Viajamos a la Laponia finlandesa donde, más allá de ser el hogar de Papá Noel y de la espectacular naturaleza, las mujeres son las protagonistas. Una profesora de yoga que sólo come la carne que caza. Una exploradora de auroras boreales que pasa el invierno sin electricidad por decisión propia. Una experta en renos que conoce el carácter único de cada animal. Una emprendedora con cinco hoteles y cuatro hijos, dos de ellos gemelas…
Finlandia es un país con tradición de mujeres fuertes que, desde la época medieval, podían poseer propiedades y, por tanto, administrar granjas y negocios. Independientes y deseosas de influir en la sociedad, lograron convertirse, en 1906, en el primer país europeo en aprobar el sufragio femenino. Un año después, ganaron 19 de los 200 escaños del Parlamento. Hoy lo gobierna la primera ministra más joven de su historia, Sanna Marin.
En la Laponia finlandesa notas el poderío de las mujeres desde el minuto uno. Emprendedoras e indómitas, se reinventan para ser quienes ellas desean. Conoceremos a algunas al recorrer Inari-Saariselkä, uno de los municipios más grandes y menos poblados del país, con un clima invernal extremo.
Hay que prepararse para enamorarse de esta tierra. Hasta hay un término finés para definir la pasión por ella: Lapinhullu, que significa la fascinación que siente mucha gente de fuera al conocerla, como si les aportara algo único que les obliga a volver. “Como me pasó a mí”, confiesa Adri, nuestra guía, una joven alicantina de 27 años.
La profesora de yoga cazadora
Nuestra primera noche es en Ivalo, donde habitan unas 3.100 personas. Una gran ciudad, si se considera que en toda la región hay unos 7.000 habitantes. En invierno se alcanzan los -30ºC, pero no hay que preocuparse. Nos dan un mono y botas impermeables, máscara y manoplas, mejor que guantes, los dedos se calientan unos a otros. Toca vestirse a capas, camiseta y malla térmica, lana y el mono, para incluso hacer el ángel en la nieve sin congelarte.
Tras el desayuno, vamos a clase de yoga en una laavu, una especie de cobertizo tradicional de forma triangular, como un tipi de madera. En la estancia caldeada con estufas de leña, Pilvi Ingebrigtsen, de 32 años y osteópata, nos inicia en el Embodied flow, práctica de yoga que “te ayuda a conectar contigo y con el entorno”, explica.
Nacida en Ivalo, Pilvi vivió en Escocia y estudió masaje finés en Fuengirola, donde se encuentra la segunda mayor colonia finlandesa fuera de su país, sólo por detrás de Suecia. Luego regresó para aprender osteopatía. “Amo el invierno. Aunque me encantó la calidez de España, allí comprendí que quería regresar”, afirma.
“En el sur de Finlandia los inviernos ya no son tan extremos, aquí las estaciones siguen muy marcadas. Ojalá no cambie”, dice, “no puedo vivir en una gran ciudad. Aquí, por la mañana salgo con mi perro directa al bosque. ¡No hay nada mejor!”.
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Recién llegada y aún poco puesta en la cultura local, pregunto si su perro es un husky. "No, es de caza. Soy cazadora y también pesco. De hecho, solo como la carne que cazo yo misma o mis amigos”, cuenta esta menuda mujer capaz de abatir alces de más de tres metros de alto. No, este no es país de estereotipos.
La conductora de trineos de perros
Salimos hacia Saariselkä y sus colinas que, en un país plano como Finlandia, es el destino de ‘alta montaña’, donde empezó el turismo de esquí nórdico, hay más de 200 kilómetros de rutas, y 15 pistas de alpino. Allí vive Anouska (24 años), una holandesa enamorada de los perros husky y de esta tierra, que trabaja de conductora de trineos y guía en la granja Wilderness center Star Arctic.
Aunque no son originales de la zona, ya que usaban renos, a los turistas, sobretodo a los niños, les encantan los huskies. “Aquí están protegidos”, destaca Anouska que, además de los que cuida en la granja, tiene 10 perros de trineo y vive en una caravana a su lado.
Reconoce tener un “fuerte vínculo” con sus perros: “Me respetan y saben que les respeto, pero hay que ganárselo”. Una de ellas, Nuny, le costó más. “La habían maltratado y tardó en confiar, pero acaba de ser mami de cuatro crías”, dice, acariciándola, y abraza a Zuko, un cachorro de 10 semanas. “Lo tengo mimado”, admite, mientras él le lame la cara.
