Si se teclea cohousing en el espacio de búsquedas del portal inmobiliario Idealista aparecen, en el momento en que se escriben estas líneas, 44 resultados. Todas las casas tienen detrás una promotora o un propietario privado. Ninguna se ciñe al significado real tras este anglicismo, que en España se traduce como vivienda colaborativa.
Esta fórmula de residencia compartida –relativamente nueva en nuestro país, no así en muchas partes de Europa– existe mucho antes que el edificio, incluso que el terreno sobre el que se edifica el mismo.
Es algo inmaterial, una mentalidad rupturista frente a la vivienda tradicional que se basa en la colaboración, la accesibilidad, el bajo consumo de recursos e impacto ambiental y en poner coto a la especulación. El cohousing comienza desde el momento en que un grupo de personas se junta para imaginar cómo será su hogar.
El 'cohousing' se basa en la colaboración, la accesibilidad y en el bajo consumo de recursos e impacto ambiental
“Cada vez más, en España se usa este término como reclamo de algo que no tiene nada que ver, mucho más lucrativo, dirigido a estudiantes o personas mayores en su mayoría: un promotor ofrece una casa o un edificio para que vivan allí y compartan espacios comunes, pero a diferencia del cohousing puro, busca hacer dinero, y termina convirtiéndose en algo parecido a una residencia de estudiantes”, advierte Mauro Gil-Fournier, fundador del estudio de urbanismo Arquitecturas Afectivas.
Las diferentes iniciativas de vivienda colaborativa que ya funcionan en nuestro país tienen poco que ver con esa definición engañosa. Los socios forman una cooperativa mediante la cual buscan un suelo en el que edificar, deciden cómo será el diseño arquitectónico y desarrollan el proyecto conjuntamente, en un clima en el que todas las opiniones se tienen en cuenta.
Deben realizar una inversión inicial conjunta para financiarlo, y adquieren un derecho de uso –no de propiedad– tanto del piso que les corresponde como de los espacios compartidos. A partir de ahí, pagarán una cuota mensual equivalente a un alquiler muy por debajo del precio de mercado, con la que se sufragan los gastos y servicios de una forma solidaria.
No existe un registro estricto de cuántas de estas cooperativas funcionan a día de hoy, pero la plataforma social Cohousing Spain ha elaborado un directorio que permite hacerse una idea: contabiliza 68 iniciativas de vivienda colaborativa, de las cuales solo unas 15 están ya en funcionamiento. El resto se encuentra todavía en los diferentes estadios del proceso.
Ese es el caso del proyecto Brisas Canarias, en la isla de La Palma, impulsado por Joan Mompó y Guadalupe Brito, que apenas ha pasado de la fase seminal. “En 2010 a mi mujer le dio un ictus que la dejó en silla de ruedas”, explica el promotor. “Hace cuatro años nos jubilamos, yo soy su cuidador, pero dentro de un tiempo no tendré fuerzas para cuidarla, ni podré pagar a quien lo haga”.
Llamaron a las puertas de varios cohousing, pero no les aceptaron y Mompó decidió montar uno directamente. Ya tiene localizado un solar de 1.000 metros cuadrados en San Pedro de Breña Alta y el estudio eCohousing le ha elaborado los planos de un edificio de 11 viviendas basado en arquitectura pasiva y bioclimática, el jardín y el huerto comunitario. Solo le falta encontrar socios que se unan a la cooperativa.
De todos los procesos en marcha en España, un 90% están dirigidos a personas mayores
Aunque el cohousing contaría con servicios de cuidados para personas mayores, su llamada va dirigida a familias de todas las edades. “Algunas personas de la parte de la isla devastada por el volcán me han reconocido que de haber habitado una vivienda colaborativa lo hubieran sobrellevado mejor”, explica Mompó. Y añade: “No es lo mismo afrontar tú solo la pérdida de tu casa, que hacerlo de forma comunitaria”.
