"Este es el tono de voz que uso normalmente antes de llorar", le indica, casi emocionada, Lydia Cacho (Ciudad de México, 1963) a Javier Carbajal, fotógrafo de la entrevista, durante la prueba de sonido, unos segundos antes de la primera pregunta.
En esta ocasión, el motivo de las lágrimas de la periodista mexicana es positivo: el Gobierno le ha concedido, vía carta de naturaleza, la nacionalidad española, tras haber escapado de un país siempre lindo y siempre querido, pero también "mortífero y peligroso para los medios", como denuncia cada año Reporteros Sin Fronteras.
Sin embargo, las razones para llorar, a lo largo de la dilatada y prolífica carrera como investigadora y escritora de Cacho, no siempre han sido tan alegres como lo son hoy.
Tuvo que huir —exiliarse, según sus palabras— de su México natal porque sus investigaciones habían hecho que temiera por su propia vida.
En 2005, la escritora de Los demonios del Edén fue secuestrada tras la publicación de este libro, en el que reveló la existencia de una red de pederastia en la que estaban implicados empresarios y políticos.
Y fue esta investigación la que provocó que la Interpol persiguiese internacionalmente al exgobernador del estado de Puebla, Mario Marín, y al empresario multimillonario Kamel Nacif, que huyó y fue detenido en Líbano. Ambos habrían orquestado la detención irregular de la activista.
Pero, como sucede en el mundo ideal al que cantan Sabina y Chavela Vargas en Noches de boda, Lydia Cacho ha decidido que las verdades no tengan complejos y que los que matan se mueran de miedo. Solo falta que ser valiente no salga tan caro y que ser cobarde no valga la pena.
Pasan unos minutos de las siete y media de la tarde del martes —hora peninsular— y Cacho concede a Enclave ODS - EL ESPAÑOL la primera entrevista como ciudadana española.
Y, a pesar de un amago de quebranto en la voz, es contundente —como casi cada vez que habla— a la hora de narrar lo que sintió al enterarse, este martes por la mañana, de la noticia: "Sentí que vuelvo a tener hogar".
Y con esa misma rotundidad, lanza un mensaje: "Ahora España tendrá que protegerme; seguiré denunciando la trata de mujeres y niñas".
PREGUNTA: Llevas apenas unas horas como ciudadana española. ¿Qué se siente?
RESPUESTA: Primero, emoción, al sentirme segura ahora tras haber perdido el hogar y la patria en un solo día, el 23 de julio de 2019, cuando unos sicarios entraron en mi casa y el Gobierno mexicano eligió proteger a la delincuencia organizada en lugar de a mí y a las víctimas a las que yo estaba protegiendo como periodista y como defensora de los derechos humanos.
Tuve que salir huyendo de México: primero, hacia los Estados Unidos. Luego, decidí quedarme a vivir aquí, en España, en noviembre de 2019. Y curiosamente, esto [la concesión de la nacionalidad] coincide con el aniversario de cuando me instalé y pedí asilo.
Mis abuelos, portugueses, también lo pidieron; tuvieron que irse a México por la guerra. Y ahora me toca a mí volver a Europa. Parece que se cierra un ciclo. Llevo 20 años viajando a España, trabajando con defensoras de los derechos humanos, con amigos periodistas, dando cursos... Siempre ha sido como un segundo hogar para mí. Sabía que aquí podía tener un sitio seguro donde sobrevivir a la persecución de tantos años.
Ahora, tener un documento que lo demuestre también me hace recordar que hay millones de personas en todo el mundo que se sienten huérfanas de hogar todo el tiempo.
"Tengo una voz pública y he de usarla. Volvería a hacer lo mismo"
Cuando es el propio Gobierno el que protege a la delincuencia organizada, solo te queda seguir trabajando como si fueses una huérfana de patria, aun estando en tu propia patria.
¿Quién te ha llamado para contarte que te concedían la nacionalidad?
Mi abogada, Cruz Sánchez de Lara. La conocía de haber trabajado años atrás con ella y con un grupo de feministas. Y, cuando llegué a España y necesitaba a una abogada que pudiera ayudarme la busqué.
Ella me dijo: "Vamos a lograrlo". Mucha gente nos decía que no lo conseguiríamos, que era muy difícil. Hoy Cruz me llamó para contarme que habíamos ganado.