La mujer que abraza a los árboles
Cuando la ingeniera Minna Kataja (38 años) conoció a su pareja, Aarno, de 50, supo que había encontrado a un espíritu similar al suyo. Los dos trabajaban en la construcción y tenían mucho en común: soñaban con tener más tiempo, con un hogar. Y decidieron inventar el suyo, un hospedaje único donde ella, que además es profesora de yoga, cocina con mucho arte y guía a los visitantes a darse baños de bosque.
La actividad consiste en caminar entre los árboles para sentir la naturaleza conscientemente, con todos los sentidos, mientras ella explica que los brotes de abedul poseen más vitamina C que una naranja, o que el enebro infusionado es muy bueno para los bronquios.
“Esta es una buena manera de calmar tu sistema nervioso, al dejarte ser y estar en el bosque, contigo mismo, admirar la belleza de la naturaleza. Creo que es una manera maravillosa de dejar ir el estrés y de cuidarte”, explica Minna y apunta que, aunque esta práctica proviene de Japón, “es algo que los fineses hemos hecho desde siempre, conectar con a naturaleza, contemplar y, simplemente, no hacer nada. Es un regalo para ti mismo”.
La magnate hotelera que concilia
Inari es un pequeño pueblo a orillas de un gran lago, a 300 km al norte del Círculo Polar Ártico. Un lugar donde el bar más popular se llama Papana, que significa cagarruta de reno, es, cuanto menos, peculiar. Además, es el centro de la cultura sami, el único pueblo indígena de Europa, en Laponia.
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Aunque viaja mucho –España es uno de sus destinos favoritos–, poco se ha movido Mari Lappalainen (47 años) de la zona, donde nació, para construir todo un pequeño imperio hotelero. Eso sí, a la manera finlandesa, con poca ostentación y mucho respeto por la naturaleza y por sus trabajadores.
“Somos una empresa familiar”, recalca la propietaria, junto a su marido, de cinco hoteles, unas 800 camas, en la zona. La pareja tiene cuatro hijos. Las pequeñas, dos gemelas idénticas que hoy tienen 17 años y juegan al hockey sobre hielo. “Nacieron el 2005, justo cuando empezábamos con los hoteles. Fue una locura, pero nos las arreglamos. El secreto es trabajar en equipo”, asegura.
Exploradora de auroras boreales
Con una belleza mágica, Inari es uno de los mejores sitios para ver auroras boreales y tenemos la suerte de hacerlo de la mano de Anne Haapalainen, guía experta, que vive en medio del bosque en una cabaña sin electricidad que compró hace 12 años y a la que se mudó definitivamente hace cinco. En verano tiene placas solares, en invierno tira de madera.
“La mayoría de mis amigos me comprenden, aunque hay quien cree que estoy loca, que me expongo a morirme. Pero aquí sigo, viva y muy feliz con mi decisión de vivir así”, asegura. Anne es un ejemplo de Lapinhullu. Ella nació en Helsinki, pero se siente fascinada por los grandes espacios vírgenes y el silencio de la Laponia. “Me hacen sentirme en paz”, explica y asegura que “el dinero te ata, prefiero una vida sencilla en armonía”.
La mujer que entiende a los renos
La granja de renos de Tuula Airamo (66 años) está en una zona remota, junto al lago Muttus. Diez generaciones de su familia han vivido aquí, cerca de 400 años. Tuula es una mujer sami que vive en plena naturaleza. “Es difícil pensar en una vida sin renos aquí, nos dan transporte, alimento, leche, ropa… de todo”, explica con admiración hacia los animales, a los que conoce muy bien y con los que se comunica con fluidez.
“Comen hasta 300 tipos de plantas. Les encantan los líquenes, son como chucherías para ellos y tienen muchos nutrientes. Cada reno es único. Mira, este es muy goloso”, dice señalando a un gran animal, que se acerca dócil buscando una ración de ramas de abedul.
Los cuernos de los renos se caen y crecen cada año, en un proceso similar a los dientes de leche, pero conectado a la procreación y las hormonas. “Al perderlos, guardan más energía para el frío”, cuenta Tuula y explica que tienen nervios y sangre en ellos, si se hieren, les duele. “Son muy suaves, como terciopelo”, dice, animando a tocar las colección de cornamentas que muestra, pulcramente colocadas sobre la nieve.
De los sami se dice que poseen una conexión tan fuerte con la naturaleza, que fueron los primeros en detectar el cambio climático. Ella asiente. “Es muy triste, cada vez se deshiela antes el lago. Cuando yo era joven llegábamos a -40º, ahora apenas se alcanzan -30”, afirma, mientras muestra hermosas prendas de artesanía indígena que teje, con los colores sami: verde, rojo y azul. “Pero la naturaleza permanecerá cuando nosotros nos hayamos ido".