Todos, a veces, tenemos la sensación de que el estrés y la presión del trabajo nos impiden llevar una vida auténtica, una vida con una dedicación prioritaria a lo que valoramos como más importante. Un buen ejercicio de autenticidad es hacer una lista de las cinco o diez cosas que consideramos las más importantes de nuestra vida, no faltará la familia, los seres queridos, si somos religiosos, la vida piadosa y el cultivo de la fe, incluiremos nuestras aficiones preferidas y el cultivo de la amistad… Cada persona tendrá una lista más o menos amplia, pero seguro que llena de aspiraciones incumplidas.
Si hacemos otra lista con las actividades que ocupan nuestro tiempo cotidiano, organizándola de mayor a menor dedicación, seguramente el sueño y el trabajo ocupen la mayor parte de nuestra agenda, luego una colección de otras actividades. Si comparamos esta lista con la anterior, comprobaremos cómo hay muchas cosas importantes que no encuentran tiempo en nuestro día a día, con lo que eso significa de frustración y desánimo. ¿Es posible vivir una vida en la que coincidan nuestras expectativas con nuestras realizaciones, o es una utopía nunca alcanzable?
Un camino para hacer nuestra vida más coherente es descubrir conexiones entre las dos listas anteriores, buscando aspectos de nuestra actividad en los que se pueden esconder nuestros ansiados valores. Por ejemplo, puedo haber incluido en la primera lista «ayudar a los demás» como algo importante en mi vida y, por otro lado, el trabajo ocupa una gran parte de mi tiempo, ¿puedo convertir mi trabajo en una manera de ayudar a los demás? Seguro que sí, quizá lo único que necesite es cambiar la actitud con la que trabajo. Si lo consigo, habré conseguido conectar mi lista de valores con mi lista de tiempos dedicados, y sentiré que mi vida es más auténtica. Seguro que si lo pensamos un poco podremos encontrar muchas otras conexiones. No faltan ejemplos de personas que han sido capaces de convertir el tiempo de desplazamiento al trabajo en un momento de lectura o de aprendizaje, incluso los que han convertido las horas de sueño en ocasión de alabar a Dios y dejarse en sus manos.
Porque si mi lista de valores (aquello que tiene un alto valor en mi vida) y mi agenda (aquello a lo que dedico mi tiempo) están desconectadas, se produce en nosotros una sensación de falsedad, de fraude, porque vivimos una vida que no es la que queremos, una vida forzada o de disimulo.
Otra oportunidad para conectar valores y agenda la tenemos en las vacaciones. En el periodo vacacional nos encontramos con la oportunidad de administrar un montón de tiempo libre, ¿qué podemos hacer con ese regalo? Revisemos nuestra lista de valores y veamos cuáles de ellos se han quedado sin tiempo dedicado durante el año, tengo la oportunidad de recuperar los retrasos pendientes.
Si convertimos nuestras vacaciones en un laboratorio de autenticidad, viviendo de acuerdo con nuestros valores, tendremos una experiencia reconfortante que puede alimentarnos el resto del año. Cuánta gente, obligada a una vida rutinaria, consigue renovar fuerzas y energías gracias a unas vacaciones conectadas con sus principales valores. Un viaje, un voluntariado, unos días con los seres queridos, un retiro, un buen libro… se trata de responder a la llamada de nuestras profundas aspiraciones, esas que quedaron retratadas en la lista de lo más valioso de mi vida y que el día a día no me deja atender como quisiera.
Nuestras vacaciones auténticas serán un ensayo de nuestra vida auténtica, y si no somos capaces de conseguirlo será porque quizá nos dejemos llevar por la peligrosa propuesta de que vacaciones significa no hacer nada o porque nuestra lista de valores necesita un profundo examen de conciencia.
Grupo Areópago