¿Cómo trasmitir la sensación de realidad y trascendencia de las fotografías de Kike Aspano, del convento de Santa Isabel, de Toledo? ¿Cómo condensar en un escrito corto la candidez de un tiempo pasado, pero aún presente, la inocencia, la alegría interior y exterior de quienes viven encerradas tras paredes de palacios antiguos, reconvertidos en conventos, previa autorización papal? ¿Cómo escribir sobre estas fotografías (sin quedarse corto o pasarse) del toledano Kike Aspano, sensible, intuitivo en el tratamiento visual de un convento de clausura? Las preguntas surgen ante la exposición de fotografías que se han expuesto en el mismo convento, reproducidas en un libro hipnótico. El autor, con la complicidad amistosa de las protagonistas, ha reflejado los objetos de uso diario, los pasillos laberinticos, la vida cotidiana, las miradas cálidas de las personas que han elegido la pobreza (un privilegio) como camino hacia una felicidad que, de existir, solo es posible en lugares como estos. Hay que ser muy sosegado para adentrase en ese universo tradicionalmente cerrado y plasmar con el equilibrio de la luz y las sombras una historia que permanece apenas inmutable desde siglos.
Santa Isabel es un convento de monjas de clausura, de Toledo, que ocupa un espacio urbano inconmensurable que se desliza hacia las riberas del Tajo. A un lado, la ciudad y su volumetría cubista de torres, cúpulas y casas, formas borrosas, como difuminadas desde el convento, porque la Luz que ilumina el espíritu de las monjas está dentro y no fuera. A otro lado, el paisaje agreste conocido como el Valle. Se han hecho fotografías de los claustros, de sus yeserías casi intactas, de su patrimonio suntuario, pero nunca, ningún seglar se había adentrado tanto hasta el interior cotidiano en el que un grupo de mujeres construye diariamente su paraíso ensimismado en la tierra. No tienen nada, solo lo imprescindible y un poco menos, y lo tienen todo. ¿Cómo entenderlo con los razonamientos ofuscados del siglo XXI? El curador de la exposición, François Cheval, lo ha definido como "uno de los últimos misterios que perduran en la crisis de civilización que ciegos afrontamos".
La exposición en el convento ocupa dos salas. En una de ellas se recoge la arquitectura interior en el que el "milagro" del disfrute de la felicidad se logra con la normalidad de quién conoce, por herencia secular, las reglas de la mística tradicional. En la otra, se atrapa la vida, fieramente humana o dulcemente divina, de las monjas que lo habitan. Tal vez estas fotografías sean el testimonio de un mundo que se está yendo, sino se ha ido ya. Pero son también documentos narrativos que nos alejan de los tópicos tenebrosos de la vida conventual. La serenidad de las fotografías, en blanco y negro, desmontan a golpe de encuadres limpios una realidad más allá de las historias morbosas en las que se cuentan aspectos oscuros de sicologías torturadas.
Al final de la visita a la exposición se mantiene la sensación sorprendida de haber descubierto un tesoro oculto. El fotógrafo ha capturado el pálpito espiritual de tiempos ya perdidos, que añoramos. Kike Aspano, un fotógrafo embriagado por la luminosidad del lugar y sus habitantes, y poseedor de las intuiciones de Ramón Masats (realidad simbólica y metafórica) y de las técnicas magistrales de Isabel Muñoz, trasmite una visión optimista de una clausura antes nunca fotografiada. Con sensibilidad respetuosa y afectiva ha captado un espacio y unas personas que han elegido los "privilegios de la pobreza" para alcanzar los mundos imperecederos, que la fe que profesan les promete. Ojalá esta obra sea el comienzo de otras maneras de narrar la historia de Toledo, más allá de tradiciones inconsistentes, nostalgias románticas y lugares comunes.