El ser humano no puede estar más de 72 horas sin beber agua. Por lo general, se suele hablar de que se necesitan entre 1 litro y medio y 2 litros para que nuestro cuerpo funcione correctamente. Pero cabe preguntarse si, a la hora de hidratarnos, ¿es mejor el agua embotellada, de grifo o filtrada?
La Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) recomienda beber del grifo, pero lo cierto es que un buen porcentaje de los consumidores recurren a diario al agua embotellada. Según una encuesta de esta entidad, la elección entre una u otra está muy a la par.
Un estudio sectorial, elaborado a partir de resultados de una encuesta en los hogares catalanes, revela que aquellas personas que se decantan por el agua envasada defienden que lo hacen porque se percibe que el agua del grifo es de mala calidad, por la falta de un sistema de tratamiento hídrico en el hogar o por la presencia de niños.
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Más rica y menos dura
Pese a ser segura para el consumo, más de la mitad de los que eligen el agua embotellada lo hace por su sabor y olor. Aunque se perciba un olor o sabor extraño de un alimento o bebida, no quiere decir que esté en mal estado. Por detrás de estas preocupaciones organolépticas están los motivos de salud.
En el sabor del agua del grifo influyen factores como los aditivos —cloro, bromo o yodo — que se le suministran para que su consumo sea seguro, la dureza—riqueza en calcio y magnesio—, la cal, el estado de las tuberías del edificio o zona donde vivamos. Pero aunque el agua del grifo no sepa igual en Madrid que en Lugo, un informe técnico del Ministerio de Sanidad revela que el 98,5% de la red de agua de nuestro país es potable.
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Si estos factores siguen repercutiendo en tu consumo de agua, la solución puede estar en el filtrado de agua. En los hogares españoles se decantan por los filtros de carbón activado, con los que el agua se depura a través de dispositivos especiales que se instalan en el grifo. Pero la opción más sencilla son las jarras con filtros, que deben cambiarse, como mínimo, una vez al mes.
Un alivio para el bolsillo (y el medioambiente)
De acuerdo con el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, el precio medio del agua mineral envasada es 0,21 euros por litro. Si se consumen diariamente unos dos litros de agua, la factura anual ascendería a 150 euros. En cambio, si uno se ciñe a beber agua del grifo, pagaría 1 euro al año.
Y no solamente supone un coste sustancial para nuestro bolsillo, sino también para el medioambiente. Una investigación liderada por el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal) y publicada en la revista Science of The Total Environment en noviembre de 2021, descubrió que el agua embotellada tiene un coste medioambiental 3.500 veces mayor que el agua corriente.
Además, si se toma agua del grifo en lugar de la envasada, se está ahorrando el coste del recipiente que la contiene, que por lo general suele estar fabricado en plásticos derivados del petróleo. Una botella de plástico tarda en degradarse hasta 500 años de acuerdo a datos obtenidos por Greenpeace España. Estos envases pueden permanecer en los ecosistemas, donde los animales pueden quedar atrapadas en ellos y provocarles la muerte.
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Asimismo, el agua embotellada, según el mismo estudio, podría contener niveles más altos de disruptores endocrinos —que alterarían el equilibrio hormonal, afectando al correcto funcionamiento corporal— y microplásticos.
En cuanto a los efectos del agua corriente sobre la salud humana, el contacto del agua con los químicos que se inyectan para potabilizarla pueden llegar a generar trihalometanos, compuestos químicos cuya ingestión, inhalación y contacto dérmico, y la exposición a largo plazo se relaciona con enfermedades, como el cáncer de vejiga.
¿Cuánto hay que beber?
Si bien no se puede saber a ciencia cierta cuántos mililitros de agua necesita cada persona, puesto que depende del momento y la actividad que se esté realizando, sí que se han establecido estimaciones de ingesta adecuada para estar bien hidratado.
Para una persona adulta y en condiciones normales, se acepta que las necesidades de líquidos están en torno a los 30-35 mL por kg, o lo que es lo mismo, 1-1,5 mL por cada kilocaloría aportada en la dieta.
Y cuando una persona está en condiciones normales, significa que las personas no están realizando actividad física en ese momento, ni tampoco han modificado su dieta. Otros factores que influyen en la ingesta de agua son las condiciones ambientales, los problemas de salud o hábitos como el consumo de alcohol.
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Fisiológicamente, la ingesta de líquidos viene regulada por la sed: el deseo consciente de beber. Cuando tenemos sed, significa que el balance hídrico se ha descompensado y esto depende de cuánta agua tomamos y cuánta expulsamos (orina, heces, a través de la piel y de aire espirado por los pulmones).
Generalmente, para cualquier persona sana, la sensación de sed es una guía adecuada para tomar agua. Esto no se aplica a los bebés, los deportistas y la mayoría de las personas ancianas y enfermas. Tanto si se opta por el agua de grifo, como si se continúa consumiendo agua embotellada, una adecuada hidratación es indispensable para el correcto funcionamiento del cuerpo humano.