Desde la época Contemporánea la derecha española siente alergia a la diplomacia y a las relaciones exteriores. Prefieren mirar hacia el interior –su predio – y olvidarse del resto del mundo. Fuera, los asuntos se vuelven más complejos y hay que demostrar mayor altura que para andar por casa. Solo hubo un presidente de la derecha que se atrevió a romper ese círculo de hierro. Fue el Sr Aznar. Y nos metió en un conflicto, declarado sobre motivos inexistentes, como admitirían los principales protagonistas – menos el Sr. Aznar - de aquella guerra falseada.
Si nos retrotraemos a algunos de los acontecimientos más celebrados de la historia, la denominada guerra de la independencia, en España se habla de la derrota de Napoleón. Si se mira desde la perspectiva europea, todo cambia. Si España hubiera sido la causante de la derrota de Napoleón, en el Congreso de Viena de 1814, hubiera participado en la nueva organización de Europa. No sucedió así: España apenas tuvo presencia en aquel Congreso en el que se reunieron los más influyentes diplomáticos de la época de los países vencedores para diseñar la nueva Europa. Tampoco resultó muy fino el tratamiento de las colonias latinoamericanas en procesos de independencia, alentados por ingleses, franceses y norteamericanos. En la última colonia, Cuba, la guerra pudo evitarse, pero se prefirió la violencia. La presencia española en el norte de África no se desarrolló mucho mejor y la actuación no pudo resultar peor. España siempre abandona con un portazo.
El más aireado fenómeno de política exterior reciente que España afronta es la situación de Venezuela. La derecha ha convertido la falta de democracia en ese país en un asunto interno de España. Y cuando se intenta mantener unas relaciones diplomáticas con esos países se censura a quien lo hace. La salida del candidato de la oposición, Sr. Edmundo González Urrutia, se venía manejando desde el día siguiente de los resultados de unas elecciones trucadas por el régimen del Sr. Maduro. Se barajaron diferentes lugares de exilio para evitar su detención. Uno de ellos, los Estados Unidos o algún otro país limítrofe. La mejor opción terminó siendo España, no solo por los antecedentes de exilios anteriores a opositores al régimen chavista, sino porque desde Venezuela los distintos actores veían a España como un lugar seguro. Pero esto no surge de la nada, sino de negociaciones a diversas bandas con interlocutores variados. La diplomacia consiste en hablar con todos de todo sin considerar enemigo a nadie.
El operativo de salida fue posible por la implicación de varios países, algo que la derecha no contempla en su ceguera voluntaria. Tampoco le convenía que fuera el Gobierno de Sánchez el artífice de este último exilio que la propia derecha reclamaba. El exilio del Sr. González Urrutia lo entendieron como en realidad ha sido, un éxito de la diplomacia española, un éxito del Sr. Sánchez. A toda prisa, apenas pisaba suelo en España, el Sr. Edmundo González fue descalificado por portavoces de esa misma derecha. Se inventaron un reconocimiento patriótico, tan falso como inútil, del candidato a la presidencia de Venezuela, al margen de la Unión Europea, y tan ridículo como aquel del Sr. Guaidó. A la derecha española tradicionalmente no le gusta la diplomacia. La diplomacia defiende la presencia política de una nación en cualquier país, la garantía de la integridad territorial, los intereses económicos de negocios españoles y la salvaguarda de los nacionales. Nada de esto le importa a la derecha española. Solo les mueven los asuntos internos y convierten cualquier cuestión externa en una pelea interior. Si se rompen las relaciones diplomáticas, ¿quién defenderá los intereses de España en Venezuela?