Raúl del Pozo
Lo conocí personalmente el año pasado cuando le dieron la Medalla de Oro de Castilla-La Mancha a los pies del Huécar. Cuenca amaneció ese día radiante, como una novia recién lavada que viste sus mejores galas para recibir a su amante. Raúl, un chavalín de ochenta años curtido en mil batallas de papel, estaba ese miércoles nervioso, aturdido, no se explicaba tanta atención y generosidad de su ciudad, donde le salieron los dientes, donde aprendió la lengua de Cervantes y empezó a dar sus primeros pasos. Nadie es profeta en su tierra menos él, que vuelve a casa con el pelo níveo y un látigo en el verbo. Se atascó un par de veces en el discurso, pero eso no cuenta. La emoción lo desbordaba y los ojos le centelleaban igual que cuando era niño y jugaba con los amigos en las tardes largas de verano. Ahora es el mejor apóstol de la Cofradía de la Columna. No sólo ha sido capaz de sustituir a Umbral, sino que el genio de Carlos Alsina lo ha puesto en la radio para decir cada viernes por la mañana “¡Viva el Vino!”, el grito más castizo y mediterráneo a la vez. Raúl habla como los rufianes canallas que lo perdieron todo entre tabernas y putas en la España de Alatriste.
Su antorcha es la palabra y como Diógenes camina con su lámpara de aceite y vino en busca de un hombre honesto. Contó como nadie las sombras de Bárcenas y Rosalía en sus magistrales últimas de El Mundo. Tiene a las gargantas profundas en los rodales de los chilancos, en las esquinas de los bares, donde nada serio se habla y los esputos salen como promesas. Es un comunista redimido, como Pablo ha caído del caballo y ha visto la luz liberal de la democracia y el progreso. Viene de la izquierda y ahí se va a quedar porque ya uno no cambia a cierta edad. Pero suelta hostias como panes a quienes han ido contra España y la quieren tratar de alcahueta. Es un castellano noble, corazón doliente y espejo de periodistas. A Alsina se le ocurrió ponerle un pasodoble de Berlanga para darle pie a su comentario del viernes, la mejor sección de la radio española con diferencia. El otro día en Onda Cero descubrió el talón de Aquiles de Rivera. Es abstemio y nada lúcido puede esperarse de quien no bebe vino. Le aconsejó hacer como Aznar y echarse en manos del Ribera para llegar a Moncloa.
Escucharlo es un lujo para los sentidos y la inteligencia. Pide a gritos el Cavia y el Cervantes, pero este país es cabrón y no hay que fiarse. Aquí se mira la filiación antes que el talento, pero de eso Raúl lo tiene ya todo escrito. Los viernes me quedo más tiempo en el coche para escucharlo entero, es mi luz del fin de semana, la estrella que anuncia la venida del ocio y tiempo libre. Luis del Olmo lo descubrió para la radio con aquellas chispas que hacía junto a Campmany, Vázquez Montalbán, Antonio Burgos y Emilio Romero. Qué puto repóquer de ases. Ahora vive la llama y se perpetúa en él y jóvenes como Antonio Lucas, Gistau, Jabois o Amón. La mejor literatura está en los periódicos y sólo hay que abrirlos para leerla. O encender la radio y sentirla. Van a cambiar los formatos, pero jamás el talento. Querido Raúl, estoy mayor como Fraga y me emociono pronto. Contigo, por ejemplo. Suelta un verso de amor del fondo de tu odre viejo y vente a la Mancha, la tierra de la madre del vino, donde hay luz en el resuello de las tinajas. Que las pámpanas iluminen tu verbo y doren tu sien. Tan difícil nos lo pones al resto que debo acabar con otra frase tuya. Cojamos una copa de vino y partamos juntos hacia la gloria y la primavera.