Has pagado y sigues pagando un precio por contar lo que has contado. ¿Cómo llegas a este punto?
Bueno, cuando yo empecé en el periodismo como reportera de investigación y mi editor me mandaba a cubrir temas que supuestamente eran importantes para el periódico, las mujeres del sudeste mexicano, donde yo trabajaba, no hablaban de la economía o el turismo; querían hablar de violencia de género, que entonces ni se llamaba así.
Querían hablar del abuso sexual infantil por parte de los padres, de los sacerdotes; querían hablar de los turistas que iban a Cancún buscando prostitución. Yo comencé a escribir de eso cuando nadie lo contaba. Ahora, 30 años después, la gente me dice que fui pionera en el periodismo con perspectiva de género y con lenguaje incluyente. Yo solo sabía entonces que tenía que contar esas historias.
A lo largo de los años, fui investigando cuáles eran las raíces de esas violencias; no sólo la del marido que golpea a su mujer, el sacerdote que viola a niños o los turistas que viajan a lugares a tener sexo con niñas y niños sin importarles lo que podría sucederles a esas criaturas.
Yo lo que quería era entender cómo funcionaba el sistema ideológico, cultural, político y judicial para que eso siguiera sucediendo y permease a otros lugares y afectase a Centroamérica, Sudamérica, Estados Unidos o Europa.
Por eso escribo en el 2003 un libro que se llama Los demonios del Edén, donde desvelé una red de pornografía infantil y trata de niñas y niños, con empresarios y políticos poderosos que los compraban y vendían para explotarles sexualmente en Cancún. Y, a partir de su publicación, que incluye los nombres de todos los involucrados, los implicados se pusieron de acuerdo para que la Policía me secuestrara y torturara en 2006.
Cuando salí de la cárcel, decidí ir tras ellos. Y 16 años después conseguí encarcelar a los policías que me torturaron y al gobernador que lo ordenó y protegió a la red de trata. Y conseguimos que se persiguiese a los empresarios vinculados a la red de tratantes.
Yo creo que, como periodistas, no deberíamos hacer este trabajo casi policíaco. En una democracia, esto no sucede. Pero en México sucede todos los días y los periodistas tenemos que ser los que aporten la evidencia para que los casos judiciales avancen y quienes acabamos protegiendo a las víctimas. Y por eso me han intentado matar: he sufrido seis atentados, nos han amenazado a mi familia y a mí...
Y esta última vez, tuve que huir porque entraron en mi casa como venganza por el encarcelamiento de este gobernador y al líder de esta red, que fue detenido por Interpol en Líbano.
Hablas de huir de tu país, como un exiliado político. Señalas al gobernador que ordenó tu detención arbitraria... ¿Todo esto vale la pena?
Vale la pena; no porque nos corresponda a los y las periodistas hacer el papel de héroes o heroínas. Pero vale la pena porque cuando tú entrevistas a una niña de diez años que te dice: "Te voy a contar mi historia, para que estos señores no vuelvan a tocar a otra niña", tú asumes una responsabilidad para el resto de tu vida.
Alguien que tiene la valentía, después de haber padecido lo inenarrable, de volver a contar por enésima vez el sufrimiento que le infligieron los adultos poderosos te da una lección para el resto de tu vida.
Nos corresponde, una vez entendemos cómo funciona la maquinaria de la violación sistemática de los derechos humanos, explicarla en toda su magnitud. Y eso implica enfrentarnos al peligro de denunciar a todos los sujetos —políticos, empresarios, policías...— que forman parte de la delincuencia organizada.
La delincuencia organizada no solo son los narcos de las series. Es una maquinaria en la que todos tienen las manos metidas en los bolsillos de los otros. Cuando entiendes esto, como periodista, sabes que nunca jamás vas a poder darte por vencida, porque las víctimas siguen luchando por sobrevivir y quizá tú te conviertas también en superviviente. Pero volvería a hacerlo, si me lo preguntas.
No te pregunto si te has planteado renunciar a este camino, que doy por hecho que sí. Te pregunto cuántas veces te lo has planteado.
Casi todas las veces que he pensado que debería detenerme ha sido a petición de personas queridas. Pensaba en el sufrimiento que yo les causaba. Pero la última vez mi hermana pequeña me regañó y me dijo: "Deja de pedir perdón por ser valiente; si todo el mundo actuara como tú este país sería distinto".
