Uno dice, nuestros abuelos se pelearon: pudo ser un golpe de Estado o una disputa en la comunidad de vecinos. Otra dice, Sánchez prepara un golpe contra el rey para traer la República. O quiere blindarse y también a los suyos y tener a la oposición en la cárcel como en Nicaragua. Otro organiza un homenaje a la legión y cita sutilmente a Millán Astray. Las declaraciones se producen en distinto lugares y diferentes personajes de la derecha española. El primero es el Sr. Feijóo en Argentina. Ella es la Sra. Ayuso. El otro, el alcalde de Madrid, Sr. Almeida. Dos dicen lo mismo y hablan de lo que el profesor Julián Casanova en su libro “Una violencia indómita, el siglo XX europeo” denomina pasados fracturados que se recuerdan desde presentes divididos. Ella habla de otra cosa, porque ha convertido la política en ruido, provocación y populismo. Alguien rebuzna y las masas siguen hechizadas por sonidos tan mágicos. Se anunciaba una huelga en Madrid en defensa en la sanidad pública y había que taparla como fuera. ¡Qué mejor que decir disparates! Primero culpó a los profesionales. Después a la izquierda. Cómo ninguno de las dos recursos han servido para tapar el caos sanitario hubo que recurrir al Sr. Sánchez. Los medios de comunicación se entretendrán con sus afirmaciones gruesas, la opinión se dividirá, un rencor sordo irá anidando en las mentalidades dispuestas al odio y el proceso de destrucción de la sanidad pública, emprendido en Madrid, se mantendrá de acuerdo con lo previsto. Pero ¿por qué la Sra. Ayuso ya no se refiere a Venezuela o Cuba y elige la comparación con Nicaragua? Venezuela ya no vende como vendía en los primeros años del gobierno de Sánchez. La derecha, lo quemó como insulto y como diplomacia. Y, además, los Estados Unidos y Europa coquetean con Venezuela por sus recursos energéticos. Francia, más hábil en política exterior que nosotros, ha ocupado el lugar de España en el proceso de negociación de Venezuela. En cuanto a Cuba, los españoles han seguido viajando allí y vuelven encantados. Así que ya solo quedaba el exsandinista, devenido en dictador, que se ha declarado vencedor de unas elecciones en las que solo se presentaban él, su esposa y sus partidarios.
En cuanto a los señores Feijóo y Almeida la banalidad de sus afirmaciones marcan el sentido de orientación de la derecha española desde hace años. En un texto anterior expuse que el PP había perdido las oportunidades de homologarse con las derechas conservadoras europeas. Ahora parece que están conectando con un pasado que no pasó de ser, en su versión, una pelea de abuelos y que Millán Astray no fuera el personaje que dijo que cada vez que veía a un intelectual le daban ganas de sacar la pistola. La derecha española nunca ha se ha desligado del golpe de Estado del 36 y por eso reclaman un olvido pegajoso para quienes aún permanecen enterrados en cunetas o en las tapias mudas de los cementerios. La derecha española coincide ahora con la derecha de Víctor Orban, con el integrismo de Polonia o con la democracia en la versión golpista de Trump.
Con las declaraciones reproducidas sería fácil recurrir a la demagogia, a las descalificaciones groseras, a la acumulación de insultos. ¿Qué ganaría el texto con recursos tan bastos? ¿Sería mejor escritor? ¿Aportaría alguna orientación nueva al lector para que reflexione sobre la Historia pasada y el momento presente? El futuro se resquebraja. La convivencia, la tolerancia y la solidaridad humanas corren el riesgo de desaparecer de nuestros esquemas de valores. Y esto lo escribo el día que el PP ha llamado “amoral” al presidente del Gobierno de España.