Entiendo que en estos tiempos de política estratégica, lo ocurrido en Andalucía se estudia ya como manual de política contemporánea en las reuniones que tengan estos días los diferentes partidos políticos. Así debería ser. Y eso que, desde el 15-M y, especialmente, desde las europeas de hace cuatro años, casi nada debería sorprendernos. Hemos pasado de la política de dos a la de cuatro y, ahora, de cinco; de una sociedad más o menos anestesiada por los medios tradicionales a una dominada por la fast food informativa de las redes sociales. Sin embargo, sería absurdo negar que el desembarco de Vox en la arena nacional, en el partido de los mayores, ha dejado descompuesto y sin cálculo a políticos y periodistas, analistas y votantes, incluidos los del partido de Abascal.
Dicho todo esto, las lecciones políticas que unos y otros deberían aprender de lo ocurrido en Andalucía, en mi opinión, son básicamente tres: que la mayoría de los votantes no ve La Sexta, que a la gente le importa más la unidad de su país que los problemas puntuales de una carretera autonómica y que hay una creciente cantidad de personas esencialmente indignadas con las etiquetas morales impuestas por la cultura posmoderna dominante.
En los últimos años, bien por acción o bien por omisión, tanto el PSOE como el PP han propiciado un panorama mediático que, en lo referente a las televisiones, se parece bastante a un duopolio. Al PSOE de Zapatero pareció bien crear un grupo que le tocara las narices a Cebrián –el eterno aliado de Felipe González- y al PP de Rajoy y Soraya le dio por evitar su quiebra propiciando una fusión desaconsejada por Competencia con la todopoderosa Antena 3. Sumen a eso la otra fusión programada –la de la Cuatro de Cebrián y Felipe con Telecinco y sus grandes hermanos italianos- y encontrarán un panorama televisivo excepcionalmente restringido.
Y el problema es que los políticos y sus asesores de prensa cortoplacistas tratan de pescar minutos en esas aguas –las únicas que hay-, aunque para ello tengan que aceptar un esquema ideológico claramente dominado por la izquierda. Y lo que las elecciones andaluzas han demostrado es que la gente no ve La Sexta, o al menos, no tanto como ellos se creen. Y esto tiene mucho que ver con la tercera de las razones que antes apuntaba. Cuando durante cuatro años, en la inmensa mayoría de las televisiones, a todas las horas del día y de la noche, se han ido repitiendo las consignas del feminismo ideologizado que ha olvidado las justas reivindicaciones de igualdad, cuando se ha dado voz y legitimidad a quienes han dado un golpe de estado en Cataluña, cuando se han orillado las necesidades de la España rural y pobre en beneficio de la cosmopolita y rica… ¿quién podía imaginar que los ciudadanos iban a buscar la manera de rebelarse frente a esos dogmas políticos y mediáticos?
Hay mucho escrito sobre las diferencias entre la opinión pública y la opinión publicada. El tema no es nuevo. La brecha entre lo políticamente aceptado en los medios y lo real de las calles ha dejado por el camino recientes víctimas ilustres: el “No” al brexit, Hillary Clinton… y Susana Díaz, que pensó que su discurso regionalista tendría más peso que las traiciones a España del presidente Sánchez. En Castilla-La Mancha andarán echando cuentas unos y otros porque, y esta es la pregunta clave, ¿qué razones había para desalojar al PSOE del poder en Sevilla que no haya en Toledo?