Iluminar las nubes para frenar el deshielo: la técnica que enfrenta a expertos de todo el mundo
Esta técnica de geoingeniería es para algunos científicos una posible medida ante la emergencia climática, pero puede tener un coste demasiado alto.
29 diciembre, 2022 01:18A medida que el deshielo producto del calentamiento global coge carrerilla y tiene sus primeros coletazos en países como España, también lo hacen las técnicas que intentan frenarlo. Hay para quienes resultan una opción y abren una pequeña ventana de oportunidad para acompañar otras opciones más lentas como la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero a nivel mundial.
Los datos no mienten. Las regiones polares están pasando por uno de sus peores momentos. En el Ártico, se ha perdido en torno al 30% del volumen de hielo marino del invierno. Por no hablar de que es una zona que se está calentando hasta cuatro veces más rápido, según un estudio publicado este año en Nature.
Los glaciares de la Antártida también están perdiendo hielo a un ritmo abrumador, como nunca se había visto en 5.500 años. De acuerdo a una investigación de Nature Geoscience, el descenso del nivel del mar relativo durante mediados del Holoceno era hasta cinco veces menor que ahora. Como aseguran los investigadores, es una gran diferencia debida a una pérdida de masa de hielo.
A noticias como el derrumbe de un bloque de hielo en la Antártida del tamaño de la ciudad de Roma o de una ola de calor sin precedentes en los dos polos de hasta 40 grados, le siguen otras como el goteo de glaciares continentales que están llegando a su fin en todo el mundo. Y mientras su existencia se precipita, se liberan enormes cantidades de dióxido de carbono a la atmósfera que ayudan a calentar aún más el planeta.
Estas no son buenas noticias. Como explicó a EL ESPAÑOL Santiago Giralt, glaciólogo del Instituto de Geociencias de Barcelona (GEO3BCN-CSIC), regiones heladas como los polos son fundamentales para regular la temperatura de la Tierra. El hecho de que tengan hielo supone que desvían hasta el 90% de la luz que les llega y es lo que mantiene a los dos polos fríos.
Esto confronta con las temperaturas cálidas del ecuador y facilita que en latitudes medias haya zonas habitables. Según Giralt, con el deshielo se está produciendo una descompensación: “El gradiente de temperatura entre los polos y el ecuador disminuye mucho y provoca una climatología variada y extraña que hace que, de repente, tengamos unos veranos muy extremos o unos inviernos especialmente fríos”. Por tanto, los efectos van más allá de la subida del nivel del mar. Afecta a la propia climatología del planeta.
El 'bombardeo' de luz
La emergencia climática está rescatando algunas técnicas que, hasta ahora, parecían reservadas a los libros y películas de ciencia ficción. El abanico es extenso, y nace de una disciplina conocida como geoingeniería, que se define como la modificación deliberada y a gran escala del clima terrestre para conseguir limitar e incluso revertir los efectos del calentamiento global. Algunos como el deshielo imparable de las regiones polares.
Para esto, en concreto, se han elaborado modelos como el de la inyección de aerosol estratosférico. El dióxido de azufre se liberaría en la estratosfera y se acumularía alrededor de los polos. Con esta técnica se busca conseguir un efecto similar al que conseguirían de manera natural las cenizas de un volcán: alcanzan una gran altura y reflejan la luz del sol, lo que permitiría reducir la temperatura a nivel terrestre.
Esto es, precisamente, lo que publicaron científicos estadounidenses en la revista Environmental Research Communications, bajo el título A subpolar-focused stratospheric aerosol injection deployment scenario (en español: Un escenario de despliegue de inyección de aerosol estratosférico centrado en el subpolar).
Según el estudio, si se inyectan estas partículas a una altura de 13 kilómetros, los aerosoles se desplazarían hacia los polos y ensombrecerían ligeramente la superficie terrestre. Con una flota de unos 125 aviones cisterna y 175.000 vuelos al año, comentan los autores, podrían transportar la suficiente carga como para enfriar las regiones polares hasta dos grados anualmente, y por un coste de 11.000 millones de dólares.
