Es necesaria una toma de conciencia en la Administración, en los partidos, en los economistas y en los ecologistas de algo que muchos de ellos ignoraban o negaban: España tiene una dimensión primaria -agrícola, forestal y ganadera- menospreciada durante décadas. Y ese olvido tiene sus consecuencias para Castilla-La Mancha, eminentemente rural.
Todos coinciden hoy en señalar que el abandono de los campos y de los pueblos, el éxodo rural hace más graves las repercusiones ecológicas y económicas de todos los fenómenos naturales, como ocurre con los incendios. Si los bosques y los ríos fuesen mantenidos como lo eran tradicionalmente, con una explotación continua, equilibrada y sostenible, ni los incendios ni las inundaciones tendrían la gravedad que pueden tener hoy.
España, y especialmente nuestra región, es capaz de producir sus propios alimentos y de extraer de la naturaleza todos los recursos renovables que necesita. El sector primario español lo demostró cuando, sin subvenciones, se le permitió trabajar en un régimen nacional de libertad. Las sucesivas reestructuraciones se han afrontado de la peor manera posible, estimulando la desruralización del país y creando en la población rural residual una mentalidad sumisa a las subvenciones.
Se ha considerado el medio rural únicamente como el sustento de una parte menguante de nuestro PIB y de nuestra población activa, en un mundo en el que el suministro internacional de productos agrícolas baratos parecía garantizado. Se había olvidado que los agricultores y ganaderos eran, además, los principales gestores de nuestro patrimonio ecológico nacional, condenado sin ellos a desastres como los incendios. También se ha olvidado su importancia futura, en un mundo cada vez más inseguro, como garantes de una verdadera independencia nacional.
La política rural, hasta ahora, ha sido demagógica, estatalista, paternalista y, en definitiva, equivalente al abandono.
Es necesario reconocer los sectores rurales efectivamente rentables, con una rentabilidad económica inmediata (el turismo, los cultivos especializados), a largo plazo (la conservación de la capacidad alimentaria nacional) o sencillamente no económica pero sí imprescindible (los bosques, la ecología, el paisaje, la gestión del territorio). No hay que urbanizar el campo, sino dejar de despreciar lo rural; y no hay que subvencionar nada, sino pagar lo que las cosas valen en sí mismas