El respeto a la naturaleza como deber moral: el mensaje ecologista de Akira Kurosawa en 'Dersu Uzala'
El cineasta recupera los viajes de Vladímir Arseniev para crear una fábula humanista protagonizada por un cazador hezhen y un soldado soviético. Una película para recordar este Día Internacional de la Madre Tierra.
22 abril, 2022 03:12Akira Kurosawa estaba en una etapa de inestabilidad y decadencia cuando decidió adaptar los escritos de Vladímir Arseniev. En Japón ningún estudio quería financiarle sus proyectos, en parte por el incomprensible fracaso de Dodeskaden, su primera película en color.
Desdichado aunque infatigable, y tras una pesadillesca incursión en Hollywood en el rodaje de Tora! Tora! Tora! que le llevó al borde del suicidio, el también director de Los siete samuráis y Vivir decidió salir de Japón y buscar ayuda en la antigua Unión Soviética. Mosfilm, el gran estudio ruso que produjo algunas de las más grandes obras maestras del cine del siglo XX, aceptó producirle al Emperador Dersu Uzala, hoy una de sus películas más recordadas, la única de su carrera que no grabó ni en su idioma ni en su país natal.
Los escritos sobre las expediciones en la tundra siberiana de Arseniev sirvieron a Kurosawa como base para construir Dersu Uzala, una película con un poderoso trasfondo humanista y ecologista que coloca a la naturaleza como entidad suprema que debe ser respetada y venerada para mantener el equilibrio entre el ser humano y su entorno. Esta devoción hacia la Madre Tierra queda representada en Dersu, un cazador de la tribu hezhen, minoría étnica que habita Siberia. Risueño, de espíritu libre y algo ingenuo, este personaje, magistralmente interpretado por el actor de teatro Maksim Munzuk, representa la antítesis del pensamiento occidental: los elementos naturales, como los animales o las plantas, no deben ser nunca objeto de un extractivismo expoliador, sino que sólo debe recurrirse a ellos por necesidad.
En una de las escenas cumbre de la película, Dersu Uzala dispara a un tigre siberiano para defenderse. Desde ese momento el animal le persigue en sueños. Ha mancillado la naturaleza y herido a un animal sagrado: no lo ha matado por hambre, sino para defender a su amigo. Lo que para él es tormento, para un occidental sería pura diversión. En una de sus reflexiones más recordadas, Kurosawa transmite por boca de este personaje su espíritu humanista heredero del zen: "La gente es fuego. Cuando el fuego se enfurece, la taiga arde durante muchos días. Si el fuego se enfurece, da miedo. Cuando el agua se enfurece, da miedo. Cuando el aire se enfurece, da miedo. Fuego, agua y viento: tres personas con poder".
Con esta sencilla reflexión propia de un hombre sin conocimientos filosóficos pero con una profunda sabiduría, Dersu Uzala parece recordar que si realmente existe maldad en el mundo es por culpa de las pulsiones humanas, muchas de las cuales brotan de las ambiciones desmedidas. Al menos, esa es la reflexión que dejan otras películas de Kurosawa, como Barbarroja, donde un médico sólo alcanza la maestría cuando se da cuenta de que su mayor logro no es ser prestigioso, sino ayudar al humilde; Vivir, en la que el rostro de la muerte es lo que hace despertar del letargo a un triste burócrata; Trono de sangre, adaptación de Macbeth que narra el hundimiento de un hombre que traiciona a sus amigos para convertirse en señor de un castillo; o Ran, donde el ansia de poder acaba destruyendo a una de las familias más poderosas de Japón.
Dersu Uzala es un canto a la vida y a la naturaleza, aunque también a la amistad y las relaciones humanas. De ahí que Dersu y el capitán Vladímir Arseniev (Kurosawa toma prestado el nombre del autor literario para su personaje principal, interpretado por Yuriy Solomin) establezcan un fuerte vínculo fraternal que ni el tiempo ni la distancia es capaz de destruir.
En el lado opuesto, quizás el más triste y nostálgico de la película, Kurosawa reflexiona sobre cómo el progreso de la civilización moderna, con sus "cajas" habitables, como llama Dersu a las casas occidentales, acaba destruyendo la libertad primigenia del ser humano. El feísmo propio de la ciudad y el materialismo vacuo de la sociedad consumista exasperan al viejo cazador, que prefiere marchar y morir sólo en mitad del bosque, torpe y medio ciego, antes que acabar despersonalizado en una sociedad en la que no es capaz de encajaz y para la que no se puede adaptar.
Lo que busca transmitir Akira Kurosawa es que en el momento en el que traicionamos la naturaleza corremos el riesgo de perder nuestra esencia como especie. Cuando desplazamos la tradición y el pensamiento mágico por un materialismo cientificista, condenamos a la civilización a cometer los mismos errores, pues deja de buscar las respuestas dentro para perderse en el frío espacio exterior (no en vano conocemos mejor el espacio que el núcleo terrestre). El respeto a la naturaleza, en sus múltiples definiciones, brota aquí como un deber moral: no es una cuestión de hacerse vegano o animalista, sino de vivir en armonía con el entorno. En el momento en el que la Tierra se convierte en recurso y no en hogar, el ser humano está condenado a la autodestrucción. Esa es la reflexión de Dersu Uzala.
Sólo hace falta echar un vistazo a las estadísticas del último IPCC: las consecuencias del cambio climático, en gran medida provocadas por el insostenible sistema de consumo heredero de las revoluciones industriales, así como las ingentes cantidades de emisiones de gases de efecto invernadero que no paran de crecer a pesar de las cumbres por el clima, han provocado que el ser humano se enfrente a lo que Elizabeth Kolbert denominaba la 'sexta extinción masiva' de las especies. Quizás la otra reflexión más citada del viejo Dersu sea la más apropiada para este Día Internacional de la Madre Tierra: "Sois como niños. Tenéis ojos pero no sois capaces de ver".