Como suele ocurrir en cualquier país empobrecido observado por los organismos internacionales que buscan mejorar el bienestar de la población más joven para empujar un cambio a futuro, los adolescentes en Ucrania ya estaban monitoreados antes de la invasión rusa.
Un informe de Naciones Unidas, publicado en 2019, indica lo consabido de los países en vías de desarrollo: que los jóvenes ucranianos de 10 a 24 años –6,2 millones, sin contar a los que residen en las zonas ocupadas por Rusia desde 2014– tenían bajos niveles de ejercicio y hábitos alimenticios poco saludables; que sufrían acoso, ciberacoso, y violencia en las escuelas; y que no contaban con el apoyo diario de sus familias.
¿Qué dirían ahora de esta generación que, tras el levantamiento de Maidán, la invasión del Donbás y la anexión de Crimea por parte de Rusia, y una pandemia, se ve obligada a enfrentar una guerra?
Y, literalmente, un alto porcentaje de la población joven ucraniana se ha unido al ejército. El testimonio de un combatiente que estuvo en el frente de Kiev, publicado en el medio alemán Deutsche Welle , da cuenta del patriotismo de los más jóvenes: “El mundo entero puede ver que Ucrania no es un país que simplemente se rinde . Nuestro himno nacional lo dice maravillosamente: alma y cuerpo nos acostaremos por nuestra libertad”.
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Maria (16 años) muestra el objeto que más importancia tenía para ella cuando huyó de la guerra: sus apuntes del examen previo a la universidad
Maria es una estudiante ucraniana que huyó de la invasión rusa con sus padres y lleva una "cronología de la guerra" en su diario. Escribe todo lo que se le pasa por la cabeza y de vez en cuando se aventura con un poema:
No hacen falta armas, yo misma estoy en contra de ellas. / Siento indiferencia, y entiendo muy poco mis sentimientos. / He sufrido cosas terribles y he dado todo lo que he podido dar de mí. / Quisiera quitarme los ojos para no ver lo horrible que pasa . / Quisiera cortarme las orejas para no oír ese ruido. / Alguien ha introducido en mí el cuchillo, me duelen todos los huesos…
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Maria, en el albergue de Cáritas de la capital de Moldavia
La adolescente vivía en Mikolaiv y preparaba sus asignaturas del undécimo grado para ser periodista. Su plan era irse a estudiar en la República Checa, pero ahora todo está en suspenso.
“Si destruyen mi casa, los ahorros de mi familia servirán para reconstruirla, no para mis estudios . Mi generación no va a perdonar a los causantes de esta guerra, nosotros vamos a expresarnos y a luchar por la libertad”, dice en el centro de refugiados de Moldavia, donde es atendida por la ONG española Ayuda en Acción y sus socios de Alliance 2015.
Ambas organizaciones están apoyando a cientos de adolescentes que huyen de la guerra casi sin entenderla.
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Maria jugando a la pelota
Su "cronología de guerra", como la llama, le ayuda a seguir en este momento sin futuros que vive.
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Maria quiere ser periodista y dice que "los jóvenes vamos a expresarnos y a luchar por la libertad"
Los adolescentes entrevistados en tres centros de acogida de Moldavia lidian cada día con el horror de la guerra que les llega por TikTok, Instagram o por los chats que mantienen con sus grupos de amigos que está dispersa por Europa.
“Mis amigos están repartidos en distintos países de Europa y cuando hablamos generalmente discutimos acerca de la guerra. Estamos preocupados porque no sabemos qué va a pasar en el futuro”, concluye Maria.
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Anna (14 años) posa junto a una fotografía de su infancia, su posesión más preciada en Moldavia
Internet, para bien o para mal, da a los adolescentes las respuestas que los adultos no les dan. Durante la huida, Anna no pudo hablar de la guerra con ningún adulto, así que entendió el conflicto gracias a la red.
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Anna, en las inmediaciones del Moldexpo de Chisináu
"Cuando salí de casa me sentía muy desorientada , sólo tuve tiempo de coger mi documentación y un poco de ropa", explica desde su nuevo hogar en el recinto ferial de Chisináu, Moldexpo.
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Anna en el centro de refugiados moldavo.
Anna cuenta cómo fue su huida: "Mi padre nos llevó hasta la frontera, viajamos durante más de 20 horas en el coche para llegar a Transnistria a las cinco de la mañana y después decidimos llegar hasta este centro, donde estoy ahora, en Chisináu. Antes de llegar aquí nadie me explicó lo que era una guerra , pero con internet me enteré".
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Anna jugando con otra adolescente
En los refugios al otro lado de las fronteras de Ucrania se percibe que casi todos quieren volver a sus hogares . Nadie se quiere alejar demasiado.
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Raslav (19 años) junto a su objeto más preciado: una camiseta con la bandera de Inglaterra
Raslav, de 19 años, pudo salir de Odesa por una discapacidad que le ha condenado a una silla de ruedas. Aunque su sueño siempre fue salir del país, ahora solo piensa en volver.
