Un campo de cultivo en plena sequía.

Un campo de cultivo en plena sequía. Aude Guerrucci Reuters

Historias

La sequía del último año amenaza la seguridad alimentaria actual

Los años que tardan en recuperarse los terrenos son una soga que ahoga sin distinción el sustento económico de ganaderos, agricultores y madereros.

3 abril, 2023 01:36
Bienvenido Chen Irene Asiaín

Europa atravesó en el último año la peor sequía en unos 500 años, según el Global Drought Observatory, que ahora alerta en su último informe de que podríamos sufrir un evento parecido. Y el problema es que, en países como Francia, España y el norte de Italia, "genera preocupación por el suministro de agua para uso humano, agricultura y producción de energía".

Las previsiones apuntan a que, incluso, podríamos tener un verano aún más extremo que el de hace un año en términos de calor y de falta de precipitación.

Este año, de hecho, Francia ha tenido hasta un total de 32 días sin nada de lluvia. Se encuentra en uno de sus inviernos más secos. Y la situación no cambia con respecto a España, donde la sequía ha alcanzado proporciones "extraordinarias". Sobre todo en zonas como Cataluña o Andalucía, donde las reservas de agua tras el invierno son muy escasas.

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Si esta situación se alargase durante meses en el continente, se empezarían a ver consecuencias importantes en el rendimiento de los cultivos o en el control de los incendios forestales. De hecho, ya se están observando.

Esta falta de agua no solo es el germen de una inseguridad alimentaria creciente. La escasez se traduce en cortes de agua en muchas localidades, como ocurre en España. La sequía se refleja también en nuestras facturas: alimenta la espiral inflacionista y conspira con el chantaje energético que impulsa Vladímir Putin.

El déficit de lluvias acumuladas y el calor intenso y temprano contribuyen a secar una vegetación que el verano pasado, especialmente, se convirtió en pasto de las llamas. Y más, si cabe, con un subsuelo con pocas reservas de agua.

Las sequías descubren antiguas ciudades sumergidas en los embalses. También restos arqueológicos milenarios o buques de la Segunda Guerra Mundial hundidos en ríos como el Danubio, uno de los muchos que se están secando a nivel mundial. Algunos tan conocidos como el Río Colorado (Estados Unidos), el Yangtze (China), el Rin (Alemania), el Po (Italia) o el Loira (Francia) presentaron el pasado año un nivel de caudal tan bajo que ya se hace visible.

El ejemplo de Reino Unido

En el último año, las zonas verdes de Reino Unido se convirtieron en un pajar. El calor intenso ha dado paso a un escenario difícil de ignorar. Sobre todo, en días como el 19 de julio, cuando en la capital británica se alcanzaron, por primera vez, los 40 grados. Los espacios que servían de refugio al clima propio de la época estival convirtieron en el aliado perfecto de las olas de calor.

El césped, los árboles y la vegetación, en general, asumieron un papel distinto al que nos tenían acostumbrados. Se resecaron y, lejos de ayudar a calmar la cara extrema de las temperaturas, generaron un fenómeno con un nombre poco conocido fuera del ámbito científico, como es el de la amplificación.

"Cuando la vegetación y el suelo están resecos y hay una situación de sequía precedente, las olas de calor se amplifican", explicaba a este periódico Jofre Carnicer, investigador del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF). Es decir, nos encontramos un subsuelo que eleva aún más la temperatura en superficie, cuando, en situaciones normales, ayudan a regular la temperatura.

El panorama que se presentó este verano ha cambiado el propio modus operandi de la naturaleza. La llegada de episodios de olas de calor impactó de manera importante en la forma en la que ahora podemos enfrentar las temperaturas extremas y fenómenos naturales como los incendios. Y es que estos eventos, aunque ocurren con cierta frecuencia, el pasado año, llegaron antes de lo normal y con una intensidad que ha batido récords en prácticamente todo el mundo.

Por primera vez, en marzo, los dos polos helados de la Tierra se calentaban a la vez y presentaban temperaturas de hasta 40 grados por encima de lo habitual. También la región de Asia Meridional mostraba ese mes —y hasta abril— su cara más calurosa en 120 años. India llegaba a los históricos 44 grados y Pakistán a los 50.

Poco después, en el mes de mayo, las temperaturas excepcionalmente altas de Estados Unidos siguieron contagiándose por otras regiones del mundo. Desde el norte de África comenzó a extenderse un calor que golpeó de manera temprana a países europeos como España —donde se alcanzaron hasta los 40 grados en mayo—, Francia, Portugal, Italia o Suiza.

Lo peor de estos episodios no es solo que llegaran de manera temprana e intensa, sino que se siguieron replicando con fuerza durante los meses de verano en varias partes del mundo de forma simultánea y han dejado tras de sí una oleada de incendios difícil de sofocar.

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