El Tajo es mío o el pescozón de Page al presidente Mazón a cuenta de Portugal
El nacionalismo ha terminado siendo una enfermedad crónica en España y ahora, más separatista y señorón que nunca en este periodo democrático, al galope de la tremenda miopía ambiental del ruedo ibérico, decide casi trágicamente quién vive en la Moncloa, bajo qué humillaciones y durante cuánto tiempo. Es una dolorosa evidencia. España no le importa nada al independentismo, pero su veneno se ha inoculado en vena durante décadas en la política española hasta alcanzar un éxito sobresaliente para su causa: que el virus haya contaminado el estado autonómico y España viva en un amago de taifas y guerrillas sobre territorios en decreciente sentido nacional de Estado y apretando en dirección aumentativamente centrífuga. Qué hay de lo mío.
Cualquier asunto vale para mirarse el ombligo y no ver más allá, aunque aún nos queda el consuelo de que, mirando la Historia de España, es posible que el futuro no esté perdido del todo. Ya veremos. Uno de los asuntos centrales en los que llamativamente más se aplica el “sálvese quien pueda” es lo que podemos llamar el problema del agua. Y cómo se distribuye entre todos de forma consensuada, solidaria y generosa, es decir, con una visión nacional que ya casi nadie tiene y pensando en España y los españoles y no en los huertos particulares. Acabar con los estallidos casi constantes de las sucesivas guerras del agua es una de las grandes tareas pendientes de la democracia española (claro, que hay muchas más) y la prueba del nueve de la contaminación nacionalista es el “exitazo” de que este asunto esencial no haya quedado todavía resuelto. Y que nos divida y enfrente como nación.
Así es la España autonómica o se le parece mucho. Ande yo caliente. La última andanada de particularismos feroces ha venido de la mano de Carlos Mazón, el presidente de la Comunidad Valenciana que, en un alarde no sé si de talentazo u oportunismo, o las dos cosas, ha soltado la bicha de que España “envía” a través del Tajo a Portugal más agua de la que necesitan, mientras el Levante no recibe suficientes recursos. “El Tajo es mío”, le ha faltado decir, obviando que es un río internacional también de los portugueses, que su cauce (¡vaya, hombre, qué mala suerte!) tiene querencia natural a desembocar en Lisboa y que, en fin, no es una tubería con el grifo a placer de nadie. Tal vez lo que quiera Mazón sea sobreexplotar todavía más un río agónico.
Y eso por no citar que los españoles del Levante llevan cinco o seis décadas recibiendo agua del Tajo por el trasvase para promover un desarrollo social y económico que nadie pensó para Castilla-La Mancha cuando en los años 70 del siglo pasado se ejecutó y puso en marcha esa tubería, que en este caso lo es. Dicen Mazón y su gobierno que al Levante nadie puede darle lecciones de cómo gestionar el agua, pero yo creo que, en realidad, es Castilla-La Mancha la región a la que nadie puede volver nunca más a dar lecciones de generosidad, sacrificio y solidaridad con los españoles de otras comunidades. El Gobierno de Emiliano García-Page así se lo ha recordado a Mazón esta semana a modo de pescozón. Y el Tajo, sí, también para Portugal. Sólo faltaría. O sea, un plan hidrológico nacional sensato a la voz de ya y todos iguales de españolitos, nos guarde Dios.