Existen dos maneras de entender y explicar la personalidad del fallecido Cipriano González, el llamado "amigo de los pobres". Con "mentalidad de derechas" o con "mentalidad de izquierdas". Nótese que no hablo de ideología de izquierdas o de derechas, que no serían más que una de las manifestaciones de las mentalidades citadas. La mentalidad de derechas entiende y explica la pobreza. Ensalza a quienes se dedican a atenuarla y transforma en héroes o santos a quienes se preocupan durante su vida por aminorarla. Por supuesto, nada tiene que ver con la solidaridad, aunque algunos las confundan. Desde una mentalidad de izquierdas la pobreza y la miseria deben ser combatidas frontalmente, no atenuadas. Acabar con ellas sería su objetivo prioritario. Cuanto he leído estos días en redes y en otros medios respecto al fallecimiento de Cipriano responde al discurso de mentalidades de derechas. Seguro que se han publicado textos de mentalidades de izquierdas, pero no los he visto. Pido perdón por el desconocimiento.
Conocí la actividad caritativa de Cipriano en los lejanos años noventa por indicaciones de la concejala socialista de Polán, Laura Sánchez. Sugería que había que había que colaborar, como se pudiera, con la labor extraordinaria de este hombre que no siempre encontraba comprensión y apoyo. La caridad, ya entonces, exigía muchos esfuerzos y dedicación. Le respondí, con una ingenuidad estúpida y una torpeza inenarrable, que con un gobierno socialista esa actividad de hombre compasivo estaba llamada a desaparecer. Las políticas públicas, dirigidas por socialistas, disminuirían las desigualdades y acabarían con la pobreza. Eso dije, así como lo escribo. Sobran los comentarios que el lector pueda imaginar.
El PSOE ha gobernado en Castilla-La Mancha desde sus orígenes democráticos hasta hoy, con el nefasto paréntesis de cuatro años de la Sra. Cospedal, del PP. A pesar de los años de gobierno socialista, la actividad de Cipriano no solo no disminuyó, sino que fue ganando protagonismo. Relevante resultó su actividad en los meses terribles de la pandemia. Cada día tenía más demandas y cada día, menos existencias. Sorteó los malos momentos, con la experiencia que había acumulado de otros tiempos no menos malos. Por esos esfuerzos y por su actividad de años se le han hecho homenajes, se le han puesto medallas y se le ha declarado o se le declarará hijo predilecto, ciudadano distinguido o lo que sea. Todo merecidísimo.
De su experiencia y de su vida, sin embargo, debiéramos aprender algo. Y es que una cosa es la caridad y otra la solidaridad. Las mentalidades de derechas entienden la pobreza como algo inevitable. Poco más o menos se sostendría que Dios lo quiere y los hombres, en su nombre, deben tratar de paliarla mediante actos y comportamientos caritativos. La iglesia católica tiene el cielo superpoblado de santos que han dedicado su vida a la acción caritativa. En una mentalidad de izquierdas no hay lugar para la asunción de la pobreza. No es algo fatal e irreversible. Es una cuestión de desequilibrios en el reparto de la riqueza. Una distribución equitativa, democrática y ciudadana de los recursos de los que disponen las sociedades podrían acabar con la pobreza. Curiosamente la caridad aumenta cuando la solidaridad no existe o es irrelevante. En una mentalidad de izquierdas héroes serían todos los ciudadanos de una comunidad, un territorio o un país que se confabulan para que la pobreza no exista. Con la solidaridad una porción de cielo se construye en la tierra. Con la caridad, solo se atienden estados y situaciones momentáneas.