Toledo es una ciudad maravillosa con un perfil emocionante y un increíble atardecer. Pocas ciudades del mundo. Me deslumbra. Cuando recorta el sol la panorámica, con aquellas primeras luces en las tardes del otoño, caigo fascinado en esos cielos, con el Tajo desbordando los arrabales, acariciando la ciudad que es un sueño de la historia. Clamando contra el trágico olvido de su río y, pese a todo, no hay una perspectiva como esa, caminante enamorado, mar de bellezas y campos. Qué dulce sensación de proyectarse sobre una línea inigualable del cielo y perderse en la mirada, arrebatados por una gracia que reposa sobre los siglos y te está pidiendo amor y silencio y embrujo. Miras y te quieres perder en aquel horizonte tan hermoso como el océano, que te atrapa con igual intensidad y te exige la inmersión y la calma.
Los azules del cielo de Toledo, mirados desde dentro y desde fuera, tienen la magia que rompe los tiempos, las edades del hombre. Toledo es reyes y grecos, civilizaciones y culturas, la vida pasando. La casa siempre encendida que cautivó a las estrellas que tantos siguen sobre la tierra para llegar a Toledo y pisar sus calles y sentir sus olores y las piedras atesoradas, y en pie, a lo largo del tiempo. La fascinante puesta de sol en Toledo, a vista de cigarral, es el viento fresco que te limpia las impurezas del corazón y te deja respirar a plena alegría. Aunque sea un segundo, el momento del sueño, musaraña perdida en la dulce melancolía de mirar la tarde caer y haber salido volando. Toledo, maravillosa ciudad, emocionante línea del cielo: si Dios existe, eso es que te ha tocado con su dedo de luz.