No ha tenido suerte hasta ahora el escultor más importante de Toledo, Alberto Sánchez. Su vida estuvo marcada por los exilios. Tres físicos, que sepamos, y varios otros mentales, que ignoramos. El primer exilio interior se produjo en su juventud. El segundo exterior, cuando se vió obligado a abandonar España para vivir en un país tan diferente al suyo como Rusia. El tercero, ya él no lo vivió. En un día sin fecha, de un mes cualquiera, de un año indiferente, la parte de su obra cedida a la ciudad se almacenaba en la que fuera biblioteca antigua en compañía del polvo y los fantasmas. Amontonadas y abandonadas estuvieron durante años hasta que el empecinamiento de Juan Sánchez consiguió un trato menos duro para las obras allí soltadas. El Museo de Arte Contemporáneo de Toledo se cerraba sin explicación ni motivos aparentes. Sus esculturas y dibujos, tan innovadores, eran condenados a purgar su modernidad en un lugar improvisado junto con las obras que otros creadores de la España cercana habían proporcionado para el mencionado museo como acompañamiento a la trayectoria artística de Alberto Sánchez.
El primer exilio fue el resultado del hambre y la miseria de una época, en una ciudad de provincias, en los años iniciales del siglo XX. Sus padres emigraban a Madrid en busca de un trabajo más digno. Alberto resistió en Toledo, su territorio espiritual e inspirador, hasta que se convenció de que en la ciudad en la que había nacido y crecido carecía de presente y de futuro. Una suerte, porque así pudo aprender a leer y escribir, gracias a los esfuerzos de un mancebo de farmacia. Accedía tarde a las letras y tal vez eso lastró la teorización verbal de su obra. Construía o pintaba en función de los impulsos de la materia con quien mantenía una relación de simbiosis orgánica. En este exilio Alberto Sánchez descubriría el potencial creativo que traía de origen Alberto Sánchez.
El segundo exilio resultó más traumático. Una guerra civil, cuando empezaba a organizar su vida familiar y profesional, lo empujó hasta Rusia. Si cualquier exilio es un desgarro, este supuso para Alberto su gran desgarro. Agradeció intensamente a este país su acogida, a pesar de momentos de incertidumbres y desencantos, pero con la misma intensidad se aferró, para sobrevivir, a la nostalgia de los territorios de Toledo, Vallecas o la Sagra. Buscó en Rusia los paisajes que más se asemejaban a las llanuras de tierras rojas y soles inmisericordes de su vida. Su gran añoranza fue Toledo, donde quería volver para retomar los sueños forjados en su infancia de hambre y primera juventud, mientras repartía pan por barrios semiderruidos y cigarrales remotos. No fue posible. La muerte lo atrapó antes. Su familia se comportó generosa con la ciudad de sus ensueños, donando una importante obra, a pesar de los requiebros financieros de Madrid.
El último exilio, el de su obra en Toledo, resultó el más mezquino por el desprecio y la ignorancia de su significado en la pintura española. Al cerrar el Museo de Arte Contemporáneo, instalado en la llamada Casa de las Cadenas, esculturas y dibujos fueron enterrados en el edificio abandonado de la primera biblioteca, situada en el paseo del Miradero. Si los sueños perviven seguro que muchos de los originados con las lecturas de libros en individuos anónimos debieron dialogar con las obras abandonadas de Alberto Sánchez y aliviar a la espera de tiempos mejores.
Ahora parece que los exilios de Alberto Sánchez se acercan a un final cercano. La Consejería de Educación y Cultura, a través de la Fundación CORPO, de Castilla-la Mancha, prepara un nuevo espacio en el edificio de Santa Fe donde poder contemplar las obras singulares de Alberto Sánchez.