Cruz Galdón

Cruz Galdón

La tribuna

Teoría de la infidelidad

12 junio, 2024 08:17

Hubo alguien infinitamente mucho más perspicaz que yo, que desarrolló una teoría sobre las relaciones entre hombres y mujeres, sumamente complicadas. Este inigualable ser no podía ser otro que Albert Einstein.

Le gustaban las misivas con otros genios y con sus amigos, y en ellas fue desarrollando su teoría sobre la infidelidad. Vamos a dar un paseo por las mismas e intentar desgranar por qué el ser humano es infiel.

En su carta de junio de 1953, con la que intentaba consolar a una buena amiga, a quien su marido le había sido infiel, aparte de otras muchas cosas, le indicó que no debía de tomárselo como algo personal. Que el engaño formaba parte de los seres humanos. Decía según la traducción literal que: «Estoy seguro de que sabes que la mayoría de los hombres (y un gran número de mujeres) no están dotados para la monogamia por naturaleza. La naturaleza supera siempre a la convención, y las circunstancias colocan obstáculos en el camino del individuo».

Pero para hablar con esa certeza tubo que tener bastante conocimiento del tema y ser versado en la casuística, y es que Albert Einstein fue un genio, de eso no cabe duda, pero también fue un azaroso infiel. Primero lo fue con su primera esposa, que quien tras ponerle una cornamenta de medalla la dejó para casarse con su amante. Y ahí no queda la cosa, pues a su amante también le fue desleal con deslices provocados por la admiración y el deseo a otras muchas damiselas. Era lo propio del estilo de vida de la Europa del momento entre los hombres. Tampoco han cambiado tanto las cosas, porque la infidelidad no tiene enmienda, eso sí, ya las mujeres la ejercen con la misma libertad que los hombres y sin remordimientos.

Einstein lo llamaba «atención dispersa», ¡no está mal el término!, pues con tal laxitud la infidelidad habitual encajaba cómodamente con el código moral de la época. Esta azarosa vida sentimental le llevó a desarrollar una teoría bastante complicada sobre el tema, basada en la relatividad de los hechos y de las consecuencias.

A Albert no le gustaba el matrimonio, de eso no me cabe duda, pues su concepto de compromiso era bastante leve. Es más, de las biografías que he podido ojear se desprende que concibió a su hijo tras vivir varios años junto con la que después fue su esposa, y más abundamiento, tardó en divorciarse mucho tiempo, pensándose si contraer matrimonio con su amante. Así lo declaró en una carta de 1951: «Los intentos de forzarme a casarme vienen de los padres de mi prima (la amante) y se atribuyen principalmente a la vanidad, aunque el prejuicio moral, que está todavía muy vivo en la generación anterior, también juega un papel». Digamos que hasta ahora de su teoría podemos decir que él aplicaba el amor libre.

De la amante prima pasó a su secretaria, e incluso se dice que en alguna de sus cartas fantaseaba con el trío. Hay una frase muy buena que le dice a Elsa (segunda esposa) que al rechazar dicha propuesta él le responde: «Tú sabes más de las dificultades de la geometría del triángulo que yo».

Lo más complicado de las infidelidades es que se pille al culpable, y Albert Einstein fue cogido in fraganti por su segunda mujer. Lo más curioso es que no fue con la secretaria sino con la mejor amiga de Elsa. Con lo que, en una de sus cartas, supongo de justificación, Einstein le explicaba a Elsa que «uno debe hacer aquello con lo que disfruta y no hacer daño a nadie más».

En consecuencia, para el gran genio sus aventuras extramatrimoniales eran pequeños deslices que no interferían en lo que él sentía por su mujer.

Es concluyente decir que, tras su ardorosa vida Einstein llegó a la conclusión de que la gente, en general, siente un deseo natural por tener amoríos y no era nada bueno resistirse al impulso de hacerlo. Un hombre monógamo «es como una fruta amarga para todos los implicados», pensaba. Lo malo de todo esto es que conllevaba implícita una carga que no era otra que estar atrapado entre dos mujeres enemigas por su culpa. «Para una persona de bien, no existe ninguna solución satisfactoria a este problema» ¸ garrapateó. Y la guinda final la puso en que el problema no era la infidelidad en sí misma, sino como eran gestionados los resultados por cada uno de los implicados. «Deberías poder responder a mis pecados con una sonrisa y no convertirlo en un motivo de guerra», trazó.

Podría seguir desmenuzando más peculiaridades de su teoría, pero no quiero aburrirles, aunque sí me gustaría tenerle frente a mí para darle la razón en una única cosa, y es que la persona engañada no tiene que verlo como algo personal. El mentiroso, deshonesto y fraudulento es aquél que engaña y aquél que contribuye a ejecutar el engaño.

Infieles y amantes, dejándose llevar por el deseo y arrancando mente y corazón de su ser, pasan a otro espacio donde el daño es insuperable y dónde el amor no tiene cabida.

Ante personas que les da igual el compromiso que adquieren con una promesa de amor, yo me pregunto, si el engaño es innato al ser humano, ¿de qué sirve el compromiso de amor eterno?

En su teoría de la infidelidad relativiza los sentimientos, objetiviza las circunstancias y justifica el dolor con un hay que tomárselo con sonrisas. Pero incluso un genio como él, en un momento muy determinado de su vida, dijo estando de cuerpo presente uno de sus mejores amigos de la facultad, a su hijo: «Lo que admiro en tu padre es que, durante toda su vida, se quedó siempre con una mujer. Ese es un proyecto en el que he fracasado estrepitosamente, dos veces».

¡Será por algo digo yo!

Foto: Monte de Cutamilla.

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