La política está muy crispada y revuelta en España, consecuencia por un lado de un liderazgo tan ausente de escrúpulos como el de Pedro Sánchez y, por otro, de la decadente mediocridad ambiental, pero es improbable que haya llegado al punto de que tenga que romperse física y moralmente el PSOE. Es verdad que la situación es confusa y que la desorientación interna de los socialistas con los bandazos de Sánchez, y sus concesiones por encima de lo que sea, están llevando al PSOE a una división abierta que se transmuta en guerra intestina y puede acabar muy mal, pero es improbable pensar que los jirones que ahora se ven colgando puedan saltar estrellados en todas las direcciones antes de que sucedan las elecciones de mayo.

Después, tal vez todo pueda pasar, siempre según lo que ocurra en esos comicios, pero la presión que ejerce el PP de Alberto Núñez Feijóo para animar a los barones como Emiliano García-Page o Javier Lambán a “romper el PSOE antes de que se rompa España” encierra un dramatismo que tal vez por ahora no tenga futuro. En seis meses veremos y tendrá todo que repensarse, pero las actuales andanadas antisanchistas de Page y Lambán forzarán mucho la cuerda aunque no terminarán rompiéndola: los barones que pueden salir más perjudicados de las inefables decisiones de Sánchez, incluidos las regalías y abdicaciones ante los separatistas, van a batallar ya exclusivamente por salvar el terruño de su poder, pero no creo que vayan a cuestionar el liderazgo del presidente del Gobierno, por mucho que la erosión electoral en Castilla-La Mancha o en Aragón pueda ser grande. Que tal vez lo sea. Romper la disciplina de voto en el Congreso, como insiste el PP, puede ser un paso demoledor en estas circunstancias para todos los socialistas. 

El momento de Page ahora no está en romper el PSOE ni pensar en el postsanchismo, sino en salvarse a sí mismo y mantener la Presidencia de la Junta de Comunidades. Si es necesario, lo hará a costa de Sánchez y atacará las decisiones de su Gobierno, aquellas, claro, que sean atacables para un socialista de la antigua escuela, pero eso no supondrá un terremoto total de "no retorno" en el PSOE. Eso es lo que quisiera el PP. En el próximo año van a pasar muchas cosas en España y Page desde luego no va a suicidarse. Mide mucho sus pasos, calcula sus estrategias, piensa en su campaña, en su tierra, en el sentir de la sociedad castellano-manchega, y a partir de ahí actuará en consecuencia. Sale a ganar. Sánchez es una incómoda china muy gorda en su zapato, pero en el próximo medio año el líder de los socialistas castellano-manchegos jugará las cartas que tiene y no va a ir de farol ni buscar ambiciones que ahora no tocan. En mayo se la juega: el todo por el todo y después ya se verá. Lo que quede de España después de Sánchez... eso ya es otra historia.