Miguelturra tuvo que ser, con mascarita plateada. Así acabamos el viernes el pregón del Carnaval churriego, uno de los grandes de España, cuna de vida, pasión y lágrimas. Jamás me sentí como entonces, igual que Cenicienta en las vísperas, lo mismo que la reina de corazones, exactamente igual que un niño con zapatos nuevos. Porque Miguelturra lo pone, lo escribe y lo explica. Quien no ha visto ni vivido el carnaval churriego no sabe, desconoce una de las grandes manifestaciones artísticas del hombre. La eterna máscara en busca de su destino, forjando en la fragua de su volcán los pasos por los que se pierden los caminos y las veredas. Así me sentí yo en el carnaval churriego. Un rey sin trono pero con versos, el sol de la mañana, la luna de plata y besos. Con la risa y el humor por bandera, el más alto síntoma de inteligencia que los dioses pusieron sobre la tierra. Poeta, poeta, poeta.
Escribo estas líneas aún con los versos del romance en la boca. En realidad, sin saberlo, hablamos en octosílabos. Eso lo estudiábamos cuando íbamos a la escuela y aprendíamos algo. Lo que yo aprendí aquella noche es que, como Larra, todo el año es Carnaval y sólo falta aplicar la vista para verle la máscara a cada uno. Con la particularidad que las de las carnes tolendas son las más nobles, porque se sabe, se conoce que van vestidas. Una máscara de Miguelturra es la incógnita de la vida, el porqué de los pensamientos, la pared, el friso vertical de la existencia. Me topé con una que daba el andador que llevaba contra una columna y preguntaba y preguntaba por qué no podía avanzar. El Carnaval es el esperpento, el espejo cóncavo en que salimos todos, sin filtro, desenmascarados, no como quisiéramos ser sino como realmente somos. Podría ser justo lo contrario al Instagram, donde sólo subimos la apariencia y el postureo. La máscara de Miguelturra te pone en tu sitio, porque no la conoces y habla desde el trono absoluto de la libertad, la que conquista el pueblo a los poderosos. Por eso jode tanto el Carnaval a quienes mandan… Pierden el sentido del humor con los años, que es tanto como decir que ha pasado su tiempo.
Miguelturra ha coronado un Carnaval de excelencia y me ha elevado a las más altas torres de la cortesía, el amor y el aprecio. Me siento querido y honrado, como un churriego más, después de haber amado tanto. Con ellos, a su lado, junto a ellos. Puedo decir que soy culipardo sin miedo, porque las fronteras no existen y más cuando anida el talento.
Por otro lado, el sábado por la tarde fui a Bolaños con mi amigo Plata, el director de la banda, la banda de música… Uno de los pueblos más ricos y emprendedores de España. Trabajan sin límite, sin mañana, sudando cada palmo que conquistan entre cebollas, patatas y ajos. El campo se levanta y pide por algo y es ese el verdadero problema de España. Pues bien, Isidoro Plata consiguió lo inédito. Que el Carnaval y su música juntaran al ayuntamiento entero, con los tres grupos políticos, en una tarde inolvidable de humor y alegría. Recrearon el Un, dos, tres, mítico concurso de la tele. Y actuaron como concursantes los tres portavoces de los grupos políticos del Consistorio, entre ellos, su alcalde, Miguel Ángel Valverde, también presidente de la Diputación de Ciudad Real. Dejaron sus diferencias para procurar a los bolañegos una tarde espléndida. Hay que felicitarlos por ello, porque para esto vale, para esto sirve el Carnaval. Para hacer feliz a la gente y conseguir un rato de risas en este valle de lágrimas. Ya llegará Cuaresma.
El campo de Calatrava son las cenizas, las brasas sobre las que prende el volcán de España. Enraiza todo su talento en la necesidad infinita de esta tierra. Son tantas las carencias que la Historia quiso convertirla en tierra de paso. Pero nosotros, no nos dejamos. La lava siempre arde y el fuego eterno de Prometeo pasa de padres a hijos, de Carnaval en Carnaval. Gracias, Miguelturra, por tanto, y haber dejado marcado el corazón para siempre. La vida es un carnaval, lo supo ver el Arcipreste de Hita. La máscara que prende en tu cara es la victoria y la risa para el resto de nuestras mañanas.