Casi rozando con la yema de los dedos la tierra de Santa Claus —a unos 1.300 kilómetros del Polo Norte—, Svalbard (Noruega) es el lugar habitado más al norte del planeta. El archipiélago tiene numerosas islas, aunque la más grande y la única habitada es Spitsbergen. Eso hace, por tanto, a Longyearbyen, su capital y único municipio con una población significativa en la isla, la ciudad más septentrional del mundo.
Otrora un asentamiento dedicado a la minería, desde la década de los 90 y con el cese de la actividad, Longyearbyen ha pasado por un proceso de transformación que la ha convertido en un pueblo más a la usanza. Según el Atlas Mundial, un porcentaje significativo de los residentes de Spitsbergen —alrededor del 23%— se mudó a principios de la década de los años 2000 a la capital, presumiblemente para escapar de las difíciles condiciones del norte.
Con algo más de 2.000 habitantes, la ciudad ofrece prácticamente todos los servicios básicos: colegios, iglesias, instalaciones culturales, infraestructura de transporte, servicio aéreo y servicios de seguridad pública. Asimismo, para los cada vez más turistas que deciden visitarla, también cuenta con hoteles, una cervecera local y más de 15 restaurantes.
Sin embargo, pese a tener un clima relativamente favorable —durante el transcurso del año, la temperatura varía entre los -16 °C y los 9 °C, y rara vez desciende hasta los -28 °C—, la vida no es nada sencilla en este lugar tan alejado de toda civilización humana. Por ejemplo, una de las capitales más cercanas es Moscú (Rusia) y está a más de 2.600 kilómetros de distancia.
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Entre otras dificultades, durante casi tres meses, su población permanece sumida bajo la noche polar. Desde noviembre hasta finales de enero, la oscuridad se adueña de Svalbard, algo que genera un trastorno importante en sus habitantes. “Hablando con lugareños, ellos mismos reconocen que durante ese tiempo hay mayor predisposición a las depresiones y las crisis de tristeza”, explica el viajero Dani Keral, que visitó la localidad, en su blog Un viajero creativo.
Eso sí, la ventaja para el turista es que las probabilidades de ver una impresionante aurora boreal aumentan. Al contrario, en verano, la luz es infinita. Nunca se apaga. Y la única forma de encontrar oscuridad es bajando la persiana en casa. Un peligroso cóctel para aquellos que tengan difícil conciliar el sueño.
Más osos polares que humanos
Una de las peculiaridades del archipiélago es que hay más osos polares que personas. Hay tantos que incluso se convierte en un verdadero riesgo para la seguridad humana. Así, en Svalbard, cuando uno sale fuera de la civilización, es prácticamente obligatorio llevar un arma de fuego. El propio Gobierno del archipiélago lo recomienda.
"Si no tienes uno [un rifle], el Gobierno vendrá y te regañará porque te estás poniendo en peligro", explicó Cecilia Blomdahl, una sueca residente en el archipiélago desde hace siete años, a Business Insider. También aseguró haber encontrado innumerables osos polares durante este tiempo: "Están en todas partes, pero tratamos de hacer todo lo posible para mantenernos fuera de su camino".
La propia web de Svalbard destaca esta pintoresca panorámica: “Este es uno de los pocos lugares en el mundo donde no es raro ver a madres empujando un cochecito mientras llevan un rifle en la espalda”. No obstante, el riesgo de ser atacado por un oso polar no es extremadamente alto. La última muerte tuvo lugar en 2020 y, desde 1971, han fallecido un total de seis personas por ataques de estos animales.
El semillero del mundo
Otro de los atractivos de Svalbard es que alberga la Bóveda de semillas, un espacio con un aspecto futurista que se suele conocer como la ‘cámara del fin del mundo’. Capaz de resistir terremotos de categoría 10 en la escala Richter, temperaturas extremas y hasta el impacto de bombas nucleares, la finalidad de esta cámara no es otra que preservar todo tipo de semillas por si se diese un cataclismo.
En el interior de sus dos cámaras reposa más de un millón de semillas vegetales procedentes de decenas de países de todo el planeta. Su finalidad radica en resguardar el patrimonio genético nacional de un país en caso de que ocurran diferentes desastres como un conflicto armado. Este caso de emergencia se puso en marcha, por ejemplo, con la guerra de Siria en 2015.
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Prohibido enterrar muertos
Por ley, desde 1950, está prohibido enterrar a los muertos en esta inhóspita región del mundo. La razón es simple: debido a las condiciones climatológicas extremas, el suelo permanece congelado durante todo el año. Así, el permafrost, como es conocido este tipo de superficies, no permite que los cuerpos se descompongan.
Por lo general, si una persona fallece en Svalbard, su cuerpo es trasladado a la Noruega continental para ser enterrado en su municipio de procedencia. No obstante, si alguien desea descansar para siempre en el archipiélago también es posible, aunque debe ser incinerado y recibir un permiso del sysselmester —el gobernador—, que de modo general se suele conceder, siempre y cuando haya suficiente motivación.