He pensado muchas veces en detenerme, cuando estoy cansada emocionalmente y me deprimo. Por supuesto, me he deprimido muchas veces. Pero voy corriendo a terapia y le cuento al terapeuta. Salgo de la consulta diciendo que vale la pena, que tengo una voz pública y la tengo que utilizar.
"Que ser valiente no salga tan caro; que ser cobarde no valga la pena", cantaba Sabina.
Sería ideal que no saliera tan caro ser valiente...
Planteas una lucha de una hormiga contra un elefante; un elefante que es especialmente grande y reúne lo peor de nosotros. ¿Llegará un momento en el que podamos frenar al elefante de manera radical y absoluta?
Yo lo que creo es que la delincuencia organizada y todo el sistema político y empresarial que la rodea no es un elefante. Son un grupo de hormigas que aparentan ser un elefante y nosotros —periodistas, defensoras de los derechos humanos, la sociedad civil organizada...— también somos hormigas.
Y una vez que vas debilitando a los grupos que sostienen a ese aparente monstruo te das cuenta de los vacíos que tienen, además de la debilidad moral.
La debilidad moral deja devastados a los criminales. Cuando yo les he enfrentado, testificando contra ellos, he entendido que son muchos menos que nosotros. La gente que se dedica profesionalmente a hacer daño a los demás son muy pocos, auque nos han convencido de que ese patriarcado criminal lo es todo.
Los criminales tienen miedo. El gobernador que mandó a mi casa a estos sicarios a matarme lo hace porque tiene miedo de lo que yo pueda decir. Ellos tienen miedo a la verdad.
Mientras sigamos reivindicando los principios de los derechos humanos, las cosas van a cambiar. Yo he visto cambiar comunidades enteras porque han encarcelado a quienes les hacían daño.
En México no existía, por ejemplo, una ley contra la pornografía infantil cuando yo empecé a investigarla para escribir mi libro. Las fuentes oficiales me decían que no iba a crecer, que era una cosa mínima, un par de degenerados. En el libro Los demonios del Edén, publicado en 2004, se cuenta que esto iba a crecer si los Estados no hacían nada. Teníamos la respuesta en las manos.
Otra cosa que he pensado mucho estos días es que casi todos los ejemplos de heroismo que tenemos en las series, las películas o los libros son de hombres violentos que matan, conquistan y gobiernan. Y nosotras estamos intentando demostrar que el heroismo es otra cosa: la solidaridad, la sororidad, la protección, la humanidad... Todo, desde la no violencia.
Y eso es lo que irrita a los criminales contra los que yo me enfrento: que puedo pararme frente a ellos y decir la verdad sin utilizar armas, sin violencia, sin insultos.
¿Cuál es el próximo paso?
Desde hoy, que ya tengo pasaporte español, creo que el Gobierno español va a tener que protegerme, porque pienso seguir adelante denunciando las redes de trata de mujeres, niños y niñas. Podemos demostrar que las leyes funcionan si les damos los elementos necesarios para que se apliquen.
Eres hija de una franco-portuguesa. ¿Por qué España y no otra nacionalidad?
Cuando yo era una niña, mi abuelo, que era portugués, me contaba que, de joven, luchó contra la dictadura de Salazar y era muy amigo de republicanos españoles. Junto con mi abuela, huyó a México y ambos me dieron esta noción de la persecución política y de la sensación de sentirme a salvo en un país distinto, aunque siempre añoraban volver a su país. Al final regresaron.
Yo conocí España y Portugal, a los 15 años, de la mano de mis abuelos. Mi madre decidió que yo fuese educada en un colegio de republicanos españoles, donde fui a las clases de filósofas e historiadoras que nos contaban sobre la guerra... O las clases de una connnotada médica española que nos enseñaba Anatomía.
Mientras mis amigas de otros colegios jugaban a las muñecas, a nosotros nos hacían leer a Lorca y a discutir de poesía, política, ética... Nuestro maestro de Química nos hizo discutir sobre la creación de la bomba atómica.
