La vida acumula decepciones y la política despropósitos. El más significado, que Sánchez sea considerado un dictador por sus adversarios autoritarios. Uno fue impuesto en su partido en una conjura de pasillos e intrigas cruzadas, el otro añora volver a los tiempos de la dictadura. Sorprendente es que la gente se lo crea. Y más sorprendente aún que esa misma gente crea que el "sanchismo" es una forma pervertida de socialismo, cuando el socialismo en España es la socialdemocracia. Y para representarla solo existe un partido: el PSOE actual y no otro imaginario y de derechas. Es imposible ser socialista y de derechas. Pero, en fin, la política de la derecha española, que bebe de las fuentes del "trumpismo", inventa rencores contra Sánchez que le sirve para llegar al poder. Ambos, PP y Vox, son ramas de un árbol que hunde sus raíces en la dictadura, que no soporta las veleidades europeístas de Sánchez. Digan lo que digan en estos días, los pactos de la derecha con la ultraderecha están más que asegurados.
Durante los últimos años se ha ido amasando un odio inquisitorial contra Sánchez. Y la parte de la sociedad conservadora lo ha aceptado como vía para alejar a este no solo de un poder que se autoapropia la derecha, sino por formar un gobierno que ha funcionado con eficacia en una coalición impensable. Esa parte de España tiene un grave problema contra otra parte de España, que se llaman vascos y catalanes. En el País Vasco hace años ETA dejó de matar y se le sugirió que participara en política. Ahora que lo hacen, se les rechaza igual que cuando asesinaban. En cuanto a Cataluña, con este gobierno no se ha vuelto a repetir el espectáculo bochornoso de una vicepresidenta del Gobierno de España sin saber qué hacer o la intervención brutal de la policía contra los manifestantes. Al contrario, unos y otros han participado en la gobernabilidad de España.
Como ya sucediera al final de los gobiernos de Felipe González, el resentimiento envidioso de una derecha frustrada se ha llevado por delante a alcaldes y concejales que, entonces hicieron una buena gestión, y ahora también. Así de injusta es la democracia y así los ciudadanos que han votado en clave nacional, cuando lo que se juzgaba y jugaba eran asuntos locales. Ante una manifestación semejante, ¿qué otra opción quedaba? "Que sean los españoles quienes tomen la palabra para definir el rumbo político del país", ha dicho Sánchez. La decisión democrática no ha gustado nada a la derecha mediática y política.
Como en todas las elecciones se dilucidan cosas. En estos momentos los progresistas y las gentes de izquierdas se juegan un país más solidario, menos desigual y un Estado de Bienestar, acosado por fuerzas visibles y, las más peligrosas, las invisibles. Solo hay que recordar experiencias anteriores de gobiernos de derechas: Aznar, Rajoy. En estos casi cuatro años se ha superado una pandemia de manera equilibrada, se han paliado los efectos de una guerra en Europa, se ha combatido contra volcanes, danas y efectos destructivos del cambio climático. Se ha mejorado el poder adquisitivo de las pensiones -antes reducido a una ridícula subida del 0,25 %-, se ha incrementado el salario mínimo, se ha habilitado un salario de subsistencia para los más vulnerables, se ha posibilitado la supervivencia de muchas empresas, crece el empleo y se garantiza el Estado del Bienestar con añadidos como el derecho efectivo a la vivienda. La economía se dispara y los conflictos territoriales han mermado espectacularmente. España vuelve a ocupar un papel relevante en el mundo. Y los ciudadanos, de izquierdas y progresistas, tienen la obligación patriótica de frenar con su voto masivo la ola reaccionaria que invade Europa. ¿Valdría el "no pasarán"?