De todos los procesos en marcha o ya finalizados en España, en torno a un 90% están dirigidos a personas mayores o a punto de entrar en la tercera edad. “Mucha gente se plantea cómo quiere envejecer, dónde y con quién, y esta es la gran alternativa a una residencia”, argumenta José Luis Suárez, de la gestora de proyectos Living Cohousing.
También lo tienen más fácil a la hora de encontrar un terreno. “La vivienda colaborativa sénior se puede desarrollar en un suelo con calificación sociosanitaria o de algún tipo terciario puesto que el edificio va a contar con cuidados a personas mayores y dependientes, por tanto es más fácil y barato de adquirir que un suelo calificado para mera vivienda”, explica Suárez.
Es el caso de Trabensol, una de las primeras cooperativas jubilares, cuyos socios viven en régimen colaborativo desde hace casi diez años en un centro social de Torremocha de Jarama, a una hora de Madrid.
“En 2008 salió un decreto de la comunidad que permitía el cambio de uso de terrenos de 10.000 metros cuadrados o más si eran para fines sociales. Iniciamos todo el papeleo, y junto al estudio eCohousing planteamos un edificio con tres premisas: que fuese bioclimático, de poco impacto medioambiental y de mantenimiento económico”, explica Jaime Moreno, uno de los socios fundadores.
Como sucede en la mayoría de las cooperativas, se organizan en comisiones de trabajo en función de la experiencia de cada uno. Quienes venían de la construcción e inmobiliarias se encargaron de analizar las propuestas arquitectónicas. Cada socio puso una aportación iniciar de 145.000 euros, para la que muchos tuvieron que vender su vivienda anterior.
“Los apartamentos están orientados al sur, un sistema de geotermia de 25 pozos consigue reunir 16 grados de temperatura que en invierno complementamos con gas natural, y en verano se traduce en agua fresca que circula por el suelo radiante: tenemos las casas a 22 grados todo el año con muy poco gasto e impacto ambiental”, explica Moreno, que lleva la comisión encargada de hablar con los medios.
Tiene 84 años, pero antes de jubilarse trabajaba como periodista. “Cubrí para el NO-DO la anterior erupción de la isla de La Palma en 1971”, señala orgulloso. Y asegura: “Ponemos nuestros conocimientos al servicio de los demás”.
En Trabensol hay espacios comunes donde sus habitantes se relacionan y organizan talleres de cine, de cocina, de literatura, excursiones… “Los gastos son repartidos, y el coste de las ayudas profesionalizadas por dependencia se reparte entre los socios”, explica Moreno, y remata: “La base es la solidaridad y la ayuda mutua”.
Para jóvenes y mayores
Aunque ahora son sus principales impulsores en España, el origen del cohousing no está en personas de edad avanzada, sino todo lo contrario. La primera vivienda colaborativa surgió en Dinamarca en 1969 como respuesta a la dificultad de un grupo de padres jóvenes para conciliar su vida laboral con el cuidado de los hijos. Hoy son una comunidad intergeneracional con personas de 2 a 83 años.
Moreno asegura que “la base es la solidaridad y la ayuda mutua”
“Esa es la clave, que convivan diferentes edades, donde los mayores tienen mucho que aportar a los jóvenes, y viceversa”, opina María José Vázquez, socia de la cooperativa La Seronda, un cohousing aún en fase de construcción en La Vega, un pueblo de Sariego, Asturias. Y lamenta la falta de jóvenes en este tipo de iniciativas.
“Somos una sociedad individualista, y así es complicado alcanzar retos. Una vivienda colaborativa es volver a como se vivía en los pueblos, donde todos se conocían y podías contar con tus vecinos. Todo es positivo: a nivel económico, social y mental”, asegura.
Existen, con todo, viviendas colaborativas de familias jóvenes, con padres de entre 30 y 40 años, que ya que funcionan con éxito. Entrepatios, en el barrio madrileño de Usera, es una de ellas.
