Los destrozos que está dejando tras de sí el paso del huracán Ian en Florida (Estados Unidos) son innumerables. Las lluvias han llegado a superar los 100 litros por metro cuadrado, los vientos han alcanzado una velocidad de hasta 249 kilómetros por hora y el nivel del mar ha aumentado en unos cinco metros. Se han visto tiburones nadando por medio de las riadas y tejados arrastrados por las corrientes de agua.
Aún hace falta un estudio de atribución para conocer hasta qué punto el cambio climático está detrás, pero lo que está claro es que son fenómenos que se harán más frecuentes e intensos, y no solo en zonas como Florida. Un estudio publicado en 2019 en Geophysical Research Letters apuntaba a un aumento potencial del peligro de actividad de huracanes en el Mediterráneo con el calentamiento global.
Como indican los investigadores, estos ciclones intensos adquieren características tropicales y se asocian a vientos extremos y precipitaciones. Lo que ocurre con el cambio climático es que se deslocalizan, por lo que pueden llegar a afectar en mayor medida a zonas como el Mediterráneo.
En el ámbito científico se les conoce como Medicanes (huracanes del Mediterráneo) y estudios como el mencionado acumulan datos suficientes como para asegurar un impacto creciente de estos fenómenos extremos.
Tal y como publica el estudio, es probable que los Medicanes se vuelvan más fuertes en otoño en relación con la primavera y el invierno y desarrollen núcleos cálidos más profundos y duraderos. Es decir, pueden crear una estructura tropical más robusta, lo que aumenta la probabilidad de alcanzar la intensidad de huracán. Además, señalan que "las precipitaciones más intensas también son motivo de preocupación dados los riesgos de inundación que plantean estas tormentas".
En la pequeña pedanía murciana de Javalí Viejo, sin haber llegado a la categoría de tormenta tropical o de huracán, se han vivido momentos de verdadera angustia. Después de meses de intensa sequía y calor, zonas como esta se han visto anegadas. Las lluvias han sido de una intensidad aterradora y se han cobrado la vida de al menos un hombre de 60 años. Dormía en el sofá de su casa cuando a las 1:45 horas de la madrugada fue arrastrado por una riada repentina que ha dejado un paisaje de barro y destrucción.
Las fuertes lluvias han puesto en alerta diferentes zonas del país. En Murcia, llegaron a caer hasta 41 litros por metro cuadrado en solo 10 minutos. En las Islas Canarias, el paso de la tormenta tropical Hermine ha dejado récords de lluvia acumulada en un día entero y, en especial, en islas como Lanzarote o Fuerteventura, donde habitualmente llueve menos.
Como apunta Beatriz Hervella, meteoróloga de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET), “con lo caído en cuatro días, podemos indicar ya que se ha registrado el septiembre más lluvioso de la serie en siete estaciones y en algunos casos, lo caído en cuatro días supone cinco veces más que el récord previo del acumulado en todo el mes de septiembre”.
Los daños ocasionados por Hermine en Canarias superan ya los cinco millones. Por su parte, el Ayuntamiento de Murcia ya ha solicitado que Javalí Viejo sea declarado zona catastrófica tras las fuertes lluvias e inundaciones. Es la cara amarga de unas lluvias que este otoño se prevén, no más frecuentes, pero sí más intensas, y es que hay un factor que está sirviendo de combustible.
Como explica José Miguel Viñas, meteorólogo y consultor de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), no está nada claro si está habiendo ahora más tormentas tropicales o más huracanes a nivel general. Aunque puntualiza que “los que se forman por esas circunstancias de aguas más calientes sí que alcanzan una mayor intensidad tanto en la velocidad del viento como en las lluvias que dejan, como este episodio último de Canarias”.
Que el los océanos se calienten no es nada nuevo. De hecho lleva ocurriendo desde el siglo pasado. El problema es que ahora lo está haciendo de una manera más intensa, también porque ahora se emiten más gases de efecto invernadero que calientan la atmósfera. Un exceso de calor que después absorben los mares en al menos un 90%. Así, los 100 metros más superficiales muestran un calentamiento de más de 0,33ºC desde 1969.
En zonas como el Mediterráneo, ese calentamiento se agudiza más, porque es una cuenca cerrada. De hecho, este verano se han podido ver temperaturas de hasta 30 grados. Esto son hasta siete grados más de lo habitual y, sin duda, puede tener sus consecuencias. Como cuenta Viñas, “ya lo estamos viendo” en esta zona.
