Vivimos sumidos en una suerte de miedo perpetuo. El COVID-19, un enemigo invisible y beligerante, tan desconocido como peligroso hasta ahora, ha trastocado nuestras vidas para siempre. Atrás quedaron nuestras costumbres y formas de vida de convencionales. Nuestras relaciones sociales, celebraciones y rutinas básicas, probablemente nunca vuelvan a ser las mismas.
El coronavirus se ha llevado por delante los sueños y esperanzas de casi 30.000 familias, según los datos oficiales, aunque los indicadores científicos expresan que en realidad sean más del doble. Hombres y mujeres. Personas, españoles y paisanos con nombres y apellidos, con rostros, que han intentado ocultar y desviar de la atención pero que, sin embargo, han compungido el alma de toda una nación.
Toda esta catástrofe propiciada por la inacción, la ineficacia y, todo hay que decirlo, un compendio de decisiones tardías, erróneas y con una más que cuestionable transparencia, han traído consigo un cúmulo de sentimientos que han aflorado lo mejor y lo peor de una sociedad construida con los mimbres del 78, basados en la libertad, la justicia y la igualdad entre aquellos que decidieron desarrollar su vida en esta hermosa tierra llamada España.
Y es que la paciencia del ser humano tiene un límite. Los ciudadanos se han cansado de las mentiras, las contradicciones provocadas por luchas de poder interterritoriales y en el propio seno de un Ejecutivo con objetivos tan dispares como peligrosos para la salud de a quienes pretenden gobernar.
Entonces, el español recupera el coraje de antaño, como en otras tantas citas de la historia de está nación, para alzar la voz contra el opresor. Pero no todos respetan la libertad y la pluralidad de pensamiento. Especialmente a aquellos que son los que pretenden coartarla, limitarla o dinamitarla por todos los medios para imponer por la fuerza su verdad absoluta y no encontrar atisbo de oposición alguna.
En los recientes días, una concejal del PP en Fuensalida sufrió un lamentable incidente contra su persona. La mujer en cuestión fue señalada y amenazada de forma directa en la fachada de su negocio con un grafiti que rezaba “Pepera Atropellada”. Todo ello por tener una ideología concreta y defender un proyecto en el que cree, tan legítimo y lícito como el que hacen el resto de partidos políticos que basan su actividad en el constitucionalismo y la defensa de los derechos y libertades que se recogen en la Carta Magna.
Tan solo unas horas después, otro compañero de Illescas fue el blanco de las amenazas telefónicas de un cobarde que escondiéndose tras el número oculto de una llamada telefónica amenazaba con quemar su vivienda con la familia dentro y tildándole con el adjetivo que algunos ya han puesto de moda: “Facha”. ¿El motivo? Ser joven y de Nuevas Generaciones.
Desgraciadamente, no es la primera vez que un miembro, afiliado, simpatizante o cargo público del Partido Popular sufre este tipo de acoso. En la joven y reciente historia de la democracia de nuestro país han asesinado vilmente a seres humanos que creían en un modelo de vida diferente al establecido hasta entonces, siempre basado en el respeto, la tolerancia, el diálogo y la coexistencia con los que, también, defendían ideas contrapuestas. De ahí a que nuestra memoria, ante hechos de este calibre, siempre nos conduzca a recordar a Miguel Blanco, símbolo y mártir de la libertad.
Nos han perseguido por mostrar nuestra bandera, la de todos los españoles, en diversos puntos de la geografía española, como Cataluña o el País Vasco, territorios a los que amamos tanto como a nuestras ideas y de los que nos sentimos tan orgullosos como de la nación a la que pertenecen. Pensar en pluralidad territorial es creer en la riqueza cultural e identitaria de una nación con más de 500 años de historia, la más antigua e importante de Europa.
Las ideas, como las banderas, no le pertenecen a nadie en exclusiva y, del mismo modo, son de todos por igual. El valor de lo que representan son el fruto de una historia de superación, de prosperidad y de libertad. No permitiremos que nos las arrebaten, porque el pueblo que pierde sus ideas, sus banderas y la libertad que en ellas se recogen está perdiendo su identidad y tirando por la borda el sacrificio de generaciones que durante siglos perecieron por defenderlas.
No tuvimos miedo entonces. No lo vamos a tener ahora. Nos duele España. Seguiremos alzando la voz. Contra la violencia y las amenazas tendrán enfrente nuestras ideas.
Roberto García Laredo es presidente provincial de Nuevas Generaciones en Toledo