Frágil, salvaje y esencial. La Antártida, de una extensión mayor a Europa y Oceanía juntas, es el pulmón blanco del mundo. Capaz de regular el clima del planeta, llega a influir en fenómenos tan lejanos como la floración de los cerezos en Japón o la claridad de los cielos del desierto de Atacama. Es, a su vez, solución y flanco de ataque del cambio climático.
Conservar el continente se vuelve esencial. Aunque sus condiciones climáticas son las más duras de la Tierra, alberga una gran diversidad de seres vivos, sobre todo en lo relacionado con la fauna marina.
Como cuenta José Luis García, responsable del programa marino de WWF, en él se puede encontrar hasta un tercio de la población mundial de pingüinos y un 40% de las orcas, además de importantes porcentajes de ballenas y otras especies marinas. “Es fundamental preservar la Antártida para conseguir la resiliencia de las especies”, comenta.
Aunque sus condiciones climáticas son las más duras de la Tierra, alberga una gran diversidad de seres vivos
“La Antártida es uno de los únicos lugares en los que la actividad humana ha sido menor y se encuentra prácticamente salvaje, como hace miles de años”, cuenta el experto de WWF. Una actividad limitada gracias a tratados antárticos como el Protocolo de Madrid, por el que el pasado lunes diferentes autoridades internacionales, organizaciones, académicos y expertos se reunieron para conmemorar su 30º aniversario.
El documento ya entonces supuso un impulso para preservar este reducto único de biodiversidad de tanta importancia ambiental que parece renovarse este año en plena crisis climática.
La cuenta atrás que plantea el calentamiento global solo podrá mitigarse por compromisos como los que se acordaron el pasado lunes en la Declaración de Madrid. Un esfuerzo colectivo que despierta como una nueva oportunidad para recordar lo necesario de avanzar en la designación de nuevas áreas marinas protegidas en la Antártida.
Este nuevo texto insta a la comunidad internacional a acometer nuevas iniciativas de conservación de la biodiversidad y frenar el impacto de la actividad humana en zonas sensibles del océano austral.
Zonas como, por ejemplo, el mar de Ross, la reserva marina más grande del mundo. “Hay que aumentar su protección, porque es la zona menos afectada por ahora por el cambio climático; conseguir su protección total supondría tener una zona de importante resiliencia”, asegura García.
La superficie actual protegida del océano Antártico es claramente insuficiente para cumplir con los objetivos globales de biodiversidad que se plantean en el seno del Convenio para la Diversidad Biológica (CBD).
Por ello, en el encuentro organizado por el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (Miteco), el presidente del Gobierno Pedro Sánchez apuntó que en la actualidad es “crucial” proteger nuevas áreas marinas como “la península antártica, el mar de Weddell y el este antártico” y “preservar su biodiversidad”.
En su intervención, el presidente del Gobierno reafirmó el compromiso de España de proteger la Antártida para que siga siendo “territorio dedicado a la paz y a la ciencia”. Y más cuando el cambio climático muestra sus garras en las áreas polares del planeta.
Pedro Sánchez reafirmó el compromiso de España de proteger la Antártida para que siga siendo “territorio dedicado a la paz y a la ciencia”
Las áreas marinas protegidas, recordó Sánchez, son “una de las medidas más exitosas de conservación de la biodiversidad”, que establecen límites a la actividad humana en el mar, frenan la sobrepesca y mejoran la capacidad del océano para seguir ejerciendo como gran regulador del clima del planeta. Razón por la que establecer “nuevas áreas protegidas es crucial para preservar la biodiversidad marina”, apuntó el mandatario.
En la actualidad, solo el 5% del océano que rodea la Antártida está protegido. Una cifra que se considera insuficiente para conservar la biodiversidad que la comunidad internacional negocia en el marco de la Convención de Diversidad Biológica (CBD) y que se someterán a votación en 2022 en China.
