Desde que quedara instaurado en 2011 por la Asamblea General de Naciones Unidas, siempre he deseado que el Día Mundial de Toma de Conciencia del Abuso y Maltrato en la Vejez no tuviera el 15 de junio reservado en el calendario, por el simple hecho de que no hiciera falta recordar a nadie que a nuestros mayores debemos quererlos, ayudarlos y respetarlos sin importar la circunstancia.
Dentro de los colectivos más vulnerables que existen en la sociedad, son las personas mayores las que se muestran especialmente indefensas, más aún cuando llegan a una edad muy avanzada. A día de hoy, la mayoría de hombres y mujeres de nuestro país se convierten en octogenarios, pues según el Instituto Nacional de Estadística la esperanza de vida media en España ya se sitúa por encima de los 82 años.
En esos momentos, cuando la calidad de vida ya no es la mejor, la necesidad de más cariño y comprensión es mayor. Por desgracia, no siempre es así, pues un estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS) destapó que uno de cada seis mayores sufre algún tipo de maltrato. Los datos son aún más crueles cuando señalan que quienes infligen esos abusos, en un 90% de los casos, son los propios familiares.
No hablo únicamente de maltrato físico, que ya es suficiente para avergonzarse de esa parte de la sociedad donde vivimos, que demuestra no tener escrúpulos ni sentimientos. El maltrato a las personas mayores se ramifica y se presenta también en forma de abandono o internamiento, y también financieramente, cuando se les priva de administrar su propio dinero.
Como presidenta nacional de AFAMMER, recibo a diario quejas de personas mayores que no pueden acceder a su pensión porque no tienen oficinas bancarias donde acudir. Hay muchos pueblos, de decenas o cientos de habitantes, que se han quedado sin sucursales. Esto también es abuso y olvido para la gran mayoría de nuestros mayores, cuya única solución que encuentran es pedir a alguien que los lleve al pueblo más cercano a sacar su dinero o el uso de una banca digital que no saben cómo manejar.
Estamos en el camino equivocado. Nuestra sociedad cada día está más envejecida pero el ritmo de vida actual pone cada vez más trabas a nuestros mayores.
Para frenar todo este tipo de maltratos es necesaria mucha empatía, dar valor a hombres y mujeres que lucharon de manera incansable por conseguir muchos derechos de los que ahora disfrutan jóvenes y no tan jóvenes. Urge ayudarles en el día a día, al tiempo que les hacemos sentir útiles en un mundo que va demasiado rápido para personas que huyen de ese bullicio y solo buscan tranquilidad.
Soy consciente de que para llevar a cabo estas medidas debemos hacerlo desde los grandes organismos, tanto a nivel nacional como europeo y mundial. En mi posición de vicepresidenta de la Unión Europea de Mayores y como parlamentaria honoraria del Consejo de Europa, insisto siempre en dar valor a las personas mayores y creo firmemente que hay que situarlas en primera línea política.
En mi última asistencia al Comité Ejecutivo de la Unión Europea de Mayores, celebrado en Lovaina (Bélgica), recalqué que debemos dejar de estigmatizar a las personas por su edad. Si en lugar de apartarlos como juguetes rotos, aprovechamos su sabiduría y experiencia para hacer política y tomar medidas que eviten el sufrimiento de nuestros mayores, la sociedad mejorará acumulando buenos valores y la posibilidad de erradicar el abuso y maltrato en la vejez estará cada vez más cerca.