Muy pronto, cuando empecé a ser activista feminista, conocí a compañeras españolas y empecé a viajar aquí, a España, y a aprender mucho de ellas y donde yo también di cursos y talleres. Se generó un vínculo muy importante. Cuando estaba en Estados Unidos, sentía que no me ubicaba del todo. Y menos con Trump de presidente; pensé: "Yo a este señor no puedo pedirle la nacionalidad". El único lugar donde sentí que podría tener un segundo hogar fue España.
Muchos amigos y amigas me dijeron: "Vente para acá". Y me he sentido aquí como en una segunda familia.
En España hay dos temas sensibles que causan división aun dentro de los propios partidos que los impulsan: la abolición de la prostitución y la llamada Ley Trans.
La abolición de la prostitución va de la mano con la abolición de la esclavitud humana. La prostitución ha sido protegida por una cultura machista y patriarcal, avalada tanto por hombres como por mujeres, en la que la explotación sexual de mujeres, niñas, niños y, ahora, de hombres jóvenes se ha naturalizado.
Me parece que es un acto de valentía decir que la prostitución debe ser abolida, porque la sexualidad no puede ser un objeto de cambio.
Y eso me lleva a la Ley Trans. Hay aspectos importantísimos en torno a ella, como poder entender, desde el conocimiento científico y no solo desde la emocionalidad, lo que supone transicionar desde todos los ámbitos.
En una cultura tan añeja como la española, tan llena de prejuicios sobre el erotismo y que reniega de evitar que se eduque sobre el mundo sentimental, lo que está sucediendo es que hay una complejidad de discusiones que no se han abierto y puesto sobre la mesa. Y ha sido barnizada de una manera muy políticamente correcta para avalar leyes que no funcionan.
¿Por qué creo que la Ley Trans tiene problemas serios y los va a seguir teniendo, a pesar de las opiniones de los grupos en pro y en contra? La violencia de género contra las mujeres tiene su origen en una visión del machismo patriarcal, en la opresión de un sexo sobre el otro.
Idealmente, tenemos una visión del mundo en el que se puede transicionar y elegir. Pero en la realidad judicial de este país y del resto del mundo, las leyes están en un primer piso. Y la visión de la Ley Trans está en el quinto. Y tú no puedes pasar del primer piso al quinto sin que el edificio se desplome. Es lo que va a pasar con esa ley.
Tú no puedes —para avalar algo que es políticamente correcto e ideal, pero que no es realista en este momento— erradicar los conceptos judiciales que sostienen, por ejemplo, la Ley de Violencia de Género, conseguida gracias a los logros de las feministas.
Individualmente funciona, cuando tú trabajas con ciertas personas, para proteger sus derechos humanos. Pero eso debe hacerse sin destruir las otras leyes que se han edificado para proteger a las mujeres y las niñas.
Es una guerra inútil y creo que está alimentada por la ignorancia y por la falta de comprensión. Tengo la sensación de que en España, a pesar de que ha sido ejemplo en Latinoamérica en Igualdad, se siguen metiendo algunas cosas bajo la alfombra. Aún hay un vacío en torno a los derechos sexuales y reproductivos o sobre la educación sentimental, que aún no están sobre la mesa. Y ese vacío se está llenando de discusiones infructuosas, centradas en la emocionalidad y en el ganar votos.
Dos verdades absolutas sobre España: la política basada en ganar votos y construir sobre lo que se oculta bajo la alfombra. Hablando de España y, mejor dicho, de las dos Españas: la tortilla de patatas, ¿con o sin cebolla?
Para mí, la tortilla es siempre con cebolla (risas).
¿Gazpacho con o sin pepino?
Con (risas).
A disfrutar de tu pasaporte.
Cuando sucedió la toma del poder de los talibanes en Afganistán [agosto de 2021], me llamaron varias amigas afganas. Yo telefoneé a un amigo periodista del Reino Unido y este, a otro periodista español. Planeaba irme con ellos allí, pero antes hice una llamada a una persona que me asesora aquí en España en temas de seguridad y se lo conté. Me dijo: "Lydia, usted no puede ir a ningún lado, solo tiene pasaporte mexicano".
Yo estaba entonces sin un hogar, en medio de la nada. Desde hoy, ya lo tengo en España. Y ahora puedo volver a Siria y entrevistar a las niñas y niños, porque tengo el pasaporte de un país que sí puede protegerme. Ahora puedo seguir siendo periodista sin miedo.