“Mi pareja y yo queríamos comprar una casa para montar una familia y nos contaron, hace seis años, que Entrepatios buscaba socios para una vivienda colaborativa, pero era algo tan extraño para nosotros que no nos lo planteamos”, recuerda Javier Pérez.
“A la vuelta de las vacaciones nos dimos de sopetón con la rutina de Madrid, y esa extraña sensación de soledad que dan las grandes ciudades. Y decidimos probar, porque el cohousing nos pareció una forma de combatir esa sensación”, cuenta.
Empezaron a participar en las asambleas, y desde hace un año habitan una de las viviendas de este edificio de madera de tres plantas, una suerte de corrala donde disponen de varios espacios comunes, desde el subsuelo hasta la azotea: un taller de restauración, un local con juegos infantiles, un comedor o incluso un almacén donde los vecinos dejan objetos para uso libre de la comunidad, desde cacerolas hasta tiendas de campaña.
El estudio de arquitectura SAtt planteó que el complejo fuera lo más sostenible posible: cuenta con un sistema de recogida de aguas pluviales para aprovecharlas en los inodoros, placas solares en el tejado, una orientación perfectamente estudiada para aprovechar al máximo las horas de sol, una lavandería donde comparten las lavadoras o un garaje en el que las bicis tienen preferencia sobre los coches, por poner unos pocos ejemplos.
Los pisos van de 60 a 80 metros cuadrados. “Nos gustaría que fueran más accesibles, pero el tener que recurrir a suelo privado encarece el proyecto”, reconoce Pérez. En cualquier caso, un estudio de SAtt confirmó que el metro cuadrado en Entrepatios tiene un coste de 2.300 euros, casi la mitad de los pisos equivalentes de la zona.
El metro cuadrado en Entrepatios tiene un coste de 2.300 euros, casi la mitad de los pisos equivalentes de la zona
El caso de La Borda, una vivienda colaborativa de Barcelona con un planteamiento similar, es la excepción a la regla general: tuvieron apoyo de la Administración, que les cedió suelo público, lo que supuso un ahorro en torno al 20% de la inversión inicial.
“Las cuotas de otras cooperativas son inabarcables para nosotros, somos gente con un perfil de recursos bajo, que por otro lado era una de las condiciones que teníamos que cumplir para adquirir derecho de uso sobre el terreno”, explica María Sales, una de las socias.
Un mayor apoyo por parte de los poderes públicos es la principal reclamación de las viviendas colaborativas, si bien el proyecto de real decreto por el que se regula el Plan Estatal para el acceso a la vivienda 2022-2025 dedica un buen espacio al cohousing e incluye cuantiosas ayudas.
Hasta entonces, el riesgo de que una buena idea acabe siendo pervertida por el mercado, sigue ahí. “El suelo dotacional público, para equipamiento, se puede ceder para fines sociales. El problema es el suelo dotacional privado”, advierte Rogelio Ruiz Martínez, del estudio eCohousing. Y matiza: “El propietario de este terreno ve que se puede hacer algo parecido a la vivienda, y entonces puede inflar mucho más el precio”.
El arquitecto añade: “Por otro lado, hay que tener cuidado con las promotoras que ofrecen vivienda colaborativa en régimen de cooperativa, pero con el proyecto ya hecho; eso puede ser una financiación encubierta al promotor”. Y señala: “Un cohousing solo se diferenciará de una vivienda convencional si mandan y deciden quienes lo habitan”.
En ese caso, el derecho de uso, como apunta Pérez, de Entrepatios, conjuga lo bueno del alquiler y de la compra. “Te puedes ir cuando quieras y llevarte tu inversión inicial, no te quedas atado de por vida como con una hipoteca”. Y resume: “En la vivienda colaborativa, sencillamente, las cosas difíciles se vuelven más fáciles”.