Este no es el único estudio. Otro trabajo publicado en Nature en marzo de 2019 explicaba cómo esta medida podría reducir a la mitad el aumento de la temperatura media global.
Sin embargo, esta técnica gana demasiados pero's entre la comunidad científica. En primer lugar, porque en la práctica, se desconoce si ese dióxido de azufre se quedaría sobre los polos, y, en cualquier caso, la cantidad de vuelos necesarios continuaría aumentando las emisiones de CO2 a la atmósfera. Además de esto, la bajada de temperatura no sería constante, sino que dependería de esas inyecciones todos los años. Se curarían los síntomas, pero no la enfermedad.
Eso sin contar con algo que también suscita resquemor, y es que el dióxido de azufre se ha relacionado con la lluvia ácida o la persistencia del asma y la bronquitis crónica, además de ser en sí mismo perjudicial para el medioambiente.
Mientras unos exploran cómo llevar a la práctica esta técnica de geoingeniería solar, otros se oponen fervientemente. En enero de este año, más de 60 expertos firmaron una carta abierta en la que alertaban de los peligros de tapar el sol para frenar el cambio climático, una técnica que aún no se ha puesto en práctica. La tachan de peligrosa y aseguran que los efectos negativos de tapar el sol superarían cualquier posible beneficio.
El 'brillo' de las nubes
Un artículo publicado en The Guardian rescataba recientemente la labor de un equipo de científicos del Centro para la Reparación del Clima en Cambridge. Su objetivo, señala, se reduce a tres objetivos: minimizar las emisiones de CO2, eliminar el exceso de gases de efecto invernadero de la atmósfera y frenar las partes dañadas del sistema climático.
Una de las cuestiones que investigan es el brillo de las nubes marinas. Es decir, este equipo de científicos estudia cómo generar nubes blancas sobre la región polar para que reflejen la luz solar durante los meses de verano y pueda protegerse en mayor medida del hielo acumulado en el invierno.
Para los científicos que lo estudian, esto no es geoingeniería sino biomimética, es decir, una forma de imitar un proceso natural a gran escala. No obstante, como comenta al diario británico el investigador David King, “una vez que se haya demostrado que todo es operativo y funcional y que no hay efectos nocivos necesitaríamos tener entre 500 y 1.000 embarcaciones oceánicas ubicadas alrededor del Océano Ártico". Pero, para eso, aún podrían pasar otros siete años.
Por su parte, Ben Kravitz, científico atmosférico del Laboratorio Nacional del Noroeste del Pacífico, comenta a este mismo medio que aunque “el brillo de las nubes marinas es prometedor, aún queda mucha investigación por hacer”. Y es que “las interacciones entre los aerosoles y las nubes son la mayor fuente de incertidumbre en la ciencia del clima en este momento”.
En otro artículo publicado en este periódico, se hablaba de otra técnica para manipular las nubes y hacer que llueva. Esta, a diferencia de las nombradas aquí, sí que se ha puesto en práctica, aunque ni mucho menos es una solución a las sequías que podamos sufrir como consecuencia del cambio climático.
[Manipular las nubes para conseguir agua: así ‘bombardean’ sus cielos países de todo el mundo]
José Luis Sánchez, catedrático de Física Aplicada de la Universidad de León, explicaba que las técnicas para influir en el clima que se llevan a cabo actualmente en España y en otros países de Europa no suelen incluir el hecho de provocar la lluvia, porque aunque es tentador, es muy complicado. No es tan fácil como disponer de aviones que puedan inyectar yoduro de plata en las nubes. Se requiere de unas condiciones naturales previas que tienen una alta variabilidad.
Y es que de la cantidad de agua que cabe en una nube, únicamente precipita el 5%, por lo que con estas técnicas lo que se busca es aprovechar un 1% más de lo que contiene. Pero, además, deben darse unas condiciones de humedad para que ese aire condense y acabe precipitándose en forma de lluvia.
Las técnicas para interferir en el clima, por tanto, hay que tomarlas con mucha cautela. Para científicos como Sánchez, siempre hay que preguntarse dónde está el límite y cuándo la ciencia debe dar paso a la ética.