La luz se apaga, literalmente, cuando un preso entra a ADX Florence, la considerada cárcel más segura del mundo. Ubicada a los pies de las majestuosas Montañas Rocosas de Colorado (Estados Unidos), según explicó un ex alcaide de la prisión a CNN, una vez entras, “será la última vez que lo verás”. No hay ventanas, no hay patio, no hay contacto social. Los presos se quedan a solas con el frío hormigón de las celdas.
Entre sus rejas se encuentran algunos de los presos más notables de la historia reciente de EEUU. El más famoso entre los casi 400 reos que habitan la también conocida como Supermax es quizás Joaquín ‘El Chapo’ Guzmán, el narcotraficante mexicano que fue líder del Cártel de Sinaloa, que entró en 2020 en la prisión.
También le acompañan otros criminales notables como Ted Kaczynski, más conocido como el Unabomber; Zacarias Moussaoui, uno de los autores del atentado del 11 de septiembre de 2001 a las Torres Gemelas; Eric Rudolph, el terrorista de los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996; o, Robert Hanssen, el considerado peor espía de la historia de EEUU y que trabajó para la URSS durante más de dos décadas mientras estaba en el FBI.
Sin embargo, no todos los presos están condenados a cadenas perpetuas. Algunos, como Travis Dusenbury, han pasado temporadas en ADX por ser considerados conflictivos en otras penitenciarias. En el caso de Dusenbury, tuvo que pasar 10 años en la Supermax por agredir a un guardia en una prisión federal en Florida en 2005.
23 horas en confinamiento
Desde su construcción en 1994, ningún reo ha sido capaz de escapar de ahí. Y no es de extrañar. La prisión está diseñada de tal forma que los presos no pueden establecer ningún contacto entre ellos ni tampoco con los guardias. “Es la vida después de la muerte”, contó Robert Hood, director de ADX entre 2002 y 2005, a CNN. “A largo plazo, en mi opinión, es mucho peor que la muerte”.
Los presos de ADX están recluidos en un régimen de aislamiento solitario prácticamente completo: pasan 23 horas al día en sus celdas de ocho metros cuadrados (2x4). Según contó The New York Times, los reclusos reciben todas sus comidas a través de una pequeña ranura en la puerta y su único contacto visual con el mundo exterior consiste en una pequeña rendija donde se puede distinguir borrosamente el cielo.
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No es posible ver nada de lo que sucede en el exterior. Tampoco en el interior, lo que no permite a los reos conocer la forma de la prisión, ni su funcionamiento. Es casi imposible escapar de él. Dusenbury, en una entrevista para The Marshall Project en colaboración con Vice, señaló que entrar en ADX es como ver apagarse el mundo: “No ves nada ni una autopista a lo lejos, ni el cielo. Sabes que en el momento en que llegues no verás nada de eso durante años y años”.
Dentro de la celda, todo está hecho de hormigón para que nada pueda romperse y convertirse en un arma. Dentro del gris, sólo hay más gris: un escritorio de hormigón, una silla de hormigón y un bloque de hormigón cubierto por una fina espuma que hace las funciones de cama. El baño es una combinación de inodoro y lavabo, además de una ducha que se abre automáticamente cada tres días.
Todo ello hace que la vida dentro de la prisión sea especialmente complicada. “Es el lugar más duro que jamás hayas visto”, afirmó Dusenbury a The Marshall Project. “[No hay] nada vivo, ni siquiera una brizna de hierba en ninguna parte”.
Para aquellos que tienen un buen comportamiento, pueden ganarse el derecho a comprarse una pequeña televisión en blanco y negro o a coger libros prestados de la biblioteca. Las llamadas se restringen a 15 minutos al mes y cada reo dispone de cinco visitas al mes que se realizan bajo estrictas condiciones de seguridad.
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El único momento del día en el que pueden salir de su celda es para hacer ejercicio o para salir al patio. Tal y como explica The New York Times, a los reclusos se les asigna un máximo de 10 horas a la semana para alternar viajes en solitario a un gimnasio interior —una celda sin ventanas con una barra de dominadas— y visitas grupales al patio de recreo al aire libre, donde permanecen confinados en jaulas individuales —y, por supuesto, con la única vista al cielo, sin poder ver lo que sucede en el exterior—. A veces, ni eso, pues “simplemente lo cancelaban sin ningún motivo”, afirmó Dusenbury.
Una cárcel “inhumana”
Para Hood, según señaló al Times, ADX no fue diseñado para la humanidad. Tampoco para la rehabilitación de los presos. Si uno entra, es de esperar que sea para siempre. “Yo lo llamo una versión limpia del Infierno”, dijo el ex alcaide en otra entrevista para The Boston Globe.
Rodney Jones, otro preso de ADX, relató al Times que el psiquiatra de la prisión le suspendió su receta de Seroquel, un medicamento para tratar el trastorno bipolar. “Aquí no damos medicamentos para sentirse bien”, le dijo. El resultado, cuenta, fueron cambios de humos y, para sobrellevar la situación, hacía ejercicio hasta caer desplomado del cansancio. A veces, rememoró al Times, se cortaba, por lo que los guardias le ataban los brazos y piernas a su cama en un método medieval conocido como cuatro puntas.
La excesiva dureza de la prisión ha sido criticada en numerosas ocasiones por diferentes organismos internacionales. La oenegé Amnistía Internacional, por ejemplo, señaló que el trato dentro de la penitenciaría es contraria al derecho internacional.
“El gobierno estadounidense debe garantizar que el régimen de aislamiento sólo se utiliza en circunstancias excepcionales, como último recurso, y nunca durante periodos prolongados o indefinidos”, señaló en 2014 en la presentación de un informe Erika Guevara-Rosas, directora del Programa para América de Amnistía Internacional. Y añadió: “Ningún preso que padezca una enfermedad mental o corra el riesgo de padecerla debe ser recluido en régimen de aislamiento.”
ADX tampoco ha escapado de las críticas de las Naciones Unidas. Para Nils Melzer, relator especial de la ONU sobre la tortura, “infligir deliberadamente dolor o sufrimiento mental severo bien puede equivaler a tortura psicológica”.
En virtud de las Reglas Mandela, actualizadas en 2015, el régimen de aislamiento prolongado o indefinido “no puede considerarse una sanción legal”. Así, según el estándar mínimo de la ONU, un régimen "prolongado" de más de 15 días consecutivos se considera una forma de tortura.
"Las Reglas Mandela refuerzan los principios de derechos humanos, incluido el reconocimiento de la prohibición absoluta de la tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes y una orientación eficaz a las administraciones penitenciarias nacionales para las personas privadas de libertad", recordó Melzer.