"Antes de entrar en el colegio no sabía hacer la ‘o’ con un canuto y ahora ya no necesito el canuto”. Quien habla es María Jesús Sampedro, vecina del barrio de Los Pajaritos, en Sevilla. Tiene 88 años y desde hace cuatro asiste al Centro Social Fundación Prodean –al que ella llama “el colegio”– para asistir, bastón en mano, a las clases de alfabetización. Allí, un grupo de voluntarios le enseñan lo que no pudo aprender de pequeña: a leer y a escribir.
Como ella, hay en España cerca de 521.000 personas mayores de 16 años que no tienen conocimientos básicos de lectura y escritura, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). Una cifra que, si bien puede resultar alarmante, ha ido disminuyendo desde la segunda mitad del siglo XX, cuando se estima que uno de cada cuatro españoles eran analfabetos. Hoy, en su mayoría, las personas analfabetas tienen más de 60 años.
Según explica Mª Rosario Limón, catedrática de Pedagogía Social en la Universidad Complutense de Madrid y experta en Educación de las Personas Mayores, se trata de personas que abandonaron o no llegaron a iniciar los estudios como consecuencia de las migraciones interiores que se dieron en España a partir de los años 50. “Muchos tuvieron que trasladarse de los pueblos a las grandes ciudades a edades muy tempranas para desempeñar trabajos básicos (empleadas domésticas, peones, trabajadores de la construcción,...), lo que les llevó a dejar la escuela en sus primeros estadios”, sostiene.
Una situación similar a la que vivió María Jesús, a quien su madre sacó del colegio a los seis años para trabajar. “Éramos diez hermanos y teníamos que llevar dinero a casa porque, si no, no comíamos”, relata. Pasó su infancia y adolescencia trabajando “de lo que fuese” –cogiendo papas o algodón, rellenando aceitunas, cosiendo ropa de soldado o vestidos de flamenca–, hasta que a los 25 años se casó. A partir de entonces fue su marido el que le “salvó las papeletas”. “Él se encargaba de todo porque era quien sabía leer y escribir”, confiesa María Jesús.
Se trata de una realidad que comparten muchas mujeres que, según detalla Limón, no fueron escolarizadas en su momento y luego formaron una familia, dejando en manos del marido la gestión administrativa de la economía familiar y, en algunos casos, las relaciones sociales. Y es que, según los últimos datos disponibles del INE, el analfabetismo es una lacra que afecta sobre todo a las mujeres, que representan casi el 70% de españoles analfabetos.
"Al quedarse viudas o al separarse, algunas acuden a los centros de educación de personas adultas", explica la catedrática Mª Rosario Limón
En general, estas personas tienen problemas para relacionarse por sí solas con el entorno. Tanto es así que, saber la estación de metro en la que se encuentran, la calle a la que deben dirigirse, las indicaciones que deben seguir para utilizar un producto o para gestionar una receta médica pueden convertirse en tareas imposibles de ejecutar. “Son hombres y mujeres que tienen cercenada su autonomía personal y que dependen de la buena voluntad de quienes están a su lado”, subraya Limón.
De ahí que, muchas mujeres decidan aprender a leer y a escribir cuando no tienen más remedio. “Al quedarse viudas o al separarse, algunas acuden a los centros de educación de personas adultas (CEPA), a los centros de mayores de los Ayuntamientos, a las universidades populares o a las ONGs para alcanzar el mínimo de autonomía que les permita relacionarse en su entorno”, detalla la experta, que matiza que también hay mujeres que tras el paso de los años han descubierto que necesitan leer y escribir para sentirse bien y “disfrutar de la vida”.
A ese primer grupo de mujeres pertenece María Jesús. Cuando se quedó viuda, una amiga la convenció para que se apuntase a las clases, algo que había intentado con anterioridad, pero a lo que renunció a instancia de su marido. “Él me decía: ¿para qué vas a ir todas las tardes y dejarme solo si ya no vas a aprender más con la edad que tienes? Yo pensaba que tenía razón y ahora, mira, he aprendido más de lo que esperaba. Hasta me gustaría ir a la universidad, aunque si estoy empezando con las consonantes y las vocales con 88 años, ya no me va a dar tiempo”, se ríe. Hoy por hoy, María Jesús aprende a leer y a escribir en el centro, aunque también practica en casa haciendo crucigramas y cuadernillos Rubio. “Estoy muy contenta porque no tengo que depender completamente de nadie, aunque a veces me como alguna que otra letra”, confiesa.
Aprender, un acto social
La historia de Manuela Ponce (Manoli, como la conocen en el centro) es similar a la de María Jesús. A los 12 años tuvo que abandonar el colegio para cuidar de sus cinco hermanos, y aunque ya sabía leer y escribir “con dificultad”, quiso acabar con las faltas de ortografía a los 72 años. “Esto me ha devuelto la vida y me ha quitado la tristeza que yo tenía”, revela Manoli, que no se refiere solo a las clases, sino a todas las actividades que realiza con sus compañeros.
