandes del mundo. Según la organización Bat Conservation International, la envergadura de esta especie promedia los 1,5 metros de altura y es el murciélago más pesado que se ha registrado hasta el momento con un peso de hasta 1,36 kilos.
Este murciélago se caracteriza principalmente por su distintivo pelaje dorado de su cabeza. Y aunque su tamaño y apariencia pueda pegarnos un buen susto si nos lo llegamos a encontrar, lo cierto es que el zorro volador filipino está poco interesado en la carne humana. Este mamífero es frugívoro y se alimenta principalmente de higos, aunque también se interesa en las hojas del ficus.
Como la mayoría de los murciélagos, esta especie sale a buscar comida por la noche y por el día duerme. Con su dieta, el murciélago diadema ayuda a redistribuir las semillas de higo a partir de sus heces por todo el bosque, lo que permite ayudar a brotar nuevas higueras y contribuye a la reforestación.
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En peligro de extinción
Suelen vivir alrededor de diez años y, debido a su tamaño, sus depredadores se pueden contar con los dedos de una mano. De hecho, su principal depredador son las grandes rapaces como las águilas, aunque también son cazados por las pitones reticuladas. Sin embargo, su principal enemigo es el ser humano.
Desde el año 2016, esta especie fue incorporada a la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) como una especie ‘en peligro’. Entre finales del siglo XIX y principios del XX hubo varios informes que contabilizaban hasta 100.000 murciélagos —aunque presumiblemente especies mixtas—.
Hoy en día, según el último recuento realizado en 2011, la población total del zorro volador filipino es de alrededor de 10.000 individuos. Esto es, la población total actual, según las estimaciones, no llega a ser más del 1 o 2 por ciento de lo que era hace 200 años.
La caza de zorros voladores es una de las principales causas del declive de población. Si bien la caza es ilegal en Filipinas —a excepción de unas pocas comunidades indígenas—, el zorro volador filipino sigue siendo objeto de captura en la actualidad. En gran medida, denuncian desde la UICN, la caza no está regulada en el país. Su carne es considerada como un auténtico manjar en el país y también se aprecia por sus propiedades medicinales.
Asimismo, se ha demostrado que esta especie es especialmente sensible a las perturbaciones en su lugar de descanso. Además de causarles estrés mientras duermen, algunos estudios sugieren que esta especie abandona a sus cachorros por los disturbios en su sitio de descanso.
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Falta de investigación y concienciación
En los últimos años, Filipinas ha puesto un mayor esfuerzo en la conservación de esta especie y de sus hábitats naturales. Las autoridades han establecido varios dormideros de zorros voladores protegidos a lo largo del país. Y esto es algo que incluso puede traer grandes beneficios a las comunidades locales, ya que pueden convertirse en atractivos turísticos.
Sin embargo, desde la UICN señalan que es necesario realizar más estudios a largo plazo para que haya un seguimiento de las poblaciones de zorros voladores filipinos. Además, indican, “es imperativo que se haga cumplir la prohibición de la caza de esta especie hasta que se haya realizado una investigación para identificar los impactos de la caza en el tamaño de la población y los niveles de captura sostenible”.
Finalmente, para la organización naturalista, la concienciación de las comunidades locales es otra de las tareas pendientes. “El fomento de la capacidad de conservación, la educación y la conciencia dentro de las comunidades locales y entre las unidades gubernamentales locales y las organizaciones sin fines de lucro también son esenciales para impartir los riesgos que enfrenta esta especie y fomentar la gestión de la conservación”, concluyen.