“Me preocupa lo que vaya a pasar con mi ciudad, cuando hablo con mis amigos que aún están en Ucrania, bajo los ataques, todos tememos que Odesa que sea la próxima Mariúpol ", cuenta.
"Cuando recuerdo el sonido de las alarmas anunciando un nuevo ataque, siento rabia y miedo ”, añade el joven que habitualmente recibe la visita de un psicólogo en el centro de refugiados.
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Adelina (14 años) posa con Kiesha, un peluche que le regaló su abuela
Todos los entrevistados quieren que la guerra termine ya. La última vez que Adelina vio a su padre recuerda que lloraba mucho. La joven cuenta que su padre le dijo que una vez saliera de Ucrania y llegara a Moldavia, todo iba a ser más tranquilo . Ya no hay bombardeos, pero no puede dejar de sentirse mal.
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Adelina, en la fila de la comida del centro de refugiados de Moldexpo de Chisináu
"Me siento mal por mi familia, a pesar de que pasaban cosas malas, allá estaba en casa y con ellos ", cuenta Adelina.
Y añade: "Esto es como un sueño horrible. Cuando vuelva a casa voy a abrazar y besar a mi padre porque le echo de menos. Espero que la guerra termine pronto”.
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Adelina, en la fila de la comida
Tres millones de niños y adolescentes dentro de Ucrania y más de 2,2 millones en países de acogida necesitan asistencia humanitaria , según cifras de Unicef. Además, según advierte Ayuda en Acción, existe ya un trauma experimentado por las bombas y la huida, pero muchos se afligen por la separación de sus seres queridos.
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Adelina jugando en el centro de acogida
Los hombres se han quedado atrás por la ley marcial que les impide abandonar Ucrania y muchas personas mayores no tienen las fuerzas suficientes para recorrer los trayectos que demandan horas de espera para subirse a un tren y salir del país. El apoyo psicológico en los puntos de acogida es esencial, y aunque hay que vencer las trabas idiomáticas, muchas oenegés están haciendo hincapié en brindar este acompañamiento.
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Leila (12 años) muestra su objeto más preciado: un peluche que tiene desde pequeña
Leila huyó con su madre y hermanos menores, pero echa de menos a la familia que dejó en Mikolayiv. "En casa se quedaron mi padre, mi abuela y otros familiares" , cuenta; y reconoce que les echa de menos.
"Hablo con mi padre por teléfono todos los días, eso me ayuda mucho y me hace sentir más segura; él me reconforta, me dice que todo está bien, que todo irá a mejor . Yo le creo".
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Leila y su madre
Leila, junto a su madre, habla por teléfono con su padre detenido en Ucrania al intentar salir del país y saltarse la ley marcial que obliga a los hombres a permanecer en el país para poder ser llamados a filas.
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La videollamada que reconforta a Leila
La joven ucraniana habla por teléfono con su padre, detenido en su país de origen.
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Lisa (15 años) muestra un colgante de una media luna que le regaló su abuela y que, asegura, tiene poderes mágicos
La conexión con sus afectos, las rutinas y los planes que unos pocos pueden trazar en sus mentes les ayudan a ahuyentar la tristeza. Lisa, por ejemplo, continúa con las lecciones de baile que le da su abuela desde Odesa .
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Los sueños rotos de una generación ucraniana: Lisa
“Estudio ballet clásico con mi abuela que sigue en Odesa. Es una buena herramienta para tranquilizarme", explica.
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Lisa ensaya en su habitación del centro de acogida
"Cuando estoy en la habitación del centro de acogida, donde ahora vivimos, bailo y me siento bien, me da fuerza y me permite encontrarme mejor con mi entorno”, dice la joven, que mantiene algo de ilusión.
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Lisa en una de sus clases online con su abuela
Lisa huyó de Odesa junto a su madre, su tía y sus primos. Y viene de una familia de bailarinas.
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Piotr (17 años) con su colonia favorita, el objeto más importante con el que pudo huir
Piotr habla mucho con sus amigos que están en Mikolayiv y les dice que se cuiden, que no se expongan a los disparos.
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Piotr sigue hablando con sus amigos
En Chisináu “no se siente en su plato”, pero es de los pocos que piensa que más adelante podrá viajar . “Pienso en Alemania o Francia, su economía y cultura son buenas”, dice. Pero no descarta Moldavia, porque, bromea, hace poco conoció a una chica voluntaria que será su esposa.
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La vida normal de Piotr
Antes de llegar a Moldavia, Piotr tenía una vida normal: paseaba, estudiaba, conocía gente y hacía deporte. Le gusta mucho la música, le gusta el rap, el hip-hop, a veces también improvisa sus propias líricas.
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Piotr intentando distraerse
Una de las distracciones diarias y universales es el fútbol, al que Priot juega junto a sus amigos a las afueras del centro para refugiados de Moldexpo, en Chisináu, Moldavia.
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