En este sentido, Teresa Ribera, vicepresidenta tercera y ministra para la Transición Ecológica, coincidió en que “las áreas marinas protegidas contribuyen de manera decisiva a mantener los ecosistemas y aumentar su resiliencia frente a los impactos del cambio climático”. Y añadió que “es uno de los principales retos que tenemos por delante”.
“Necesitamos cambiar la forma en que cuidamos nuestros mares y océanos, pues seguir viéndolos como un negocio los ha llevado al borde del colapso”, aseguraba Pilar Marcos, responsable de océanos en Greenpeace, en un artículo publicado en ENCLAVE ODS esta misma semana.
La experta apunta que un Tratado Global de los Océanos pondría la justicia y la protección en el centro con respecto a la forma con la que gestionamos nuestros mares. Además, ayudaría a establecer los instrumentos de gobernanza necesarios para proteger la alta mar o aguas internacionales hasta un 30% para 2030.
“Es el momento de dejar de mirar al pasado, aprender del Tratado Antártico y recoger ese hito de la diplomacia internacional para salvar nuestros océanos”, apunta Marcos.
El mayor captador de CO₂
Si hay dos cuestiones cruciales que el Grupo Intergubernamental de Expertos (IPCC) de Naciones Unidas marcó en su último informe, estas fueron las emisiones de CO₂ y el aumento de la temperatura del planeta.
La actividad humana, intensa e incansable, es la única culpable de los efectos que causará el cambio climático en el planeta durante las próximas décadas. Está en nuestras manos tomar el camino de la mitigación o el de respuesta a las catástrofes que se presenten.
Está en nuestras manos tomar el camino de la mitigación o el de respuesta a las catástrofes que se presenten
La conservación de diversidad biológica marina, el buen funcionamiento de los ecosistemas antárticos y la futura elaboración del Sistema de Áreas Antárticas Protegidas se presenta como un buen camino para paliar los efectos futuros de un cambio climático que se presenta, al menos en los años más próximos, como inevitable.
“La Antártida tiene influencia en todo el sistema de corrientes a nivel global, es un motor hidrológico que proporciona zonas de alta productividad primaria y de vida”, explica García. Como apunta el experto, su importancia no solo radica en su papel de regulador térmico del planeta y de los océanos.
El continente blanco “es el sumidero del CO₂ del planeta”, debido en gran parte a las masas de fitoplancton que florecen en sus aguas. A medida que culminan su ciclo vital, estos organismos vuelven al lecho marino donde pueden almacenar carbono durante miles de millones de años.
Un estudio publicado en la revista Global Change Biology por científicos del British Antarctic Survey (BAS) estimaba que este nuevo sistema natural de absorción de CO₂ puede estar ya eliminando unos 3,5 millones de toneladas de carbono del océano y la atmósfera cada año.
Como comentó en su día Lloyd Peck, uno de los autores de la investigación, a pesar de que esta puede resultar una cantidad pequeña en comparación con la emisión global de gases de efecto invernadero a la atmósfera, es “una muestra de la habilidad de la naturaleza para prosperar en medio de la adversidad” y el segundo mayor foco activo natural contra el cambio climático.
Aumentar la investigación en el continente blanco permitiría comprender mejor los efectos del cambio climático
En opinión de García, entendemos muy poco sobre cómo se está viendo afectado el continente y las zonas de alrededor. Expertos como él ven necesario “aumentar la investigación en él para comprender mejor los efectos del cambio climático” en zonas sensibles como esta.
Además, subraya la necesidad de proteger la explotación del krill, “pequeñas gambas que son la base alimenticia de muchas especies que viven en sus océanos y que son especialmente abundantes en esta zona”.
No obstante, García recuerda que la conservación o el estudio de la Antártida es un ejercicio conjunto. “No hay ningún país que tenga aguas o territorios allí, y por eso este es un trabajo colectivo, es responsabilidad de todos los países” apunta.
Y es que “la crisis climática a la que se enfrenta el planeta tiene uno de sus mayores efectos en la Antártida”, porque, sentencia García, “lo que allí ocurra va a afectar a lo que suceda en el planeta”.