“Cuando descubren que son capaces de aprender a leer y escribir su autoestima se refuerza porque ganan en autonomía, en libertad, en confianza en ellos mismos y descubren en estos conocimientos instrumentales una libertad e independencia mayor”, expone la catedrática de sociología, que no olvida la dimensión del ocio que las personas mayores a menudo descubren en la formación.
"Estos centros responden a las necesidades de los adultos mayores, palian situaciones de soledad y cubren necesidades afectivas básicas"
Para Limón, de ello son responsables, en parte, los educadores sociales y las organizaciones educativas, que presentan el aprendizaje como una manera de abrir horizontes culturales y de fomentar las relaciones sociales. Así, estas entidades sociales y educativas se convierten en puntos de reunión, de convivencia y de participación para las personas de mayor edad. “Estos centros responden a las necesidades de los adultos mayores, palian situaciones de soledad y cubren necesidades afectivas básicas”, enumera.
Lo confirma Rocío Cano-Romero, responsable de los talleres ocupacionales para mayores del Centro Social Prodean, institución que desde hace tres años lucha por la transformación social de la barriada de Los Pajaritos, uno de los más pobres de España, según el INE. “Mujeres como María Jesús o Manoli vienen a mejorar y a desarrollar sus conocimientos, pero también a socializar; viven aisladas y las clases de lectoescritura (y también las de memorización o las de uso móvil) les ayudan a mantener la mente activa”, resume Cano-Romero. Y habla de mujeres porque el patrón se repite: de las más de 30 personas apuntadas al taller de alfabetización (en su mayoría de entre 70 y 80 años), el 80% son mujeres que abandonaron los estudios de pequeñas para trabajar o cuidar de sus hermanos y ahora quieren desenvolverse por sí solas.
Este es el caso de Raúl, alumno de 46 años del centro público de Educación de Personas Adultas (CEPA) Bernal Díaz del Castillo de Medina del Campo (Valladolid). Según explica, sabe leer y escribir “un poco”, porque dejó el colegio el colegio de joven. “No me gustaba, pero ahora me arrepiento”, dice. Durante toda su vida se ha dedicado a la construcción y eran sus compañeros quienes le ayudaban a leer o a escribir cuando lo necesitaba. Sin embargo, hace dos años decidió que quería sacarse el carné de conducir, para el que necesita leer y escribir así que se apuntó al centro, no sin antes meditarlo largo y tendido. “Al principio me daba mucha vergüenza venir a las clases; pensaba que se reirían de mí, pero luego un profesor me ayudó a darme cuenta de ,que no tenía por qué; todos venimos a aprender”, reconoce.
La vergüenza para manifestar esta carencia educativa es, según expone la catedrática de la UCM, un problema que afecta tanto a hombres como a mujeres. También es uno de los motivos principales por los que personas analfabetas no llegan nunca a intentar aprender o acaban por renunciar. Para evitar que esto suceda, centros de enseñanza para adultos como el de Medina del Campo tratan de ofrecer clases muy prácticas y dinámicas que sirvan de utilidad para el día a día de los alumnos.
"La carencia de un conocimiento instrumental básico para moverse en el mundo digital también puede generar un proceso de marginación",
“Solemos apoyarnos en cartas ordinarias, facturas de la luz, notificaciones bancarias, recetas médicas… documentos que pueden ser útiles en su rutina”, explica una de las profesoras de la institución, Virginia Velázquez, que recuerda que no se trata solo de enseñarles a leer y escribir, sino de ayudarles a desenvolverse en la vida. Siguiendo esta filosofía, en las clases se enseña también a identificar las fechas, a hacer cálculos matemáticos o a reconocer las principales partes del cuerpo humano. Todo ello sin olvidar una competencia esencial: la digital.
“La carencia de un conocimiento instrumental básico para moverse en el mundo digital también puede generar un proceso de marginación, erosionar sus relaciones humanas e incluso mermar las oportunidades en el campo laboral”, sostiene Velázquez. Por eso, dentro del material de alfabetización se incluyen cartillas de escritura, pictogramas, ejercicios o canciones populares que se pueden hacer por ordenador. Y es que el analfabetismo digital en personas mayores también limita el desarrollo personal y su participación en la sociedad. “Al final, todos los alumnos tratan de luchar por conseguir un futuro mejor en todos los aspectos”, concluye la docente.
Un futuro que pasa necesariamente por erradicar el analfabetismo. En este sentido, Mª Rosario Limón recuerda que, con ello no solo se contribuye a hacer realidad el objetivo Objetivo de Desarrollo Sostenible número 4 –Garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos–, sino también se contribuye a la igualdad de género (ODS5), a la salud y bienestar (ODS3) y al fin de la pobreza (ODS1).