En el Día del Padre
Hoy es el Día del Padre, 19 de marzo, lunes de primavera enferma que no acaba de llegar. La Iglesia celebra la festividad de San José, patrón de las vocaciones sacerdotales, cada vez más vacías y difíciles de encontrar. El celibato, pese a los tiempos modernos del Papa Francisco, pasa factura a esta institución milenaria. Empezamos hoy la Semana de Pasión, previa a la Semana Santa y al Misterio en torno al que se mueve el mundo. Muchas conmemoraciones juntas en este último invierno de agua y verde. Cada equinoccio es distinto e inmaculado. La luz no engaña y vence la oscuridad. Los griegos desentrañaron del rito dionisíaco el teatro y la tragedia de la vida. Ese es el bofetón brutal de cada primavera. Ante ustedes, la vida misma para bebérsela, como el buen vino.
Mi padre murió hace tres años un 10 de junio y desde entonces cada día lo recuerdo más y más me reconozco en él. Nadie muere mientras lo recuerdas y anida en ti. Yo se lo digo ahora a varios amigos que han perdido a seres queridos muy próximos. Es increíble cómo la vida y la muerte se dan la mano sin quererlo y cómo la segunda, tan segura, hace irreversible la primera. Mi padre vive en mí sin yo saberlo y camina y guía mis pasos desde la certidumbre que dan ya sólo las cenizas. Por eso entiendo tan bien a los jubilados y la sabiduría que dan los años. Sólo se alcanza el conocimiento verdadero cuando muy pocas cosas pueden ya caer de tu equipaje. La vida es una preparación para la muerte. Maravillosa, pero para la muerte.
Fui padre hace once años por amor y tengo dos hijos fascinantes que me hacen sentir vivo cada mañana. Eso sí que es el milagro de la primavera. El misterio profundo de un mar congénito que aflora en el azul de sus ojos y en las pupilas anchas con que atrapan el mundo. De ahí que la muerte de un niño sea brutal, criminal, ensordecedora. Los niños moldean el mundo con el color de sus juegos y enseñan la vida en el clamor de sus manos. Uno es feliz cuando se encuentra aquel niño que un día fue y es capaz de recuperar su mirada. Eugenio D'Ors lo escribía en su visita al Museo del Prado. Hay que despojarse de la cultura para mirar por vez primera un cuadro. Como los niños la vida. Y descubrir su encanto, su maravilla, su luz, esa luz que irradia desde el fondo de sus ojos claros.
Quizá hoy me encuentre con unos zapatos o una corbata, lo ignoro. Lo que sé es que la fiesta de la vida continúa y gira en una noria sin fin en la que a veces no reparamos. Es la tragedia de los griegos convertida en oportunidad. Los dioses quedaron sepultados. Porque el sol sale cada día y el destino no está escrito. Camina lento en la punta de los zapatos y muere a la noche a los pies de la cama. Es absurdo cebarse en el mal y obviar la maravilla y el prodigio. En el tránsito, está la inteligencia y el nombre exacto de las cosas. Ser padre es un regalo de la vida, tanto como ser hijo. Abrir los ojos a la primavera es cerrarlos a la muerte, aunque sepas que te mira desde la boca misma del estómago.