Se ha muerto, otra vez como del rayo, Serafina Sevilla Martín, profesora de Infantil del Colegio Público Fábrica de Armas en Toledo, Sefi, como alguna vez creo que vi su firma. Una docente impresionante, una maestra de libro, un coloso en la enseñanza. Conocí a Sefi hace unos cuantos años, cuando mi hijo Víctor entró de su mano al camino de las clases. Ya había pasado por guardería y entrado en el Rubicón de los otros niños, pero aquella experiencia nueva del cole marcaría para siempre nuestros destinos. Recuerdo como si fuera hoy mismo el primer día, cuando lo dejé por vez primera en aquella aulita prefabricada que todavía quedaba en la escuela. Allí estaba ella, con su bata de cuadros roja, poniéndolos en fila y llevándose a los niños en volandas. A la vuelta, comentó que mi hijo no se había movido en todo el día, "porque mi padre dijo que me esté quieto y me estoy quieto". Fue el inicio de una amistad tan bonita, tan hermosa y basada en el respeto y admiración mutuas, que hoy no puedo más que decir que tengo el corazón roto y traspasado, como un San Sebastián caído del árbol.
Serafina me cambió para siempre el concepto de empleado público que yo tenía. Con su sonrisa, mirada pícara y pelo corto, conquistaba a los niños en cero coma. Les hacía descubrir el mundo abriéndoles los ojos y extendiendo sus manos, igual que un rito verdaderamente iniciático, como una entrada a la vida plena, lo mismo que Platón en la caverna. Era de hecho, algo socrática en sus modos, porque creía en la docencia desde el principio. Educar viene de ducere, conducir en latín y ella los llevaba como si en un carruaje montaran y galoparan por el conocimiento. Les hacía abrir los sentidos e igual que la mayéutica de los grandes filósofos griegos, les hacía pensar y pasar del mundo sensorial al intelectual. Cómo manejaba a los niños, cómo disfrutaba con ellos, cómo los hizo crecer y desarrollar aplicando la máxima de la justicia que Ulpiano fijó, dándoles a cada uno lo suyo.
Una enfermedad tremenda la ha arrancado de la vida, se la ha llevado para siempre y ha descuajado este verano recién nacido. La primavera ha caído en su última hoja muerta y nos ha dejado viudos de talento y huérfanos de cariño. Sus hijas en el tanatorio y sus compañeras de profesión bien que sentían el orgullo de ver pasar toda una vida dedicada a la enseñanza. Me dijeron que el verano se le hacía largo y que cuando llegaban los últimos días de agosto, ya estaba nerviosa y loca por empezar de nuevo. Eso mismo es la vida, que agarrota la muerte. Empezar de nuevo cada día igual que Sísifo con la piedra. Le encantaba viajar y ha emprendido antes de tiempo, temprano madrugó la madrugada, el único viaje del que no se vuelve más que en la memoria y el recuerdo. Varias generaciones de toledanos han pasado por sus manos, fueron moldeados por su palabra, hizo arcilla, barro y luna con cada uno de ellos. Le encantaba su trabajo y disfrutaba con él igual que una niña con zapatos nuevos. Serafina es una de esas personas con las que se escribe la intrahistoria de España, como dice mi buen amigo Galiacho. Con cuatrocientas como ella, se levantaba un país desde la tierra hacia el cielo. Este lunes de junio se nos corta el viento y amanece más temprano. Toledo llora a la sombra del silencio y al costado de la tarde esta siesta tan eterna. Sefi, fuiste uno de los regalos que la vida puso en mi camino y como tal te llevaré prendida hasta dentro del fondo de mi alma. Descanse en paz.