Todo lo que es suceptible de empeorar, empeora. Es el caso de los partidos políticos en las democracias. Pueden ganar, pueden perder, pueden perder más de lo que tenían, incluso en algunos casos, sonados o menos sonados, pueden desparecer. En las recientes elecciones en Galicia si el PSOE hubiera ganado, el discurso público tendría otro tono. Pero, la realidad es que ha perdido más de lo que se esperaba. Ante la derrota, los votantes y militantes de izquierda se habrán entristecido, los de derechas se habrán alegrado por el triunfo del PP. Cosas de la política turbia en los turbios tiempos recientes.
De nuevo el PP ha salido victorioso de esta confrontación que estaba cantado para cualquiera que conociera cómo funciona la política territorial. Desde los tiempos del señor Fraga Iribarne, en Galicia, se ha ido fraguando una red de compromisos, dependencias e intereses difíciles de mover. Quién desconociera esa realidad podía imaginar que la derecha podía perder las elecciones. Pura ilusión. Conviene saber que, salvo excepciones o por errores muy rotundos, donde la derecha se asienta es casi imposible mover. Se convierte en un fósil. La derecha construye redes que le permiten mantenerse contra cualquier pronóstico lógico. Miren al PP de Madrid que entendió que la conquista del poder regional, aunque fuera con procedimientos corruptos, le abría las puertas de la durabilidad. Un espacio de la izquierda progresista se ha ido convirtiendo, año a año, en un lugar de la peor derecha castiza y neoliberal de Europa. Y eso ha sucedido en Madrid, un territorio urbano muy móvil e inquieto. En lugares menos dinámicos, Castilla y León, Murcia, La Rioja y más recientemente Andalucía, la derecha se mantiene como un dinosaurio inamovible.
¿Por qué ha bajado en votos el PSOE? Seguro que porque no ha sido capaz de crear esas redes de connivencias que tanto ayudan a la estabilidad en las instituciones locales. Si las direcciones de los partidos se anclan hasta anquilosarse en las estructuras partidarias se olvidan de crear y mantener esos puntos de apoyo en todo el territorio que les será necesario en cada momento electoral. Los medios de comunicación y las ambiciones individuales trasmiten la idea de los liderazgos personales como motores del cambio. Un error. Sin una organización de militantes comprometidos con el progreso, no con sus destinos personales, no hay futuro. En Galicia la creación y fortalecimiento de redes hace tiempo que dejó de hacerse por parte de la izquierda. Han primado las batallas internas, los egos individuales, las aspiraciones personales. Las luchas por el poder interno impiden dedicarse a ampliar el ámbito de influencia y a enterarse de cómo van evolucionado la tendencias de las gentes de izquierdas. La derecha siempre es la misma, pero no así el progreso que cambia y puede mutar incorporando los nuevos discursos de las sociedades modernas. En la España histórica las narrativas nacionalistas han tenido gran fuerza en las identidades políticas desde los inicios del siglo XX y eso no se ha perdido en territorios clásicos: Cataluña, País Vasco, Galicia. Es otra forma de discurso que ha propiciado que un partido como el BNG, casi desahuciado, haya conseguido más votos que el PSOE.
Sobre discursos modernizados, la izquierda puede construir su éxito, pero eso implica también superar al adversario en la ampliación de redes en todo el territorio. Deberíamos creer que no existen geografías ideologizadas, sino gentes que se mueven en una dirección u otra, según perciban que sus intereses y objetivos personales están más garantizados por las redes en las que se incluyen. No está claro que el PSOE y la izquierda puedan corregir esta deriva en el futuro, centrados, como están, en el cultivo exclusivo del poder institucional.