“Todos los otoños hay tormentas, todos los otoños en algún punto del Mediterráneo llueve con intensidad, pero el hecho de que esté tan caliente este año el agua superficial, sí que provoca que la intensidad de los fenómenos sea mayor”, asegura el meteorólogo, e insiste en que “eso es algo que sí que se está observando por el calentamiento global”.
Lo que ocurre es que la baja atmósfera está concentrando una mayor cantidad de calor y, por tanto, más energía disponible para que todos estos fenómenos que ya de por sí pueden ser extremos (como tormentas, vendavales o episodios de lluvia asociados a tormentas tropicales) puedan tener en un momento dado un mayor impacto. “Se introduce más vapor de agua en estos sistemas, que es lo que al final libera calor y se manifiesta en lo que estamos viendo, en esos fenómenos más extremos”, explica Viñas.
Hervella coincide en esto mismo, aunque subraya que un océano más cálido no implica necesariamente huracanes o tormentas más intensas. “Solo abre esa posibilidad una vez que el huracán está activo pero para que éste se forme necesitamos más ingredientes”, cuenta la meteoróloga de la AEMET.
El 'golpe' del cambio climático
Desde hace un tiempo se está observando cómo a medida que el planeta se calienta, las tormentas se están intensificando de una manera más rápida. Tanto que, según recoge un artículo de The New York Times, algunas pasan rápidamente de la categoría de tormenta tropical débil a huracanes de categoría tres o superior en menos de 24 horas. Casi pillan por sorpresa y dan menos oportunidad de anticipación ante los desastres.
Una de las razones que señalan es, precisamente, el aumento de la temperatura del mar. Las tormentas se alimentan de esa energía que produce el calor superficial de los océanos y se transforman en fenómenos extremos de gran peligrosidad.
Así lo recoge también un análisis de imágenes satelitales del mencionado artículo que en 2020 concluyó que la posibilidad de que una simple tormenta se convierta en huracán ha aumentado un 8% por década desde 1979. Es decir, lo que ocurre es que se dan lluvias más fuertes y vientos de gran velocidad de manera sostenida durante al menos 24 horas.
Como cuenta Viñas, “sí que estamos observando que en zonas donde las aguas están ahora más calientes que hace años, con anomalías cálidas muy destacadas, se favorece el desarrollo de sistemas bastante profundos, de bajas presiones y algunos sistemas tropicales”. Por ejemplo, lo ocurrido con el huracán Danielle en el Atlántico Norte o ahora con Hermine en las Islas Canarias.
Por su parte, Mar Gómez, directora meteorológica de eltiempo.es y presentadora del podcast Planeta Oculto en Podimo, apunta que “es posible que en un futuro llueva menos pero llueva mal. Es decir, que cuando se den lluvias sean de carácter más torrencial y no pueda aprovecharse ese agua por las inundaciones que provoque”.
En España, las zonas más vulnerables o afectadas por estas tormentas extremas son el archipiélago balear, la zona litoral de Cataluña, costas de la Comunidad Valenciana y un enclave que suele recibir algunos de los episodios más destacados de lluvia cada año, que es la zona del sur de Valencia y del norte de Alicante. “Al final toda la fachada mediterránea es vulnerable a que en un momento dado pueda darse una situación para que pueda llover con mucha intensidad”, comenta Viñas.
Qué otoño nos espera
A pesar de estas lluvias intensas, la situación es paradójica. Las previsiones de lluvia para este otoño son de pocas precipitaciones. Hervella apunta que la predicción estacional no nos permite discriminar si va a haber más o menos tormentas, porque es un fenómeno demasiado local como para poder predecirlo con tanta antelación.
No obstante, “lo único que podemos decir es que el próximo trimestre (octubre-noviembre-diciembre) en lo tocante a precipitación será, probablemente, más seco de lo normal en el noroeste peninsular”.
Estas no son buenas noticias, puesto que nuestro país continúa en sequía meteorológica y los niveles de los embalses no dejan de descender. De acuerdo al último boletín informativo del MITECO, la reserva hídrica española se encuentra al 32,5% de su capacidad total esta semana en la que los embalses han perdido un total de 540 hectómetros cúbicos.
Si tomamos como referencia el registro histórico, se trata de la la cifra más baja en la semana 39 en 27 años. Habría que remontarse hasta la misma semana de 1995, cuando los embalses estaban al 26,38%. Un año antes, en 1994, los embalses se encontraban al 33,83%.
No obstante, todo está por ver. Como apunta Hervella, si tenemos en cuenta la información climática, el otoño es la estación más lluviosa de la fachada mediterránea y por tanto lo normal sería que hubiese temporales que descarguen agua de forma significativa.